Carme Junyent murió el domingo pasado y, como esta columna se publica precisamente en domingo, a pesar de no ser una noticia de actualidad, no quiero dejar de escribir unas palabras de recuerdo y homenaje. A Carme le había servido alguna vez en Semproniana y, a pesar de que no pude conversar nunca demasiado, enseguida captabas su sabiduría y su simpatía. Así era de cerca. Sí, cuando escribía era contundente y punzante, sobre todo cuando abordaba el tema de que más la preocupaba (y que más nos tiene que preocupar a todos): las lenguas amenazadas de muerte, como el catalán.

Pero no es la lingüista Junyent la figura a destacar, sino la Carme gastrónoma, una de sus aficiones que, quizás, no teníais presente. O quizás sí, porque este último mes de agosto escribió diariamente en Vilaweb unos artículos donde hablaba de los restaurantes que había visitado y de todas las experiencias gastronómicas que la habían impactado o que le habían generado un recuerdo agradable. En esta colección de artículos titulado No patiu per mi Carme hizo un tributo a "las creaciones de tantos cocineros y artesanos de la cocina que dedican su trabajo a hacernos más felices y que, con eso, contribuyen a la convivencia, la bondad y el bienestar de la gente". Y acababa con un agradecimiento que me ha emocionado "Gracias a toda la gente del mundo de la restauración por ayudarnos en todos a ir viviendo". Estas fueron sus últimas palabras y ahora, con su traspaso, toman un sentido todavía más intenso.

Carme era contundente y punzante, sobre todo cuando abordaba el tema de que más la preocupaba (y que más nos tiene que preocupar en todos): las lenguas amenazadas de muerte, como el catalán

A mediados de mes escribió un artículo que leí con avidez, entre otras razones, porque me mencionaba y me sentí muy honrada. Pero, aparte de la mención, lo que lo hace un artículo fundamental es que aborda los que ella denomina "los sabores perdidos", un tema interesantísimo. Dice que los restaurantes acostumbran a dejar recuerdos, pero también dejan añoranzas, cosas que has probado y que no encuentras nunca más. Me ha hecho pensar en un comentario que hace muchos años me hizo Narcís Comadira. Decía Comadira que no había nada mejor que hacer kilómetros para recuperar un sabor, un recuerdo, y saber que lo reencontrarás con seguridad allá donde lo dejaste, una regresión vital que pocas otras experiencias te permiten. No es posible volver en épocas pretéritas, pero la cocina, los alimentos, crean el espejismo.

De eso iba aquella famosa magdalena de Marcel Proust, que en el primer mordisco lo transportó a la infancia y lo empujó a escribir toda su historia. La magdalena removió la memoria e hizo vívidos y actuales recuerdos remotos. Ahora, los restaurantes nos esforzamos en ofrecer nuevas experiencias, la novedad es nuestro motor y nuestro objetivo. Aquello que hemos cocinado y que tantas –o algunas– personas han alabado, ya nos parece obsoleto y queremos impactarles con sabores diferentes y exóticos, a menudo a golpe de tendencia, de manera que muchos hacemos lo mismo y nuestras fronteras se desdibujan. Barcelona es brava, no en el buen sentido, sino en el sentido que en todas partes se comen patatas bravas, del mismo sabor y forma. Salimos de las bravas para caer a las brasas, todo tiene sabor a humo encapsulado y el tiro de la ruleta rusa siempre cae a la ensaladilla.

Decía Comadira que no había nada mejor que hacer kilómetros para recuperar un sabor y saber que lo reencontrarás con seguridad allá donde estaba

Se entiende que los restaurantes hacemos el que podemos y que, en definitiva, tenemos un negocio que tenemos que procurar que funcione, no dejando escapar a ningún cliente. No, no es una crítica es un clamor: tenemos que recuperar nuestro sabor, sobresalir en aquello que dominamos y consolidar una personalidad propia, que sí que nos hará diferentes y únicos. Carme hablaba de todo eso. Hagámosle el homenaje de la pervivencia de los sabores y de las emociones, hoy, que es víspera del día nacional de nuestra cultura.