La destrucción de la presa de Nueva Kajovka, en el sur de Ucrania, es la foto que abre todas las portadas —salvo las de El Punt AvuiABC— y es una señal escalofriante de las devastaciones de la invasión rusa, de la crueldad fría con que se decide hacer saltar una presa que retiene una masa de agua de 18.800 hectómetros cúbicos, es decir, 27,5 veces la capacidad de todos los embalses de las cuencas internas de Catalunya, el equivalente a 124 pantanos de Sau (Osona) o a 12,3 embalses de Mequinensa (Baix Cinca). Un hectómetro cúbico equivale a mil millones de litros de agua. En fin, toda el agua que puedas imaginar corre por el río Dnipro. Las imágenes no permiten hacerse el cargo de las dimensiones de la tragedia. El gráfico de El País y el combo de fotos que lo acompaña la pone en perspectiva, pero, claro, es complicado ilustrar los riesgos de más de 40.000 personas que viven en el paso del agua, incluido el territorio ucraniano controlado por Rusia. Ucrania y Rusia se acusan mutuamente de la catástrofe. El ejército ruso ha golpeado repetidamente infraestructuras ucranianas desde el inicio de la invasión. También controlaba la presa y, por lo tanto, estaba en condiciones de detonar explosivos desde dentro. Expertos en ingeniería y municiones han dicho que un fallo estructural o un ataque desde el exterior de la presa son posibles pero menos plausibles.

No es la primera operación rusa de este tipo. En 1941, mientras las tropas alemanas barrían Ucrania, el autócrata soviético Josef Stalin hizo saltar una presa en la ciudad de Zaporiyia para frenar el avance de la Wehrmacht (en la foto). La avenida de agua inundó la orilla del Dnipro y causó entre 20.000 y 100.000 muertos. Zaporiyia queda a 200 kilómetros al noreste de Nueva Kajovka. Las impresiones de la destrucción de la presa recogidas por el periodista estadounidense H. R. Knickerbocker ese mismo 1941 describen el espíritu con que los soviéticos resistían al ejército alemán y quizás ayudan a entender el espíritu con que ahora combaten ucranianos y rusos.

"Los soviéticos —dice Knickerbocker en ¿Es el mañana de Hitler?— han demostrado con la destrucción de la gran presa de Dniepropetrovsk [hoy ciudad de Dnipro] que realmente prefieren arrasar el país antes de que Hitler lo ocupe, aunque eso signifique arrasar sus posesiones más preciosas... [La presa] era casi un objeto de culto para el pueblo soviético. Su destrucción demuestra una voluntad de resistencia que supera cualquier cosa que hayamos imaginado. Sé qué significa aquella presa para los bolcheviques... Fue el mayor, el más espectacular y el más popular de todos los inmensos proyectos del Primer Plan Quinquenal (1929-1933)... Cuando se construyó, la presa del Dnipro era la mayor de la tierra. Ocupó la imaginación y el afecto del pueblo soviético de una manera difícil de entender... La orden de Stalin de destruirla tuvo para los rusos un coste emocional mayor del que significaría para EE.UU. que Roosevelt [el entonces presidente] ordenara la destrucción del canal de Panamá". La cita es larga pero valiosa.

Imponer el castellano con multas

Una nota más. El Mundo atribuye a Feijóo la intención de multar a los colegios que no observen al 25% de castellano. Añade el diario que "es el mínimo que establece la ley". Aparte que no hay ninguna ley que establezca ningún mínimo —es El Mundo, tampoco esperes rigor informativo—, imagínate qué pasaría si el Departament d'Ensenyament anunciara multas a las escuelas que no aplican la inmersión, que sí es ley. No ocurrirá porque la Generalitat no castiga por saltarse a la política lingüística en la escuela. Explica muchas cosas de Feijóo y del PP que aun consideren provechoso aplicar un régimen punitivo sobre las escuelas y los maestros para imponer la cuota de castellano que un juez se sacó de las puñetas, al margen de cualquier consideración pedagógica y del 99% de las familias del país. La letra, con sangre entra. Es de otra época (de hecho, de cualquier otra época). En fin. Seguramente se trata de otra trola del tabloide ultra que el PP desmentirá cuando algún periodista pregunte en público si ese es su plan para Catalunya. O no. Quizás Feijóo, tras hacer el tour de la lágrima en el Cercle d’Economia —y las serviciales portadas de La Vanguardia y de El Periódico— ha decidido volver a su "bilingüïsmo cordial" de un año atrás, consistente en hacer tragar a familias, escuelas, maestros y alumnos un 50% de castellano.

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