1. La mayoría de los periódicos catalanes de ayer, con alguna excepción de peso, celebraban con extensos reportajes el quincuagésimo aniversario de la creación de la Assemblea de Catalunya. El Parlament catalán también lo celebró inaugurando una exposición virtual dedicada al organismo unitario más alabado del final de la dictadura franquista. La ventaja de envejecer es que no es necesario que te expliquen algunos hechos que has vivido. Me he reconocido jovencísimo sentado entre Anna Balletbó y Domènec Font, justo detrás de Jordi Carbonell y delante de Jaume Sobrequés, en la fotografía más reproducida de uno de los plenarios de la Asamblea. El éxito de este organismo solo fue posible porque su pluralismo era real. O cuando menos lo era en proporción a la fuerza de cada partido de la oposición. El PSUC era el partido con una militancia más extensa, pero el independentismo, representado entonces por el FNC y el PSAN, le iban a la zaga en implantación territorial. La participación de figuras independientes, como Jordi Carbonell, Josep Benet o Lluís Maria Xirinacs, entre otras, daba cuenta de que la Assemblea era un movimiento de coordinación unitaria. No se ahorró las conchabanzas, tan propias de este país incluso en los momentos más críticos. Tuvo un final dramático, “traicionados por los líderes” —en palabras de Xirinacs— de los partidos que abandonaron la Assemblea para negociar —hoy diríamos unilateralmente— la transición con el régimen franquista, una vez reconvertido en monarquía. La actual ANC se inspira en esa otra de hace cincuenta años y va por el camino de acabar igual que la primera.

2. Entre octubre de 1973 y enero de 1974, se reunió una comisión de la Assemblea, integrada por Jordi Carbonell (entonces independiente), Xavier Folch (PSUC), Carles Jordi Guardiola (PSAN), Rafael Ribó (entonces independiente), Francesc Vallverdú (PSUC) y mi hermano Joan Ramon Colomines-Companys (FNC), para elaborar un informe sobre la lengua. El resultado fue un documento, Report de treball sobre la campanya per a l’ús oficial del català, que está en la base del consenso lingüístico posterior. El documento hacía un resumen de la evolución del catalán e identificaba el movimiento de defensa de la lengua y la cultura con las clases populares, atendido al flirteo histórico que las clases acomodadas habían desarrollado con el castellano: “[Les classes treballadores] són els protagonistes i els beneficiaris més clars d’una política cultural democràtica, en la qual el real desenvolupament de la cultura catalana i la plenitud de l’ús del català ocupen un lloc primordial”. La fiesta duró poco. El 25 de enero de 1981 se dio a conocer el llamado Manifiesto de los 2.300 (in extenso: Manifiesto por la igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña) que contraargumentaba lo que en aquel entonces era admitido por todo el mundo. El principal argumento del texto era que “los hijos de los inmigrantes”, a quienes en ningún momento se consideraba catalanes, no debían ser escolarizados en catalán. La mayoría de los abajo firmantes eran profesores de instituto. Si damos crédito a los datos que ha proporcionado el Departament de Educació, al final Jiménez Losantos y compañía han conseguido imponer su argumento etnicista sin complejos. “En Catalunya hay dos naciones: la española y la catalana”, soltó Iván Redondo en una entrevista a Catalunya Ràdio. Es la culminación lógica de lo que defendían los 2.300 en su manifiesto. Sirvió de base para la creación más tarde de Ciudadanos. Parece que los socialistas recuperan el sofisma étnico de la Cataluña escindida por la lengua. 

Si el nacionalismo catalán tiene una raíz cívica es porque surge de la defensa de la lengua y la cultura catalanas. Tendría poco sentido, sería perjudicial, que cuando el nacionalismo catalán se ha transformado en independentismo apareciera un nacionalismo étnico

3. De golpe, como quien descubre América, algunos se enzarzan en denunciar que vivimos en un estado de emergencia lingüística. Tengo la sensación de que la denuncia tiene una intencionalidad política clara, sobre todo porque los que han puesto en marcha esa campaña dan vueltas en torno al mismo partido. ¿Por qué ahora, así, repentinamente, preocupa tanto la salud del catalán en la calle y en las aulas? La presencia del catalán en las plataformas audiovisuales se ha convertido en la única exigencia de los republicanos para aprobar la tramitación de los presupuestos estatales. Han convertido la cuestión en algo tan apremiante, que ahora se ven en la obligación de dramatizar —a pesar de que la situación es realmente dramática— para rentabilizar los éxitos, si es que los obtienen. El PSOE no se lo pone fácil, como se ha encargado de recordarles el ministro más poderoso del Gobierno, Félix Bolaños, que les tiene tomada la medida. Y es que el ministro podría recriminar a Gabriel Rufián que sea precisamente él, que cada semana emite un programa en castellano en su canal de YouTube denominado La Fábrica 1931, quien reclame cuotas para el catalán en la ley del audiovisual. Lo mejor es predicar con el ejemplo si crees realmente que el estado de emergencia lingüístico es tan grave. ¿Quién puede exigir a un tercero lo que él no cumple? “Los políticos tienen que recuperar la ejemplaridad ética”, afirma Antoni Gutiérrez-Rubí, uno de los gurús de la asesoría política. No hacerlo provoca estas contradicciones. Si el nacionalismo catalán tiene una raíz cívica es porque surge de la defensa de la lengua y la cultura catalanas. Tendría poco sentido, sería perjudicial, que cuando el nacionalismo catalán se ha transformado en independentismo apareciera un nacionalismo étnico. Perjudicaría a la causa. Los unionistas fomentan el etnicismo para evitar la independencia de Catalunya y los independentistas no pueden caer en esta trampa.

4. Como saben todos los estudiosos, el nacionalismo es un poderoso movimiento político que sigue teniendo la fuerza que tenía en el pasado. Está detrás de cada cambio político, pero no es un fenómeno homogéneo. Algunos nacionalismos, como ha descrito muy bien mi amiga Liah Greenfeld, sirven para empoderar a la gente, promueven la tolerancia y la inclusividad. El nacionalismo catalán es de ese tipo, porque es de base cultural y pacífico. Otros nacionalismos, en cambio, son excluyentes precisamente por su baja conciencia nacional. El proyecto nacional de España es tan débil y, además, está tan asociado al franquismo, que necesita arrasar con el pluralismo cultural por la vía de convertir en residuales las lenguas no castellanas. El principal laboratorio del españolismo contra el catalán es el País Valenciano. Está claro que el pancatalanismo lo ha puesto fácil, pero la marginación y la folclorización del catalán es un mal que los valencianos ya han vivido. En el País Valencià el Estado y el españolismo se han ensañado tanto con la lengua de los valencianos, que la agresividad acabó por normalizar la discriminación. En Catalunya, el autoengaño pujolista, seguido de la absurda teoría republicana de que la catalanidad se podía vivir en castellano, ha provocado el desastre que ahora todo el mundo lamenta. Perdemos la lengua, se dice. La perdemos asediados por el españolismo. Pero, también, como denuncia Marc Roig i Badia en un libro que se acaba de publicar,  Barcelona, cultura sense capital  (PAM), porque “la inversión en euros por persona y año en Holanda es de 500 euros, en Francia, de 476, en Portugal, 158, en Polonia, 146, en Catalunya, 30”. No es necesario añadir nada más. Una comida en el Celler de Can Roca es más cara.