Nigeria vive unas semanas marcadas por una nueva oleada de ataques contra escuelas e iglesias, que han dejado decenas de niñas secuestradas y diversas víctimas mortales. El pasado lunes, varios hombres armados raptaron a 25 alumnas —todas chicas— de una escuela de secundaria en el Estado de Kebbi y asesinaron a la subdirectora y a un guarda. El martes, un grupo armado atacó una iglesia en el oeste del país, mató a dos personas y secuestró a numerosos feligreses. Y el viernes de madrugada, un nuevo asalto a la St. Mary's Secondary School, en el Estado del Níger, acabó con un número todavía indeterminado de estudiantes y docentes raptados y un guarda abatido. Con las fuerzas de seguridad desplegadas de urgencia y el presidente Bola Tinubu aplazando viajes oficiales para gestionar la crisis, el país vuelve a preguntarse quién hay realmente detrás de esta cadena de violencia que golpea, sobre todo, a niñas y centros educativos.
Los “bandoleros”: bandas criminales sin ideología
En los estados del noroeste, como Kebbi y Níger, los ataques han sido atribuidos a grupos de delincuentes armados conocidos popularmente como bandoleros. Según las autoridades nigerianas, estos grupos no tienen una reivindicación ideológica o religiosa concreta, sino que operan como redes criminales dedicadas a los robos, a los asaltos y, sobre todo, a los secuestros masivos para obtener rescates.
Estas bandas se mueven por zonas boscosas, donde esquivan las operaciones policiales y militares, aprovechando la falta de presencia del Estado. Desde hace años, el secuestro de menores se ha convertido en una fuente de ingresos para estas organizaciones, especialmente después del eco internacional del rapto de las 276 niñas de Chibok en 2014. Aunque aquel ataque fue obra del grupo yihadista Boko Haram, el modelo se replicó entre las bandas criminales del noroeste.
La convivencia con grupos yihadistas
Aunque los secuestros recientes en el noroeste se atribuyen principalmente a bandas criminales, el país continúa inmerso en un escenario marcado por la presencia de Boko Haram y de su escisión, el Estado Islámico de la Provincia de África Occidental. Estos grupos operan sobre todo en el noreste, pero su actividad mantiene un clima generalizado de inestabilidad.
El recuerdo de su papel en el secuestro de Chibok y en otros ataques contra escuelas e iglesias mantiene el temor entre la población e incrementa la presión sobre el gobierno, especialmente cuando los ataques contra comunidades cristianas coinciden con un debate internacional sobre la persecución religiosa en el país.
Tensiones políticas y presión internacional
La crisis de seguridad se ha agravado este mes después de que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, amenazara con una intervención militar para proteger a la minoría cristiana del país. La narrativa ha sido rechazada por el gobierno nigeriano, pero la presión ha contribuido a situar el foco mediático en los ataques recientes, incluyendo el de una iglesia donde dos fieles fueron asesinados y decenas de personas secuestradas. La combinación de estos elementos —bandas criminales, grupos yihadistas y tensiones políticas internas y externas— convierte la situación en una crisis muy grande que el presidente Bola Tinubu deberá afrontar con urgencia.
Una crisis que amenaza la educación
Organizaciones como Save the Children alertan de que los ataques reiterados “socavan el derecho a la educación” y están provocando un retroceso dramático en la matrícula, especialmente de niñas. Entre 2014 y 2022, según la ONG, 1.683 estudiantes fueron secuestrados y 184 asesinados en 70 ataques a escuelas.
