Cada vez resulta más evidente que los indultos son, a pesar de todo, una victoria del independentismo. No es lo que cabría esperar de un gobierno que, si fuera realmente progresista y demócrata, habría optado por decretar la amnistía. Ni siquiera han tenido coraje de reclamarla los ministros del 15-M y del PCE. Cuando los “revolucionarios” prueban el terciopelo de las sillas nobles, la valentía se desbrava antes de abrir la botella. Por eso Ada Colau se sentaba satisfecha junto al conde de Godó en la platea del teatro de la burguesía para aplaudir con las orejas a Pedro Sánchez. Cuando la nueva secretaria general de Unidas Podemos reclama encontrar una solución para la situación de Carles Puigdemont, se olvida precisamente de que es ella quien forma parte del gobierno de la represión. No solo contra los exiliados, sino, también, contra los más de 3.000 encausados por motivos políticos, incluyendo a los 41 a quienes quiere arruinar el Tribunal de Cuentas español con fianzas millonarias. Este gobierno es, de momento, continuador de las políticas represivas del PP de Mariano Rajoy, que el 1-O tuvo el apoyo de Pedro Sánchez para secuestrar urnas y aplicar el 155 en Catalunya. Conviene recordarlo de vez en cuando. A pesar de las discrepancias entre los partidos independentistas, la aprobación de los indultos parciales y reversibles son una derrota de Sánchez y del unionismo en general. Solo hacen este gesto por necesidad y no por ningún prurito poético o humanitario. Los querían encarcelados más de una década y la concesión del indulteriosegún ha bautizado irónicamente los indultos Lluís Llach— llega 1.345 días después de que los primeros presos políticos entraran en prisión. Seamos políticos, cuando menos una vez, y celebremos con alegría esta victoria parcial. No es ninguna rendición. La próxima vez no es que lo tengamos que hacer mejor, como reclama el cantante de Verges, es que, si volviera a salir mal, que esperemos que no sea así, nadie debería dejarse atrapar otra vez.

Sánchez recurre al indulto de los nueve presos más emblemáticos para intentar maquillar lo que acabará siendo una derrota definitiva en Europa de la política autoritaria y represiva del Estado contra el independentismo catalán. El mandoble del Consejo de Europa es una advertencia más, de las muchas que ya ha habido, llegada siempre de fuera y gracias a la resistencia jurídica de los exiliados en las instancias internacionales. Hacer coincidir la concesión de los indultos con la aprobación de la resolución del Consejo de Europa que reclama el fin de la represión, no es casual. La resolución era motivo de preocupación para las autoridades españolas desde hacía días, dado que ya sabían que en él se denunciaban la criminalización injustificada de las ideas y las arbitrariedades procesales. La evidente carencia de garantías democráticas para contener al independentismo —que no ha llegado a las cotas de aberración de cuando el PSOE de Felipe González decidió echar mano del terrorismo de estado para destruir el independentismo vasco con la excusa de la violencia etarra— ha acabado por remover conciencias. Miren lo que acaba de ocurrir con el caso del exconseller Andreu Mas-Colell, que es uno más de los 41 políticos y altos cargos de la Generalitat a los que un organismo menor —copado por militantes del PP, que además son familiares entre ellos— quiere estrangular económicamente por la acción exterior de la Generalitat entre los años 2011 y 2017. Un grupo de 33 premios Nobel de Economía y otros economistas destacados han escrito un artículo para defender al exconseller porque están “profundamente preocupados por las noticias y la situación del profesor Andreu Mas-Colell, uno de los economistas españoles más conocidos y respetados” del mundo. El prestigio del exconseller no le salvará de la pira donde quiere asarlo Margarita Mariscal de Gante, pero amplificará las razones que esgrime el independentismo sobre el carácter despótico y represivo con el que actúa España en contra de los disidentes y los independentistas. España es cada vez más la Turquía del oeste, por mucho que Iván Redondo quiera maquillarlo acumulando figurantes en las butacas del Liceu. La solución al conflicto no llegará de Europa, pero su internacionalización ayudará mucho a ello.

