Mitsubishi asume un nuevo fracaso con su retirada de China tras casi tres décadas de presencia continua. Se trata del fin definitivo de su producción de motores y vehículos en el país asiático, poniendo punto final a su participación en la empresa conjunta SAME (Shenyang Aerospace Mitsubishi), fundada en 1997 y activa desde 1998. La marca ha decidido abandonar el mercado ante una competencia feroz y la rápida transformación hacia los vehículos eléctricos, que ha dejado sin espacio a su estrategia basada en modelos tradicionales.
La decisión llega después de que en 2023 ya se detuviera la fabricación de automóviles en China, operada a través de la alianza GAC Mitsubishi establecida en 2012. Esa sociedad llegó a alcanzar un pico de ventas de más de 140.000 unidades en torno a 2018, impulsadas principalmente por el Outlander, pero en los años siguientes las cifras se desplomaron. El descenso en la demanda convirtió la operación en insostenible y llevó a Mitsubishi a transferir el control total de sus activos al socio chino, abandonando definitivamente la producción local.
Consecuencias y contexto estratégico
La salida de Mitsubishi de China supone renunciar al mayor mercado automovilístico del mundo y confirma la imposibilidad de competir en costes y volumen frente a las marcas locales, que hoy dominan el segmento eléctrico. Lo destacable en este caso es que la evolución de la demanda hacia vehículos de nueva energía dejó en evidencia la falta de respuesta de la compañía, incapaz de adaptarse al ritmo de la electrificación.
En paralelo, su estrategia en Europa también está en entredicho: gran parte de los modelos que ofrece son adaptaciones de vehículos desarrollados por Renault, lo que ha diluido su identidad. El Outlander híbrido enchufable resiste como uno de los pocos productos de desarrollo propio, pero no logra compensar la sensación de pérdida de rumbo en la marca.
Por otro lado, el cierre de su planta de motores en China significa el fin de un proyecto que llegó a suministrar propulsores para una gran parte de los coches fabricados en el país. La transición acelerada hacia la movilidad eléctrica redujo la relevancia de esa actividad hasta hacerla inviable.
Finalmente, Mitsubishi se enfrenta ahora a una reestructuración inevitable. La compañía intentará reforzarse en regiones como el sudeste asiático y apoyarse en sus alianzas con Nissan y Honda para redefinir su papel. No es ningún secreto que su salida de China supone un golpe a su imagen global, pero también abre la puerta a replantear una estrategia centrada en mercados donde pueda recuperar competitividad en la nueva era de la movilidad sostenible.