Rusia ha vuelto a atacar a Ucrania. Después de la llamada operación Telaraña, Moscú no detiene la ofensiva en el país vecino. En este sentido, un artículo del The Guardian narra la experiencia vivida por residentes del distrito de Obolon, en Kyiv, durante un ataque nocturno con drones kamikaze Shahed, parte de una escalada reciente de los bombardeos rusos sobre la capital ucraniana. Una de las vecinas afectadas es Iryna Yakymehuk, de 22 años, que volvió a su casa después de trabajar en una tienda de ropa interior, cenó y miró tiktoks antes de irse a dormir. A las dos de la madrugada un dron impactó contra el apartamento de al lado, destruyendo parte del dormitorio vecino y rompiendo su propio ventanal.

Aunque la ciudad ha vivido bajo la amenaza constante desde el inicio de la invasión rusa hace tres años, este ataque fue especialmente intenso. El sonido de los drones despertó a Yakymehuk, quien describe el zumbido como una máquina de afeitar eléctrica acercándose lentamente. Sintió dos explosiones fuertes: la segunda hizo volar chispas en su ventana. Entonces, huyó escaleras abajo con otros vecinos hasta un refugio antiaéreo próximo, donde se amontonaron unas 500 personas. La entrada de este refugio, situada en un sótano a unos 100 metros de su casa, no siempre está abierta, pero lo estaba aquella noche.

El ataque dejó a una mujer muerta en Obolon y cuatro heridos en otras partes de Kyiv. Siete de los diez distritos de la ciudad fueron afectados en lo que ha sido uno de los ataques de drones más graves desde el comienzo de la guerra. El objetivo aparente era una zona industrial próxima.

Kyiv, la ciudad de dos caras

A pesar de la guerra, la vida en Kyiv durante el día puede parecer normal: restaurantes llenos, vida nocturna activa, gente gastando dinero. Pero de noche, la tensión aumenta. Los residentes, especialmente aquellos que viven cerca de instalaciones industriales sospechosas de dar apoyo al esfuerzo bélico ucraniano, se mantienen alerta, escuchando en silencio los sonidos de los drones. Muchos, sin embargo, han aprendido a ignorar las sirenas y continuar con sus vidas, hasta que un ataque llega literalmente a su casa.

Otros testimonios, como Elvira Neehyporenko, comparten historias similares. Vive en el mismo edificio que Yakymehuk, pero más alejada del punto de impacto. Cuando empezaron las explosiones, su perro corrió hacia el baño —un lugar considerado seguro— y ella lo siguió. Después, el ruido de una gran explosión la hizo bajar todavía más, por miedo a nuevos ataques. Su coche, aparcado bajo el sitio donde cayó el dron, quedó gravemente dañado.

También está la historia de Oksana Kodynets, una joven madre de 23 años que vive en un bloque delante del lugar atacado. Al día siguiente, por la mañana, llevaba a su hija pequeña a pasear y admitía que estaba trastornada. Su marido también es soldado. Había grabado los sonidos de las explosiones y los reproducía en el móvil mientras describía el ruido metálico inusual. El miedo fue real: "Pensé que sería el último día de mi vida", dijo. El artículo del diario británico destaca la vida en Kyiv bajo la amenaza constante de la guerra: un equilibrio frágil entre rutina y caos.