Una vez, hace años, Raffaella Carrà dijo en una entrevista de radio que Italia era el país más importante del mundo porque era en Italia donde habían nacido todas las cosas que hacen bonita la vida. El periodista le dio la razón, pero también le recordó que en Italia también se había gestado el fascismo. "Sí, claro está. Pero también lo pusimos patas arriba", respondió ella. Artista icónica y militante abiertamente comunista, a la diva de Bolonia no le faltaba razón: el 27 de abril de 1945, dos días después de que los partisanos recuperaran Italia de los últimos reductos controlados por nazis, Benito Mussolini fue capturado por la Resistencia y al día siguiente fue fusilado en Milán, colgado públicamente boca abajo en la Piazza Loreto.

Con aquella muerte acababa la pesadilla de más de dos décadas de fascismo en Italia, sí, pero también la mala fama pública y oficialista de uno de los tesoros más preciados de la gastronomía italiana: la pasta. Por eso, todavía hoy, hay que en Italia consideran comer macarrones, lasaña o tortellinis como un acto casi antifascista.

Spaghetti contra la tiranía

Dos años antes que Mussolini acabara colgado como una secallona de Vic, el 25 de julio de 1943 el rey Victor Manuel II, que le había reído las gracias al Duce durante dos décadas, lo destituyó y designó el mariscal a Badoglio como nuevo jefe del gobierno italiano. Aunque eso no significara el fin de la guerra ni de las garras nazis sobre medio país, que el fundador y líder del fascismo italiano fuera destronado del poder era un motivo de alegría. Al saberse la noticia, inmediatamente dos hermanos de un pequeño pueblo de Emilia-Romagna prepararon kilos y kilos de pasta y salieron con toda aquella comida a la plaza mayor de Campegine. Aquel día, un 25 de julio de 1943, los hermanos Cervi festejaron la caída de Mussolini invitando a sus vecinos del pueblo a un plato de espaguetis.

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Cartel oficial de la Pastasciutta Antifascista 2021 en San Cataldo.

Desde aquel día del cual pasado mañana se cumplirán ochenta años, cada verano son muchos los pueblos de Italia que celebran el día de la Pastasciutta Antifascista con una comida popular –y gratuita- idéntica a la de los Cervi: con pasta, burro e formaggi. La fiesta tiene el apoyo de la Asociación Nacional de Partisanos Italianos y se convierte, verano tras verano, en una curiosa y gastronómica manera de recordar la Resistencia italiana durante la II Guerra Mundial y el inicio del fin del totalitarismo. Una manera festiva y alegre de afianzar, sentados en la mesa, los valores del antifascismo que aquel 25 de julio de 1943 empezaron a ganarle la partida al fascismo: la libertad, la democracia, la tolerancia hacia los otros y la camaradería con los vecinos.

Mussolini no comía macarrones

Los valores del antifascismo son universales, pero hace cien años parecían aburridos y poco modernos a alguna gente. Una de estas personas era Filippo Tommaso Marinetti, el ilustre precursor del futurismo. Su Manifiesto Futurista, el año 1909, supuso una ruptura con el pasado y una apuesta firme por el futuro. "Hay que destruir los museos, las bibliotecas y las academias", decía. "Hay que glorificar la guerra, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor del libertador, las bellas ideas por las cuales se muere y el menosprecio de la mujer", añadía. Evidentemente, el manifiesto fue una bomba en el panorama cultural europeo y fueron muchos los que abrazaron los conceptos, de un vanguardismo radical. Uno de estos jóvenes que se sintió seducido por las ideas de Marinetti era, no se podía saber, Mussolini.

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Mussolini y unos esbirros con cara de apalearte si les preparas unos fettucine al pesto.

Las figuras del uno y el otro se encontraron el año 1919, cuando el Partido Político Futurista de Marinetti pasó a formar parte de los Fasci italiani di combattimento, un grupo paramilitar de combate formado por soldados retirados, revolucionarios ardides, nihilistas descontentos y exconvictos. El milloret de cada casa, vaya. Los fasci se convertirían rápidamente en el núcleo central del Partido Nacional Fascista, creado el año 1921 y protagonista de la marcha sobre Roma de 1922 con la cual Mussolini alcanzó el poder. A partir de entonces y durante casi veinte años, el ideario fascista gobernó Italia con mano de hierro, al mismo tiempo que Mussolini se convertía en inspiración para el nacimiento de otros fascismos europeos, como el nazismo en Alemania o el falangismo en España. Buena parte de este ideario, claro está, provenía de aquellas ideas futuristas de Marinetti.

Marinetti: en el futuro ideal no hay pasta

Como cualquier ideología, el fascismo pretendía marcar un dogma sobre todos los aspectos políticos, sociales, económicos y culturales, por lo tanto, también en todo aquello que hacía referencia a la gastronomía. ¿Cómo tenía que ser la gastronomía italiana, según el fascismo? Una gastronomía sin pasta. Así lo afirmaba el Manifesto della Cucina Futurista firmado por Marinetti el año 1931 y abrazado abiertamente por los mussolinianos. Como el fascismo glorificaba la guerra y aspiraba que todos los italianos tuvieran el cuerpo de un Action Man, el manifiesto clamaba eliminar llleno y conducía a una inactividad impropia de quien quiere comerse el futuro. Además, se asociaba a los napolitanos, sus grandes inventores, y por lo tanto era un alimento que despertaba "la ironía, el escepticismo irónico y el sentimentalismo".

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Un ejemplar del La cucina futurista firmado por Marinetti en el papel de Marc Ribas de la época.

Según los futuristas, la abolición de la pasta liberaría Italia del costoso trigo extranjero y favorecería la economía del arroz, producto propio de la industria italiana. Por este motivo, durante los años treinta en Italia se hacía difícil ver platos de pasta en los restaurantes e incluso Mussolini se enorgullecía de no comer rigatoni de ninguna manera. Con el objetivo de transformarlo todo, el fascismo pretendió desprestigiar posiblemente la riqueza gastronómica más importante y famosa de Italia, pero no salió adelante plenamente. Con su derrota, el año 1945, los italianos recuperaron la pasta como plato nacional y el mundo se permitió seguir disfrutando de los spaghetti, los penne, los raviolis, la lasagna o los gnocchi que hacen tan bonita la vida.

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'Qué penne rigate ni qué mariconadas, macarrones rayados de toda la vida', como diría Santiago Abascal.

Desgraciadamente, sin embargo, el fin del fascismo no comportó su misma extinción. En Italia vuelve a mandar con otro nombre y otra forma, y en España no solo sobrevivió hasta 1975, sino que posiblemente no ha desaparecido nunca del todo y, además, vuelve a ser posible que forme parte del gobierno estatal. La manera más efectiva de frenarlo, hoy que hay elecciones generales, dicen que es votando. Como a los catalanes no nos salvará nadie que no seamos a los propios catalanes, sin embargo, un servidor ejercerá hoy su derecho al voto, claro que sí, a la vez que haré también otra cosa igual de representativa y poco práctica: haciendo gala del absurdo simbolismo nacional que tanto nos define, comeré macarrones gratinados como los que hacía mi abuela Enriqueta y que yo, adaptando la receta, he bautizado como 'macarrones a la Bella ciao'. Sin duda, el plato más antifascista que conozco.