Prácticamente todo el mundo recuerda qué hacía aquel 11 de septiembre de 2001. Incluso los más pequeños. La imagen del impacto de un avión en el corazón de Nueva York, en las icónicas Torres Gemelas, desencajó la sociedad occidental. Más todavía lo hizo el segundo avión. Si en un primer momento se podría haber pensado que era una accidente aéreo, el impacto del segundo avión, en directo por todas las televisiones del mundo, acabó de certificar el más temido: era un atentado terrorista. El mundo se heló.

Las cifras son escalofriantes. Casi 3.000 muertos y unos 6.000 heridos, en cuatro ataques simultáneos de Al Qaeda contra los rascacielos del World Trade Center de Nova York, el centro financiero de los Estados Unidos, y otros centros de poder.

La sociedad americana, y el mundo en general, tomaron conciencia aquel día de su fragilidad y vieron hasta qué punto eran vulnerables. No se esperaban, sin embargo, que no sería el único. Después de aquel atentado, vino lo 11-M de 2004 en Madrid, el 7-J de 2005 en Londres, el 13-N de 2015 en París, y este año, el 22-M en Bruselas y el 14-J de Niza. Los primeros fueron perpetrados por Al Qaeda, los otros por Daesh.

Atentado en el corazón de los Estados Unidos

Eran las nueve menos cuarto de la mañana en los Estados Unidos (y la hora de comer en nuestra casa) cuando el primer avión impactó contra una de las torres. Las televisiones conectaron rápidamente con Nueva York, no había todavía demasiada cosa por decir. Sólo una imagen: una de las torres inundada por una humareda. Los presentadores se preguntaban si se habría estrellado un avión o un helicóptero. En aquel momento, todavía quedaba lejos la idea de un atentado terrorista.

Unos 15 minutos después impactaba un segundo avión contra la otra torre. Las cadenas, que ya estaban tomando imágenes en directo, pudieron captar el momento del impacto. La imagen del avión empotrándose en aquel símbolo mundial fue vista, prácticamente en directo, por todo el mundo.

Hacia las nueve y media llegó la sospecha de que había otro avión secuestrado sobrevolando el cielo norteamericano. La pesadilla todavía no había acabado. Pocos minutos después se estrellaba contra el Pentágono. Ante el miedo de otros ataques, el presidente de los Estados Unidos ordenó que todos los aviones aterrizaran en el aeropuerto más próximo, y se desalojó el Congreso y la Casa blanca.

El miedo tenía fundamento. Todavía había un cuarto avión secuestrado. Finalmente, sin embargo, no impactó contra ningún gran edificio. El aparato cayó en un campo después de una lucha de la tripulación y los pasajeros para retomar el control del aparato. Los aviones habían salido dos desde Boston, uno desde Washington y el otro desde Newark (Nueva Jersey), y los cuatro se dirigían a California.

Todavía quedaba para ver, sin embargo, una de las imágenes más demoledora de la jornada. A las 10 de la mañana la Torre Sur se desplomó y media hora más tarde lo hacía la del Norte. Fueron unos 100 minutos de agonía que acabaron con la Skyline de Manhattan y pusieron en alerta en todo el mundo.

La respuesta norteamericana: la guerra

El atentado, sin embargo, trajo también otras consecuencias. La administración liderada por George Bush decidió atacar el régimen talibán de Afganistán, ya que los acusaban de esconder terroristas como los que habían atacado a su país. La guerra, conocida como 'Operación Libertad Duradera' empezó el 7 de octubre de 2001, y no se dio por finalizada hasta el 2014, bajo el mandato ya del presidente Obama.

El objetivo declarado de los Estados Unidos era encontrar Osama bin Laden y otros dirigentes de Al Qaeda para llevarlos a juicio. Finalmente, la administración Obama anunció el 2 de mayo de 2011 que las fuerzas militares del país habían abatido al terrorista en un tiroteo en Pakistán. Según el gobierno norteamericano, el cuerpo de bin Laden fue tirado al mar después de comprobar la identidad con el ADN. No fue, sin embargo, hasta finales de 2014 que Obama anunció la retirada de los tropas.

La guerra causó la muerte de unos 17.000 civiles afganos, además de los 13.729 efectivos de las fuerzas de seguridad del país y los 3.520 muertos de las fuerzas militares extranjeras (entre los más afectados, los Estados Unidos -con 2.384 muertos-, el Reino Unido, Canadá o Francia). Muchos más que los que provocó el atentado de las Torres.

Siete grandes atentados en 15 años

Los atentados del 11-S marcaron el inicio del siglo XXI, y lo hicieron de manera trágica. En aquel momento, sin embargo, nadie se esperaba los que vendrían después.

También era 11 de marzo. En este caso, sin embargo, no era en el otro lado del Atlántico. Era en Madrid. Diez explosiones en cadena causaron 191 muertos y 2.062 heridos en cuatro trenes de cercanías. Un año después, en este caso en 7 de julio, cuatro explosiones (tres en el metro y una en el autobús) causaron 56 muertos y 700 heridos en Londres.

Los siguientes diez años Occidente respiró tranquilo, no hubo ningún otro gran atentado. No pasó lo mismo en Oriente, donde los atentados seguían siendo constantes y donde la guerra de Afganistán, iniciada a raíz del atentado del 11-S, y más tarde la de la invasión de Iraq, dejaban muertos constantes.

Finalmente, el 14 de noviembre del año pasado, el grupo terrorista Daesh perpetró una nueva matanza en Europa. Fue en París. Varios atentados en terrazas y en una sala de conciertos de la ciudad dejaron 127 muertos. Y este año, dos más. El primero en Bruselas, en el aeropuerto internacional y en una de las estaciones del barrio europeo, donde murieron 35 personas. Después en Francia otra vez, concretamente en Niza, donde un camionero, que decía actuar en nombre de Daesh, atropelló mortalmente a 84 personas que contemplaban los fuegos en motivo de la Fiesta Nacional del país.

También hubo la matanza de Orlando en junio, donde un hombre, que también decía actuar en nombre de Daesh, atentó contra un club homosexual. Murieron una cincuentena de personas.

¿Cómo ha cambiado el mundo desde entonces?

Un antes y un después. Así podríamos definir cómo ha cambiado el mundo desde entonces. Incluso en nuestra vida cotidiana notamos todavía las consecuencias del ataques. Desde el aumento de la vigilancia en los aeropuertos, hasta la alerta constante de los cuerpos de seguridad. Los atentados que ha habido en los últimos 15 años no han conseguido hacernos más fuertes ni menos vulnerables, pero sí más conscientes.

Como ya sucedió después de 2001, los últimos atentados de este año han hecho aumentar la psicosis generalizada. El miedo a un atentado es constante, como así lo muestran escenas de pánicos como la de este verano en Platja d'Aro dónde el miedo a una acción terrorista causó una estampida. También lo muestran los últimos datos de turismo. Francia ha visto caer sus reservas después de ser golpeada dos veces en menos de un año, y de verse el epicentro de la amenaza.

Ante este clima, Europa ya mira ahora hacia una solución comunitaria contra el terror yihadista que, entre otras medidas, tendría que mejorar la conexión entre los diversos ministerios de Justicia e Interior de los países. Occidente ha tomado conciencia de la necesidad de unir esfuerzos ante esta amenaza. Ante una pregunta tan compleja como es ¿cómo se puede luchar contra alguien que está dispuesto a morir por la causa?, se necesita una respuesta también compleja.