Parece que fuera ayer cuando la llegada de Trump a la Casa Blanca encendía las alarmas de occidente y del mundo. La campaña de las presidenciales norteamericanas ya hicieron saltar a la Unión Europea de hacia la piscina de la derechización pero, además, desde aquel 20 de enero, Europa ya ha vivido dos elecciones excepcionales y de relevancia. La UE lleva perfectamente un año y medio inmersa en una espiral de crecimiento de la extrema derecha y de los partidos nacionalistas de estilo trumpista, pero de momento está sabiendo jugar sus cartas para mantener una mínima estabilidad y asegurarse gobiernos relativamente afines. No obstante, el aumento de la extrema derecha es patente por todas partes, y gobierne a quien gobierne, los pueblos no cambian y sus dificultades no se desvanecen solas, así que “Europa puede estar aplazando su problema sin resolverlo”, sugiere Héctor Sánchez Margalef, investigador especializado del CIDOB.

Después de la tormenta de las elecciones rumanas (que requirieron cuatro meses para llegar a un resultado avalado por los tribunales), Europa presenta una imagen de tendencias conservadoras pero generalmente mansas con el proyecto de Úrsula Von der Leyen. Las únicas voces de extrema derecha con presencia en el gobierno son Giorgia Meloni en Italia, Geert Wilders en Países Bajos y Viktor Orbán en Hungría. Los dos primeros están en gobiernos de coalición que los han hecho rebajar el tono de los discursos, mientras que Orbán ya hace tiempo que va por su cuenta —cosa que no quiere decir que no sea incómodo, pero sí que es una “molestia institucionalizada”. Por otra parte, los dos pilares del edificio europeo (Alemania y Francia) continúan sólidos y, después de la llegada de Merz al gobierno de Berlín y del desenlace en Rumania, los ojos de Bruselas giran hacia su vecino de abajo de cara al 2027: las elecciones presidenciales francesas son el siguiente gran reto.

La calma después de la tormenta: Rumania es un respiro

La primera vuelta de las elecciones del 24 de noviembre pasado en Rumania daba la victoria al independiente Călin Georgescu, que defendía ideas muy similares a las del nacionalista que ganaría la primera vuelta de la repetición de mayo de 2025, George Simion. De noviembre a mayo, la política rumana ha estado impregnada de acusaciones, impugnaciones y de presunta desinformación e intervenciones exteriores, y el país se ha estado debatiendo en una decisión compleja: apostar por Europa o bajar del tren de Bruselas. Finalmente, parece que los rumanos han decidido subirse al vagón europeísta de Nicușor Dan, manteniéndose así en la locomotora de Von der Leyen. La crónica de las elecciones rumanas es digna de repaso: una trama de intereses cruzados con actores extranjeros entrometidos que tiene el aire tenso de una partida de póquer.

Después de la crisis política desencadenada por la anulación de las elecciones de 2024 por presunta injerencia rusa, Rumania vivió unos nuevos comicios en mayo de 2025. En la primera vuelta, el ultranacionalista George Simion lideró con el 40,96% de los votos, pero el centrista Nicușor Dan consiguió una remontada histórica a la segunda vuelta, imponiéndose con el 55% entre acusaciones de Simion de nueva interferencia y compra de votos. El resultado puede interpretarse como apuesta conjunta de las fuerzas proeuropeístas por la continuidad, pero lo cierto es que la respuesta del partido de Simion —impugnaciones legales y reticencias al diálogo— no deja precisamente una sensación de tranquilidad, ni para el país ni para una Europa asmática que se esfuerza por recuperar el aliento. No obstante, hoy por hoy las únicas votaciones a la vista son las presidenciales en Polonia de este junio —determinantes para el gobierno de Tusk— y las parlamentarias en Chequia de octubre —que auguran la victoria del nacionalista Andrej Babiš.

Los 6 países clave de la extrema derecha y el euroescepticismo

Muchos debemos haber olvidado la angustia momentánea que impregnó Europa durante los periodos posteriores a las victorias de Giorgia Meloni a Italia (2022) y de Geert Wilders en los Países Bajos (2023). Un par de años más tarde, parece que los dos han adaptado sus discursos —bastantes radicales en campaña— para amoldarse a la práctica del poder parlamentario. Esta benignidad pragmática es favorable para Europa a corto plazo, pero no dejan de ser manchas en un mapa cada vez más teñido de fuerzas euroescépticas. Actualmente, seis personajes que han mostrado claras reticencias con respecto a la UE ocupan o están cerca de gobiernos nacionales. Aparte de Meloni y de Wilders, también hay que mencionar el incontestable Viktor Orbán (que hace quince años que está al frente del gobierno húngaro), Robert Fico (Eslovaquia), Andrej Babiš (Chequia) y Karol Nawrocki (Polonia). En primer lugar, la coalición italiana de derechas liderada por Meloni y la superalianza holandesa son casos paradigmáticos del arte del parlamentarismo —especialmente el segundo. Los Países Bajos tardaron más de medio año al formar una coalición con cuatro partidos de ideologías muy distintas y con un primer ministro independiente, Dick Schoof. Todo para evitar que el partido de Geert Wilders (PVV) gobernara después de salir primera fuerza.

