Hace diez mil años el trigo era sólo una hierba silvestre, una de las muchas que poblaban la Tierra. Pero, progresivamente, el ser humano fue esparciéndolo hasta convertirlo en el alimento más cultivado del mundo. En términos evolutivos, explica Yuval Noah a su bestseller Sapiens, el trigo domesticó al Homo sapiens -sí, él a nosotros, y no al revés-. Sea como sea, el trigo dominó primero Oriente Medio. Después África, Asia y Europa. Y, finalmente, las Américas, donde llegó el 12 de octubre de 1492 a bordo de alguna de las naves de Colón. Con aquellos primeros viajes de ida y vuelta del nuevo y el viejo continente se iniciaría la revolución alimentaria más importante desde el descubrimiento del fuego, con unas consecuencias que se hacen evidentes cada día, en cada mesa y despensa del mundo. Sólo si nos fijamos en nuestra cocina descubriremos que una gran parte es fruto de aquella revolución, como el pan con tomate, la escalivada, el romesco o las judías con butifarra. Hoy más que nunca, el debate sobre la colonización y la descolonización es absolutamente necesario, pero hay que abordarlo también desde el estómago.

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Maíz / Wikipedia

Rosas, rositas o palomitas

El segundo alimento más plantado en el planeta, después del trigo, es el maíz. En su primer viaje, el mismo Colón recogió algunas mazorcas y notó que los nativos americanos las comían e incluso hacían sombreros con rosas. Sí, rosas. También llamadas roses, rositas, rosetas, flores, cotufas, roscas, tostones, bufas, moquetes, flocos de millo, pipocas, crispetas, canguil, cabritas, pochoclo, pororó, pajaretas, palomas, palometas y palomitas. Pero, ¿por qué rosas?

Me puedo imaginar a Colón picando rosas con alguna nativa, frotándose mutuamente los dedos en la profundidad de una cesta 

Cuando el grano se calienta hasta 175 ° C, el agua del interior se convierte en vapor que genera unas presiones internas tan grandes que hacen explotar el grano. La forma resultante es bastante conocida, y si no te has parado a escudriñar minuciosamente la forma de una rosa, o rosita o palomita, es justamente por su cotidianidad. Pero, si lo haces, te quedarás boquiabierto de su caprichosa belleza y, posiblemente, su silueta te evoque una flor. Los castellanos vieron palomas blancas, de aquí palomitas, y otros mariposas o ángeles. Al igual que mirar las nubes, adivinar las formas de las rosas es un juego divertidísimo. Y compartir un bol de rosas con alguien es el preludio perfecto de una noche de pasiones; me puedo imaginar a Colón picando rosas con alguna nativa, frotándose mutuamente los dedos en la profundidad de una cesta.

HONEYMOON PROJECT

En 1992, el artista catalán Antoni Miralda celebró una gran boda entre dos amores imposibles: la estatua de la Libertad de Nueva York, símbolo de la emancipación de la metrópoli, y la estatua de Cristóbal Colón de Barcelona, símbolo de la conquista. Aquel proyecto artístico, de nombre Honeymoon, hizo reflexionar de manera lúdica y participativa sobre el impacto del intercambio de alimentos entre el nuevo y el viejo mundo, un enfoque siempre presente en los trabajos de la fundación Food Cultura (www.foodcultura.org), fundada por el mismo artista y la cocinera Montse Guillén. Entre 1986 y 1992, algunas ciudades como Venecia, París o Nueva York ofrecieron sus presentes a los novios en un gesto de consentimiento de su matrimonio. Venecia paseó un zapato-góndola con doce novias por sus canales. París erigió un pastel de bodas de casi veinte metros de altura frente a la Torre Eiffel. Y Nueva York ofreció una colcha nupcial de 18 x 15 metros que desfiló por la quinta avenida.

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Cubrecama nupcial desfilando por la quinta avenida / Food Cultura

Miralda me comenta que la ciudad de Barcelona no hizo ningún regalo oficial a los novios más allá de fabricar el velo de tul, de 95 metros de altura, y el ramo de la novia, un olivo engalanado del patio de la Fundación Miró. Dada la trascendencia de aquella unión matrimonial, me pregunto si aquel ramo fue lo suficientemente importante. Ahora que llega Sant Jordi, y si concibiésemos los 7 millones de rosas que se regalarán en Cataluña como un ramo póstumo para los novios? Y si, en vez de dejarlas marchitar en algún rincón de casa, las ofreciéramos a la estatua de Colón? Pensándolo bien, también podríamos lapidarlo con rosas, rositas o palomitas, y como quien lanza el arroz, rememorar aquella boda y una de las performances más ambiciosas de la historia del arte.

Hoy más que nunca, el debate sobre la colonización y la descolonización es absolutamente necesario, pero hay que abordarlo también desde el estómago