La cantidad de vegetación en la Antártida –considerada durante décadas un desierto blanco prácticamente inerte– es notablemente mayor de lo que se pensaba. Un estudio inédito presentado este lunes en Brasil indica que el continente austral cuenta con cerca de 107.000 hectáreas de flora, una extensión ligeramente superior a la superficie de Berlín. La estimación se ha obtenido gracias a un mapeo exhaustivo de las zonas libres de hielo durante los veranos antárticos entre 2017 y 2025, elaborado por la red científica MapBiomas.
La Antártida tiene una superficie total de unos 1.366 millones de hectáreas; de este inmenso territorio, menos del 1 % –unos 2,4 millones de hectáreas– queda libre de hielo en verano. Según el estudio, aproximadamente el 5 % de estas áreas albergan alguna forma de vegetación. La investigación identifica cuatro tipos principales de formaciones vegetales: líquenes, musgos, algas terrestres y gramíneas, que brotan sobre todo en islas, zonas costeras y en la península antártica, aunque también aparecen en cimas montañosas del continente interior.
La respuesta al calentamiento global
El mapeo ofrece nuevas pistas para entender cómo responde este ecosistema extremo al calentamiento global. Las diferencias climáticas extremas entre las zonas costeras y el interior ayudan a contextualizar la distribución de la flora. Mientras las islas antárticas registran temperaturas máximas estivales de entre 1 °C y 3 °C –según datos recogidos entre 1958 y 2024–, en las zonas montañosas centrales las máximas se sitúan entre -15 °C y -30 °C, y las mínimas pueden caer hasta los -35 °C. Estas condiciones limitan severamente el crecimiento vegetal, que solo es posible durante un breve período estival
La coordinadora del proyecto, la investigadora brasileña Eliana Fonseca, destaca que este es el primer mapa completo de vegetación del continente basado en datos por satélite de alta resolución. Según Fonseca, se trata de una herramienta “crucial” para seguir los impactos del cambio climático, ya que las zonas libres de hielo tienen un papel esencial para la fauna, incluidos los pingüinos y otras especies que dependen de estas áreas para anidar durante el verano. “Los animales construyen sus nidos allí donde no hay hielo, por eso es importante identificar estos sectores para monitorizar la salud de los ecosistemas”, explica.
“Actúa como un termostato natural"
Además de ofrecer indicadores sobre la productividad de los ecosistemas antárticos, el mapa ayudará a detectar qué zonas son más vulnerables a las alteraciones climáticas. Fonseca recuerda que la Antártida juega un papel clave en la regulación del clima global: “Actúa como un termostato natural. Las masas de aire frío y seco que se forman allí repercuten en las temperaturas y las precipitaciones del hemisferio sur”.
El nuevo mapeo, sin embargo, no ha estado exento de dificultades. La falta de radiación solar durante el invierno antártico imposibilita trabajar la mitad del año, ya que el hielo cubre la vegetación e impide observar el terreno. Incluso en verano, fenómenos como el ‘sol de medianoche’ –que proyecta sombras cambiantes sobre las montañas– complican la interpretación de las imágenes por satélite y hacen necesario un procesamiento adicional para evitar errores.
Cuando llega el invierno, toda la vegetación muere en la superficie y solo quedan esporas, semillas y estructuras microscópicas que permiten que las plantas rebrotan cada verano en las mismas zonas. Para Fonseca, este ciclo refuerza la importancia de monitorizar con precisión los períodos cortos en los que la vegetación es visible: “La incidencia solar ha sido uno de los principales retos del mapeo, pero también el que confirma lo frágil que es este ecosistema”.
El estudio, pionero en su alcance y metodología, aporta una nueva perspectiva sobre un continente que continúa siendo fundamental para la salud climática del planeta y que, al mismo tiempo, muestra signos cada vez más visibles de transformación.