Las prisas de Pedro Sánchez para decretar los indultos son un reflejo de su debilidad. En realidad, Pedro Sánchez se ha visto obligado a asumir que el independentismo y sus líderes “representan centenares de miles de ciudadanos”

Muchos independentistas están cansados de las hipocresías de los políticos. Pero esa queja legítima no debe impedir apoyarles ante la represión, en especial porque sin esos políticos no habría habido ni censo universal ni urnas el 1-O. El referéndum no habría existido. Estoy harto de leer artículos que, recurriendo a la bromita o bien con manifiesta mala leche, casi se mofan de la suerte de los presos e idealizan lo que nunca fue. Personalmente, incluso no tengo ningún reparo en solidarizarme con Santi Vila, que está a años luz de mi pensamiento y de quien criticaría la imprudencia de seguir manifestándose políticamente después de tantos giros y fracasos personales. Pedro Sánchez —y Unidas Podemos— no le indultan —ni a él ni a los antiguos consellers Meritxell Borràs y Carles Mundó—, porque va con el pack. Con el arrepentimiento nadie obtendrá jamás el perdón. Todo el mundo debería tomar nota, porque es una falacia afirmar que los indultos contribuyen a la convivencia cuando sigues controlando los actos de los condenados. La venganza sigue vigente en el diccionario de los represores. No nos hacen falta héroes, ciertamente. Y es mejor vivir en libertad, aunque solo sea condicional, que estar preso. El mejor héroe es aquel que sobrevive a la batalla y gana. Los que pierden reposan en osarios santificados del estilo del Fossar de les Moreres. Este tipo de héroes no son necesarios. A mí me estimula más gente como Václav Havel, Nelson Mandela, Eamon De Valera o, más cercano, Vytautas Landsbergis, que Rafael Casanova. La represión doblegó en más de una ocasión a los políticos que acabo de mencionar, pero finalmente hoy todos ellos son recordados como líderes victoriosos de las causas nacionales que defendían. Solo cabe aspirar a eso. A la victoria y no a dar nombre a una calle.

El Estado recurre a los indultos para intentar apaciguar el independentismo y dividirlo. Depende de los partidos independentistas que lo consiga o no y evitar así que, de facto, consiga que los nueve presos y el resto de encausados renuncien a sus ideas políticas para seguir en libertad o bien para poder vivir sin que les embarguen el patrimonio. Del unionismo o del autonomismo no podemos esperar otra cosa que la sumisión. Quizás llegará un día que para salvar una votación en el Parlamento autonómico —digamos las cosas por su nombre—, habrá que recurrir al PSC, dado que el modelo económico y social de Junts y Esquerra coincide más con el suyo que con el de la CUP o En Comú Podem. Pero esto no debería tener más trascendencia que reconocer que para que funcione la gestión del día a día de un gobierno elegido democráticamente, hay que saber pactar. A diferencia del gobierno Torra, el gobierno Aragonès no busca la épica. La paradoja es que cuando Torra estuvo mejor fue cuando se dedicó a gobernar para afrontar la pandemia y no cuando se refugió en la dignidad de una pancarta que lo llevó a la inhabilitación. Veremos si al final el actual gobierno de técnicos no se verá obligado a actuar de una forma mucho más política de lo que tenía previsto. De momento, el conseller Giró ya ha dejado su tarjeta de visita, como ya conté en mi anterior columna, afirmando que para él la independencia es la solución, pero que mientras tanto no dejará de denunciar la discriminación gubernamental española de los ciudadanos de Catalunya y de reclamar aquello que el déficit fiscal les escamotea. La mesa negociación —que podríamos bautizar como procés 2— pondrá a todo el mundo a prueba.

No se dejen engatusar por los pesimistas habituales, las prisas de Pedro Sánchez para decretar los indultos son un reflejo de su debilidad. En realidad, Pedro Sánchez se ha visto obligado a asumir que el independentismo y sus líderes “representan centenares de miles de ciudadanos”. Durante casi una década la clase política y los medios de comunicación españoles se burlaban del independentismo, hasta que en vísperas del 1-O se dieron cuenta de la magnitud del movimiento. Desde 2017 hasta hoy, en algo menos de cuatro años, el gobierno ha tenido que reconocer que el estado español no podrá desarticular el independentismo tan fácilmente, a pesar de haber conseguido parar el proceso con la aplicación de una represión sin freno. La ofensiva propagandista de Pedro Sánchez difundiendo las renuncias a la unilateralidad de algunos de los presos para justificar la aprobación de los indultos, no maquillará que la represión sigue viva. Tampoco resolverá el conflicto. Por si alguien todavía no lo sabía, la cuestión no es método por el cual se logrará la independencia, sino que los dos millones de ciudadanos que acudieron a las urnas el 1-O no piensan renunciar a ella. Los perdedores de la historia —afirma el historiador Mark Mazower en sus memorias: Lo que no me contaste— “tienen más cosas que enseñarnos que los vencedores. No hay victoria que dure para siempre; lo importante es saber reaccionar frente a la derrota”.