1. El barón de Cuvier atribuyó a procesos catastróficos todos los cambios producidos en la superficie de la Tierra en el transcurso de su historia. Lo planteó en 1812, mientras en Cádiz los resistentes españoles contra la invasión napoleónica promulgaban la que sería considerada como primera constitución liberal europea. Una gran catástrofe propició la aprobación de un texto constitucional que sería mancillado posteriormente y que fue más ejemplo de libertad para las sucesivas oleadas revolucionarias liberales a Europa que para España, dominada por las tensiones permanentes entre el poder civil y el militar. La libertad en España ha sido históricamente un bien escaso. Cuando menos la libertad entendida según la definición que hacía de ella, ya en el siglo XIX, el filósofo inglés John Locke: “la capacidad de una persona de actuar y disponer de sus pertenencias según lo crea conveniente, sin ninguna necesidad de pedir permiso ni depender de otra persona ni, tampoco, dañar a los demás para conseguirlo”. Es la mejor definición del derecho a decidir que tienen todo los individuos individualmente y, claro está, también colectivamente, que es como conviven los seres humanos.

2. Con esta definición de Locke sobre qué es la libertad arranca el prefacio del libro, The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty (2019, se puede encontrar en español en Ediciones Deusto), de los profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson. Estos dos eminentes académicos —turco y británico, respectivamente, pero que trabajan en universidades estadounidenses—, también son autores de otro voluminoso estudio, , Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (2012, también en español en Deusto). Quien desee comprender el mundo contemporáneo que lea estos dos libros. En ellos encontrará muchas explicaciones sobre el desarrollo económico desigual; por qué la pobreza afecta más a unos estados que a otros, a unos colectivos que a otros; qué propicia el ascenso del autoritarismo y, por lo tanto, la destrucción de la libertad, etc. Son libros para leer despacio durante la pausa veraniega. Daron Acemoglu participó en línea en la XXXVI Reunión Cercle d’Economia para hablar sobre los retos de la economía global junto a Cani Fernández, presidenta de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. No sé qué dijo porque ningún periódico lo ha contado, lo que demuestra que el método en línea todavía es una barrera. Si hubiera venido quizás lo habrían entrevistado, que es lo que se merecía.

3. El nuevo consejero de Economía y Hacienda, el honorable Jaume Giró, que estudió en la Universidad de Navarra, parece que ya ha leído estos dos libros, o por lo menos ha leído los que aborda la cuestión de la libertad, porque lo citó en su discurso ante un auditorio que, de entrada, le era hostil e incluso le reprochó que interviniera en catalán. ¿En qué idioma tiene que intervenir un consejero de la Generalitat en un acto celebrado en Barcelona, en un lujoso hotel al lado del mar Mediterráneo, y organizado por una entidad que se hace llamar Cercle d’Economia? El provincianismo de las élites —y de muchos universitarios, hay que de decirlo todo— se manifiesta en este desprecio constante a la lengua propia del país, según definición del Estatuto todavía vigente. Gastarse un poco de dinero del abundante presupuesto que tiene este think tank empresarial en traducción simultánea, no les costaría nada. Además, respetar la catalanidad del Cercle se ajustaría al espíritu que Jaume Vicens Vives y Josep Benet trasladaron a los dos empresarios que lo fundaron —Carles Ferrer Salat y Joan Mas Cantí— y al del primer secretario, un jovencísimo Ernest Lluch. A menudo hay quién alardea de querer resolver un conflicto obviando la realidad social o profundizando la discriminación.

4. La intervención del honorable consejero Giró ha pasado demasiado desapercibida, incluso entre las huestes del partido que lo designó, Junts per Catalunya. Este discurso es el mejor que haya pronunciado ningún miembro del Gobierno desde su constitución. El HC Giró habló de economía y política a partes iguales. O sea, de economía política, que es la manera como los gobiernos administran los recursos a partir de tomar en consideración las variables sociales y políticas de cada momento. El discurso del consejero es una enmienda a la totalidad de las teorías catastrofistas que han arraigado en Cataluña entre los independentistas desde la derrota del 27-O, porque ofrece esperanza a partir de la denuncia y la exigencia. Y es, también, un desmentido a la euforia de los unionistas, entre ellos la junta del Cercle d’Economia, porque les demostró con datos que el problema de fondo que plantea el independentismo es de calado y no un simple arrebato pasajero. Dejarse embaucar otra vez con falsas promesas solo conseguirá retrasar un tiempo un nuevo estallido soberanista. El siguiente será más duro. Si el banco público que necesita Cataluña no se puede conseguir dentro de España (¡porque habría que autorizar 17!), está claro que, como advirtió el consejero a los presentes a la reunión del Hotel W, y vista la experiencia: “la mejor manera de ser económicamente eficientes es que Cataluña se convierta, democráticamente, en un nuevo Estado de la Unión Europea”. Que tome nota Pedro Sánchez cuando hoy hable de alternativas en el antiguo teatro de la burguesía catalana, que fue incapaz de sostenerlo con sus recursos y por eso es un teatro público.

5. Nadie duda que los EE. UU. son un estado democrático. En términos convencionales lo es, sobre todo si comparamos la democracia americana con el régimen despótico de Bashar al-Assad. Pero en los EE. UU. la libertad de las minorías —étnicas y raciales— también está amenazada y reprimida por unas formas autoritarias de ejercer el poder. La libertad está en peligro en muchos estados formalmente democráticos. El siglo XXI es la centuria de la identidad (religiosa, racial, de género, nacional), y las minorías —que a veces no lo son tanto— reclaman su reconocimiento como una extensión de los derechos democráticos. Una parte del mundo quiere destruir este pluralismo (en los EE. UU., por ejemplo, el trumpismo persigue restringir el derecho de voto de las minorías) y otra parte lo defiende con uñas y dientes desde la calle, a veces jugándose la piel. Los profesores Acemoglu y Robinson expresan solo empezar su último libro, que la “libertad necesita que haya una sociedad movilizada que participe en la política, proteste cuando sea necesario y que vote cuando sea posible para que el Gobierno abandone el poder”. En España, si eres catalán e independentista, los gobiernos, ya sean del PP o del PSOE-Unidas Podemos, te persiguen por seguir a pies juntillas este consejo democrático universal. Giró lo sabe y por eso se lo recordó, él que los conoce de cerca, a la gente del IBEX-35. Sin embargo, también estaría bien que el consejero se propusiera acabar con la persecución de los Mossos d'Esquadra contra el independentismo, con la que el joven Marcel Vivet ha sido condenado a cinco años de cárcel. El Gobierno catalán tiene que ser coherente si quiere ser exigente con el Estado.