En 1984 Steven Spielberg ampliaba las fobias y filias de millones de personas con unos bichos entrañables. Haciendo monerías y apelando a nuestros mejores sentimientos, los muñecos de peluche se podían convertir en pequeños monstruos malignos si no se cumplían tres reglas básicas: no mojarlos, no darles de comer pasada la medianoche y no exponerlos a demasiada luz. Desde entonces, las gracias de los gremlins han ido colonizando las carteleras navideñas compartiendo programación con casas que son una ruina, y diferentes versiones de academias de policía trastocadas. De hecho, un montón de metáforas si una quiere entretenerse...
A veces, con la siesta, el mundo de ficción parece desplazar la realidad y nos puede parecer que gremlins bien empapados ocupan escaños en los parlamentos, o incluso presiden alguna comunidad. Cuesta distinguirlo, porque cualquier razonamiento de base científica (tampoco hace falta que sea demasiado brillante, basta con que no sea falso y corresponda con los hechos) los saca de quicio si se aleja de su mundo de Yupi y deja al descubierto sus deficiencias. Y ya no sé si es pesadilla o no, pero me ha parecido oír decir a una lideresa política que solamente aceptará que su comunidad sea confinada si también se confinan otras. El mismo razonamiento mágico del país del mago de Oz, donde el corazón puede ser un despertador, un diploma puede sustituir el cerebro y una medalla la valentía.
Isabel Díaz Ayuso parece seguir la doctrina de una ministra de Sanidad del PP, de infausta memoria, que con el Real Decreto Ley 16/2012, de 20 de abril, "de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones" mentía y pervertía el derecho a la salud y el acceso universal a los servicios de sanidad. Las ideas de la ministra Mato parecen renacer ahora en ayuntamientos como Premià de Mar y son una vergüenza imperdonable que cuesta vidas. No vale contraponer economía y salud cuando se menoscaba el derecho a la enseñanza y a la atención sanitaria por un egoísmo mezquino y el recurso primitivo a unas medidas que, además de inhumanas, son estúpidas y crueles. La moción, seguramente ilegal, fue aprobada por la sociovergencia de mal recuerdo y el refuerzo, como era de esperar, de Ciudadanos. Y solamente se puede entender el despropósito como modo de anzuelo electoral que ofende a la razón y la dignidad.
A veces, el mundo de ficción parece desplazar la realidad y nos puede parecer que gremlins bien empapados ocupan escaños en los parlamentos, o incluso que presiden alguna comunidad
Paren de preguntarse por qué en el estado español las tasas de la segunda ola de la pandemia son tan altas. Las razones que nos llevan a este punto vienen de lejos, pero todavía están aquí, siguen en estado latente, y no se detienen. Significan excluir de nuevo de la vida a jóvenes como el senegalés Alpha Pam en Inca, porque cuando de la xenofobia y el clasismo se hace ideario partidista de discriminación, siempre hay víctimas. No es la primera vez que tropezamos con la misma piedra, y la salud lo sufre. Parece que no aprendimos nada de la muerte de Soledad Torrico, Alpha Pam y Jeanneth Beltrán.
Ahora, Isabel Díaz Ayuso se puede permitir incluso ignorar los nombres de las víctimas de la Covid y de su incompetencia: son demasiados. Pero se empeña en no reconocer su absurdo. No hay que reprochar las alertas repetidas del president Quim Torra, porque les escuecen demasiado... Pero incluso el ministro de Sanidad del Gobierno, Salvador Illa, avisa de que Madrid está "en serio riesgo sanitario" y pide que desde la Comunidad de Madrid se revisen las decisiones tomadas, con el consejo de "escuchar la ciencia". ¿Y quién se atreve ahora, en el camino de adoquines y muchas banderas que llevan en la capital Esmeralda, a repartir relojes a quién no tiene corazón, y diplomas y medallas a quien le falta cerebro y coraje?
Cuando acabo de escribir estas líneas, las autoridades sanitarias y políticas madrileñas siguen enrocadas, la pandemia va creciendo a un ritmo alto y las medidas tomadas demuestran lo insuficientes que son. Las cifras de ingresos en los hospitales y UCI de la capital se utilizan como armas arrojadizas. Pero no se escucha ni a los epidemiólogos, ni a los sanitarios, ni a los científicos: sería tanto como aceptar poner bajo una luz demasiado brillante quien solamente puede sobrevivir en las tinieblas. Pero si no se hace, la humanidad se acabará por autodestruir porque el número de personas que prosperan en la estupidez es mayor que el de gente sensata y altruista.