He leído El futur de la humanitat de Eudald Carbonell y, claro está, no estoy para celebrar nada, hoy. No hablo del pesimismo que destila el libro, sino más bien de la reflexión que provoca. Según Carbonell, la humanidad ha superado dos revoluciones con cambio de paradigma, pero esta tercera – la revolución científico-tecnológica – puede ser tan agresiva que nos podría aniquilar como si fuéramos un dinosaurio cualquiera. Podemos, sin embargo, adelantarnos a los acontecimientos y prepararnos para una anunciada hecatombe con la intención, cuanto menos, de retrasar el final al máximo. ¿Hay soluciones? Hay, por lo menos, alternativas. Dos puntos del libro me han causado un impacto especial, porque tratan de mi tema.

La cocina es la génesis de la hominización y de la humanización. De la primera, porque cocinar modificó nuestro cuerpo hasta el punto de hacernos pasar de fase: de homo erectus a sapiens. Ya lo he explicado otras veces en estas páginas sin embargo, de la misma manera que volver a hacer un plato ayuda a memorizar los pasos de la receta, volver a explicar cómo la cocina nos hizo Sàpiens es una manera de homenajear tanta sabiduría adquirida a golpe de cucharón. Lo que he explicado otras veces es que cocinar ablanda los alimentos y, por lo tanto, hace la función de la primera parte del proceso digestivo, y así ahorramos la energía que nuestro organismo necesitaría en esta parte del proceso para destinarla a alimentar el cerebro y agrandarlo. Nos vamos hacemos más inteligentes cuando empezamos a cocinar.

Explicar cómo la cocina nos hizo Sàpiens es una manera de homenajear tanta sabiduría adquirida a golpe de cucharón

Y es inicio de la humanización porque uno de los anhelos de la humanidad ha sido durante toda nuestra historia tener suficiente comida siempre y para todos. La cocina higieniza los alimentos y evita infecciones, alarga la esperanza de vida y mantiene el número de individuos de la tribu. Por otra parte, la técnica de conservación de los alimentos hace que alarguemos la vida útil de los que son perecederos y así podemos disponer de ellos en momentos de escasez.

Incidimos todavía más en aquello que decíamos de los alimentos ablandados. Se facilita la digestión y, también, el hecho de que los más débiles y los ancianos sobrevivan más tiempo. Fundamenta la solidaridad y facilita que los ancianos, con más conocimiento y experiencia, liberados de la acción inmediata, puedan emplear el tiempo en la generación de un pensamiento simbólico que es fundamental para el cambio de paradigma, para la civilización.

Cocinar es adaptarse al medio. Nuestro organismo no puede sintetizar algunas semillas y algunos frutos si no están cocidos. No podemos comer arroz, legumbres ni patatas en crudo. Moriríamos. Solo los podemos comer cocidos. La cocina nos ha permitido adaptarnos y sacar provecho de los recursos del entorno y, por lo tanto, asentarnos en cualquier rincón del mundo.

Tenemos que agradecer a los predecesores que hayan sido audaces experimentando con la cocina

Por lo tanto, tenemos que concluir que la cocina nos fortaleció como especie y fue clave en el dominio del planeta. Pero, aparte de transformar los alimentos con las consecuencias ya mencionadas, la cocina hace que los alimentos sean más sabrosos y agradables. Es decir, genera cultura. La combinación de alimentos y las técnicas son la receta, un corpus de conocimiento muy valioso resultado de la experimentación que las generaciones han custodiado y han transmitido como el tesoro que es. Ninguna generación previa ha sido tan soberbia como la nuestra para considerarse creadora, o con el derecho a modificar la esencia, del corpus culinario. Lo que hemos recibido es el poso de todas las probaturas de nuestros antecesores, los platos exitosos. Tenemos que agradecer a los predecesores que hayan sido audaces y atrevidos experimentando con la cocina y abriéndonos camino. Es terriblemente triste observar cómo tiramos tanto conocimiento en la basura, para considerarlo obsoleto y anticuado.

Perdemos habilidades culinarias, tradiciones, aquello que nos ha hecho ser como somos, para pasar a depender de una aséptica, extractiva industria alimentaria. Si perdemos el cucharón perdemos la libertad y, ya que estamos, perdemos también una parte muy importante del conocimiento que nos hizo humanos.