Aparte de soldados norcoreanos, Rusia se nutre de todo tipo de ayudas y sabotajes para continuar la invasión a gran escala que protagoniza en Ucrania desde febrero del 2022. Oleh, un joven ucraniano de 19 años, estaba buscando trabajo fácil para ganar dinero rápidamente. A través de un canal de Telegram, aceptó una oferta que parecía sencilla: viajar desde el este de Ucrania hasta Rivne, al oeste, para recoger una mochila que, según le habían dicho, contenía una lata de pintura para hacer un grafiti en el exterior de la comisaría de policía. El pago era de 1.000 dólares –860 euros–, una cantidad muy atractiva para él, especialmente porque se había convertido en padre recientemente y necesitaba recursos para su familia.

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Pero cuando Oleh abrió la mochila delante de la comisaría, descubrió con horror que no era pintura, sino un artefacto explosivo casero, con cables y un teléfono móvil conectado, aparentemente destinado a ser detonado remotamente. Su vida corría peligro, sin que él lo supiera cuando aceptó el trabajo. Este caso no es un hecho aislado: según la Agencia de Seguridad de Ucrania (SBU), Rusia ha puesto en marcha una campaña de ataques saboteadores dentro del país, que utiliza reclutadores a través de Telegram para captar jóvenes ucranianos en situaciones precarias, a menudo adolescentes, que son engañados o coaccionados para participar en actos de sabotaje, incluso en ataques con bombas, según una información del diario británico The Guardian.

La campaña empezó en primavera de 2023, principalmente con ataques de incendios a vehículos militares, oficinas de reclutamiento y estaciones postales en regiones occidentales de Ucrania, zonas alejadas del frente de guerra. Según Artem Dekhtiarenko, portavoz del SBU, estos actos iniciales se complementaban con vídeos grabados por los mismos atacantes que eran difundidos en canales de Telegram próximos a Rusia para fomentar la desinformación y crear tensiones internas en Ucrania, destaca el mismo portal.

Una campaña más exhaustiva contra Ucrania

A finales de 2024, la campaña escaló y empezó a incluir ataques con explosivos más sofisticados, en línea con tácticas terroristas. Los reclutadores rusos organizan una red donde diferentes personas realizan tareas separadas sin conocer todo el plan: uno hace la bomba, otro la deja en un punto convenido y uno tercero la recoge y la detona sin saber qué hace exactamente. Esta manera de actuar permite a los servicios rusos provocar explosiones dentro de Ucrania sin necesidad de presencia directa.

Desde comienzos de 2024, el SBU ha detenido a más de 700 personas relacionadas con sabotaje, incendios y ataques terroristas. Muchos de estos son jóvenes, un cuarto de los cuales son menores de edad, incluyendo a una niña de solo 11 años. Muchos están en situación de paro o tienen adicciones, y son captados con la oferta de dinero fácil. Los reclutadores utilizan una combinación de manipulación psicológica, amenazas e incluso "flirteo" para ganarse la confianza de sus objetivos, escondiendo a menudo su identidad real y haciéndose pasar por ucranianos cansados de la guerra.

Oleh había aceptado otros pequeños trabajos para estos curadores, como hacer fotografías de lugares sensibles o enganchar folletones subversivos, por un pago en criptomonedas. Cuando se ofreció el encargo más grave, él bloqueó el contacto, pero después volvió a hablar con otro reclutador, Alexander, que le propuso la oferta a Rivne. Con su amigo Serhiy, también parado y padre de dos hijos, se desplazaron para ejecutar el trabajo, constata el diario británico.

Durante la operación, el SBU ya los estaba vigilando, atentos después de un ataque similar tres días antes que causó la muerte del atacante y heridas a ocho soldados. Cuando Oleh abrió la mochila y descubrió la bomba, avisó a la policía. Los agentes intervinieron inmediatamente y evitaron que el dispositivo estallara. Los artefactos estaban equipados con teléfonos que permitían a Alexander ver la ubicación de Oleh en tiempo real y detonarles remotamente.

Reclutadores vinculados con la inteligencia rusa

El SBU cree que estos reclutadores están vinculados a los servicios de inteligencia rusos, posiblemente al GRU o al FSB, y que a menudo utilizan jóvenes ucranianos como peones en esta guerra clandestina. Para hacer frente a esta amenaza, han iniciado campañas de información en las escuelas para advertir a los jóvenes de los peligros de participar en ofertas sospechosas en Telegram y han creado un chatbot para denunciar contactos sospechosos.

Este fenómeno, además, preocupa las inteligencias europeas, ya que Ucrania sirve como laboratorio de pruebas para tácticas que Rusia podría aplicar en otros países occidentales, especialmente en el ámbito de la guerra híbrida. Mientras tanto, Oleh y Serhiy se encuentran encarcelados, acusados de sabotaje y terrorismo, con la posibilidad de penas de hasta 12 años de prisión. Oleh asegura que no era consciente de lo que hacía ni del riesgo que suponía, mientras que sus relaciones familiares se han roto por culpa del caso, concluye el rotativo.