Con las cantidades indicadas en la receta salen entre 50-80 rosquillas, dependiendo de si las hacéis más o menos gruesas. También podéis hacer más cantidad y congelar la mitad de la pasta antes de freír. ¡Cuidado que es un vicio! Si te comes una... ¡te comerías dos!
500 g de harina de repostería
3 huevos
150 ml de leche
150 ml de aceite suave
150 ml de anís
60 g de azúcar
1 sobre 16 g de levadura química en polvo
1 sobre gaseosa (opcional)
1 tubito de espíritu de lima (opcional)
Variantes:
Se pueden rebozar con una mezcla de canela en polvo y azúcar
Se pueden cocer en el horno en lugar de freírlos
Preparad todos los ingredientes.
Romped los huevos dentro de un bol.
Muy bien, que no haya cáscaras, ¿eh?
Ahora poned la leche.
El aceite, de oliva pero suave de sabor, aunque se puede hacer con aceite de girasol también.
El anís.
Mezclad con fuerza los huevos, la leche, el aceite y el anís. Ahora tenéis que poner el azúcar también, pero yo me he olvidado y lo he puesto junto con la harina. En este caso, no hay demasiado impacto en el resultado.
Muy bien.
Ahora ponéis la harina.
Y el azúcar.
Y la levadura química.
Removedlo bien.
En un momento dado, tendréis que empezar a utilizar las manos, ya que empezará a endurecerse la mezcla y con una varilla no haréis nada.
Pasad la mezcla a la mesa, con harina.
Mezcladlo bien.
Si hace falta, poned una pizca más de harina hasta encontrar la textura perfecta.
Ya podéis ir poniendo el aceite para freír a calentar.
La textura es correcta. Tiene elasticidad.
Cortad un trozo.
Este trozo, cortadlo en porciones.
Y ahora estirad cada porción.
Cortad las tiras y haced las rosquillas.
Sólo las tenéis que unir apretando con fuerza las esquinas.
Reservadlas que no se toquen entre ellas.
Esta masa no tiene que fermentar, por lo tanto se puede freír directamente, pero es mejor tenerlas casi todas hechas si tenéis el aceite caliente (si no os ayuda nadie quiero decir), ya que tendréis que estar pendientes del fuego.
Cuando el aceite esté bien candente, tirad con cuidado las rosquillas.
Si hacéis que la pasta entre con contacto con el aceite poco a poco no os salpicará.
Dejadlas dorar por un lado un par o tres de minutos.
Lo mismo por el otro lado.
Y una vez escurridas, ya las podéis sacar.
Reservadlas sobre un papel absorbente y haced una nueva tanda.
Cuando la rosquilla todavía esté caliente, pero no queme, azucaradlas. Si están frías os costará más.
Con el azúcar, ya las podéis colocar en un plato o bandeja para servir.
¡Y aquí las tenéis!
Se pueden comer recién hechas, todavía tibias o frías. Cuando están recién hechas la textura esponjosa puede recordar la de un buñuelo de cuaresma, pero con el paso de las horas se endurecen mucho más.
Como os decía, tendrán que pasar unas cuantas horas (al día siguiente) para que la rosquilla se endurezca el suficiente y adquiera la textura que todos tenemos en la cabeza. Por lo tanto, están buenas hechas al mismo día y todavía más al siguiente.
¡Buen provecho!