Cuando llega noviembre, el mundo del clima dirige sus ojos hacia la ciudad que acoge la cumbre anual de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, la conocida COP. Este año, los focos se desplazan hasta el norte de Brasil, a Belém, donde el presidente Luiz Inácio Lula da Silva quiere que la Amazonia –el pulmón verde del planeta– sea el centro simbólico y político de este nuevo encuentro global.

Pero, después de treinta ediciones, la sensación de déjà-vu es inevitable. Una vez más, los gobiernos prometen “pasar de las palabras a los hechos”, mientras las emisiones continúan aumentando y los objetivos del pacto de París parecen lejos de cumplirse. Además, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha vuelto a poner en duda el compromiso de los Estados Unidos con el Acuerdo de París, del cual ya se ha retirado por segunda vez.

Después de que la COP29 de Bakú completase el reglamento técnico del Pacto de París, muchos expertos se preguntan si estas cumbres todavía tienen un papel real. Sin embargo, figuras como Debbie Hillier, responsable de políticas climáticas en la ONG internacional Mercy Corps, defienden su vigencia: “Puede ser frustrante, pero el cambio climático es un reto global. Necesitamos un espacio donde todos los países puedan trabajar juntos.”

Sus palabras encuentran eco en Cosima Cassel, del grupo de investigación climática E3G: “Antes del Acuerdo de París íbamos camino de un calentamiento de 4 °C. Ahora estamos en 2,7 °C. No es suficiente, pero es un progreso real”.

La “COP de Adaptación”

Sin un gran tema central como en años anteriores, la COP30 se vislumbra como la “COP de la adaptación”. Con 3.600 millones de personas altamente vulnerables a los impactos del clima –inundaciones, sequías, incendios o huracanes–, la necesidad de adaptarse se ha vuelto urgente. Sin embargo, los fondos destinados a esta tarea han caído: de 26.000 millones de euros en 2022 a 24.000 millones de euros en 2023, según la ONU. Los expertos calculan que habría que multiplicar esta cifra por doce o catorce para cubrir las necesidades reales.

Brasil quiere aprovechar la cumbre para impulsar un acuerdo global sobre los indicadores de adaptación –un centenar de métricas para medir los avances– y para renovar el compromiso financiero alcanzado en Glasgow, donde los países ricos prometieron duplicar la ayuda para adaptación hasta los 37.200 millones de euros. Esta promesa expira este año, y los países en desarrollo piden triplicarla para alcanzar los 279.000 millones de euros anuales en 2030.

El reto financiero y la agenda de los bosques

La realidad, sin embargo, es que los países donantes llegan con las arcas vacías y con creciente escepticismo político. “Ningún líder occidental ha tenido el coraje de explicar que la ayuda climática es una inversión, no un gasto”, lamenta Rob Moore, también de E3G.

Brasil intentará contrarrestar este desencanto con una iniciativa propia: el Tropical Forest Forever Facility (TFFF), un fondo para premiar a los países que protejan sus bosques. Con el apoyo del Banco Mundial, se busca reunir 23.300 millones de euros en capital inicial y atraer hasta 93.000 millones de euros del sector privado.

“El hecho de que la COP se celebre en Belém pone el foco sobre la deforestación y la pérdida de ecosistemas”, afirma Toby Gardner, del Instituto del Medio Ambiente de Estocolmo. “Es una oportunidad para cambiar de paradigma: pagar por conservar lo que aún tenemos". Quizás la COP30 no sea la cumbre que salve el mundo, pero sí que podría ser la que recuerde que adaptarse también es resistir, y que el futuro de la humanidad, como el de la Amazonia, aún depende de la voluntad de actuar.

 

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