Los giros de guión son frecuentes tanto en Donald Trump como en Vladímir Putin. Estados Unidos ha anunciado ahora nuevas sanciones contra Rosneft y Lukoil, las dos principales petroleras rusas, en lo que supone el primer gran movimiento de la administración de Donald Trump para presionar a Moscú desde que volvió a la Casa Blanca el enero pasado. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha justificado la decisión por la “negativa de Vladímir Putin a poner fin a esta guerra sin sentido” y ha advertido que Washington está dispuesto a “ir más lejos” si el Kremlin mantiene su postura.
Las sanciones conllevan el bloqueo de todos los activos de estas empresas en Estados Unidos y la prohibición a compañías y particulares estadounidenses de mantener relaciones comerciales con ellas. Además, el Tesoro ha amenazado con sanciones secundarias a instituciones financieras extranjeras que colaboren con Rosneft o Lukoil, una medida que podría afectar a bancos implicados en las exportaciones de crudo ruso hacia China, India o Turquía.
Este movimiento se suma a las sanciones impuestas recientemente por el Reino Unido, y llega a las puertas de un nuevo paquete de restricciones que la Unión Europea prevé anunciar esta misma semana. Según Bloomberg, Rosneft y Lukoil representan conjuntamente cerca de la mitad de las exportaciones de crudo de Rusia, por lo que las nuevas medidas podrían tener un impacto significativo en los ingresos del Estado ruso, que dependen en gran parte de los impuestos del sector energético.
Un cambio de rumbo inesperado
Durante la campaña electoral de 2024, Trump había prometido que resolvería la guerra de Ucrania “en 24 horas” si era elegido. Pero nueve meses después de su regreso al poder, la realidad se ha demostrado mucho más compleja. Tras unas semanas de ambigüedad –con declaraciones que oscilaban entre el apoyo a Kyiv y la propuesta de concesiones territoriales a Rusia–, el presidente ha optado ahora por un gesto de fuerza ante la falta de resultados en las negociaciones con Putin.
La decisión llega pocos días después de que Trump cancelara una segunda cumbre con el líder ruso, irritado por las condiciones impuestas por Moscú. “Cada vez que hablo con Vladímir, tenemos buenas conversaciones, pero nunca avanzan a ninguna parte”, ha admitido el presidente. Según fuentes de Washington, la presión del Congreso y de los aliados europeos ha sido clave para convencer a la Casa Blanca de adoptar un enfoque más contundente.
Dudas sobre el impacto real
Aunque las sanciones podrían restringir los ingresos del Kremlin, los expertos discrepan sobre su eficacia real. Marshall Billingslea, ex alto cargo del Tesoro durante el primer mandato de Trump, considera que la amenaza de sancionar a bancos que operen con las petroleras rusas es “crítica”, ya que podría cortar vías de financiación esenciales para Moscú. “Aunque la India o China quieran seguir comprando crudo ruso, sus bancos podrían decidir no asumir el riesgo”, ha dicho.
En cambio, Thomas Graham, del Council on Foreign Relations, cree que es ingenuo esperar un cambio de conducta del Kremlin: “Putin ha demostrado ser muy hábil esquivando este tipo de sanciones”. Otros analistas apuntan que la clave será el nivel de aplicación de las medidas y la disposición de Estados Unidos a perseguir entidades financieras de terceros países.
Presiones y riesgos económicos
El movimiento también plantea riesgos internos para Trump, que durante la campaña prometió mantener bajos los precios de la gasolina y contener la inflación. Si las sanciones encarecen el petróleo, el presidente podría verse atrapado entre su política exterior y el malestar de los consumidores estadounidenses. Esta tensión explica, según algunos analistas, por qué la administración Biden había evitado sancionar directamente a las grandes petroleras rusas durante su mandato.
Mientras tanto, Kyiv sigue reclamando más apoyo militar y financiero. Aunque la Unión Europea planea un préstamo de 140.000 millones de euros financiado con activos rusos congelados, Washington aún no ha adoptado medidas similares. Zelenski insiste también en obtener armas de largo alcance, una cuestión que sigue dividiendo la Casa Blanca.
Con estas sanciones, Trump busca demostrar que aún puede combinar la presión económica con la diplomacia personalista que lo ha caracterizado. Pero la pregunta clave sigue siendo la misma: ¿hasta qué punto puede realmente castigar a Rusia sin perjudicar la economía global ni sus propias promesas electorales?