Los casos de Polonia, Chequia y Hungría son más complejos. “El advenimiento de la extrema derecha es un fenómeno global, pero es importante comprender los factores contextuales de cada región”, recuerda Héctor Sánchez. En primer lugar, la apuesta de Donald Tusk para realinear Polonia con la UE ha sido entorpecida desde el primer día por el presidente Andrzej Duda (del partido de la oposición, el PiS). Así pues, la segunda vuelta de las presidenciales son clave para la consolidación del proyecto del gobierno de la Coalición Cívica liderada por Tusk. El presidente polaco tiene derecho a veto a las leyes del gobierno, y eso hace que la elección de este domingo 1 de junio —entre los candidatos Rafał Trzaskowski (Plataforma Cívica) y Karol Nawrocki (PiS)— sean determinantes para el futuro del país exsoviético. Por otra parte, las otras votaciones generales previstas para este año son en Chequia, donde también asoma la cabeza Andrej Babiš, un multimillonario declaradamente euroescéptico y conservador del partido nacionalista Alianza de Ciudadanos Descontentos. En caso de victoria, el centro geográfico de UE se sumaría a Italia, Holanda y Hungría, convirtiéndose en la cuarta fisura del proyecto europeo. El último caso de análisis es el más raro, pero no por eso menos relevante: hablamos de la curiosa socialdemocracia eslovaca. Robert Fico lidera Smer (el partido socialdemócrata eslovaco), pero sus declaraciones se han ido desmarcando de la ideología tradicionalmente asociada a estas formaciones. Los ideales que representa Fico actualmente son nacionalistas populistas, y él es euroescéptico y antiestablishment y mantiene un discurso duro contra la inmigración y las políticas de Bruselas. Con eso se puede decir que Eslovaquia, a pesar de tener un gobierno aparentemente afín en la UE, ha tomado un camino parecido al de Hungría y se constituye así como otro quebradero de cabeza por Von der Leyen.

Punto de mira en Francia 2027

El caso rumano, pues, se adhiere a la tendencia a la fragmentación y al euroescepticismo generalizado, añadiendo así un vitral resquebrajado más al mosaico europeo, que cada vez tiene más disidencia interna y se encuentra más polarizado. Sin embargo, las únicas elecciones previstas dentro de las fronteras occidentales hasta el 2027 son las polacas, las checas y las noruegas —que no suponen ninguna gran preocupación. Con este telón de fondo, Úrsula Von der Leyen hace tiempo que sabe perfectamente cuál es la siguiente cita crucial para el futuro de Europa: la atención está puesta en el corazón republicano del oeste, órgano vital del organismo europeo.

Abril del 2027 está marcado en rojo en los calendarios de todas las oficinas de Bruselas, y es natural: las presidenciales francesas no solo son significativas por ellas mismas, sino también porque la situación del país es realmente excepcional. En primer lugar, el caso Le Pen pasó muy desapercibido por la importancia que tiene en términos políticos. La Constitución francesa no permite al presidente ejercer más de dos mandatos seguidos, así que Emmanuel Macron no será el candidato de Renaissance, que gobierna el país de su mano desde 2017. Según las encuestas, la gran alternativa para los franceses es la Agrupación Nacional, partido que hasta hace poco lideraba Marine Le Pen, pero que ha quedado pendiente de renovación a raíz de la sentencia inhabilitando del Tribunal Correccional de París, del pasado marzo. Así pues, Francia afronta unos comicios cruciales sin caras conocidas, así que habrá renovación le pese a quien le pese —solo queda saber si será solo de figura o también de partido.

Además, la nueva Francia está destinada a convertirse en el primer peso clave en la balanza que marcará el rumbo de las elecciones posteriores, que no son ni pocas ni irrelevantes. El año y medio de reposo de Europa se cobrará con un 2027 intenso: España tiene convocatoria en julio, Italia en septiembre y Países Bajos en noviembre (además de Suiza, Eslovaquia, Grecia, y Finlandia, que también esperan comicios ese año). Así pues, el resultado del referéndum francés tiene potencial para ser notablemente epidémico a la hora de determinar la trayectoria de la Unión Europea. Por último, cabe mencionar que unos meses antes de que los franceses vayan a las urnas habrá habido elecciones de medio mandato a los Estados Unidos (noviembre 2026), que también pueden ser trascendentales a nivel de occidente.

Ese panorama es el que afronta el conglomerado europeo, que ve cómo la gobernanza le resbala lentamente de las manos sin dejar de aferrarse a él. ¿Podrá Europa reinventarse (como hace años que no hace) para salir de la estela del crucero estadounidense? O, una vez más, ¿se dejará llevar por su corriente? Mientras no lo descubramos, lo poco que podemos hacer es preguntarnos por quién hay en el tablero de juego, estudiar a los jugadores y, sobre todo, identificar cuáles son nuestros puntos débiles.