Ahora que tenemos el verano a la vuelta de la esquina, lo que realmente apetece es acercarse a la Costa Brava y tomarse una buena mariscada, si puede ser cerca del mar y con los pies en la arena. No será el caso, porque el restaurante Cal Campaner está en Roses, pero no a primera línea de mar, ni falta que le hace.
Llevaba unos años, no sé por qué, sin visitar este conocido restaurante de Roses, especializado en pescado y marisco, aunque, curiosamente, guardo buen recuerdo de mis visitas anteriores. Pero, mira tú por dónde, el otro día en mi pueblo, desayunando en el Estanc d'Adrall con mi amigo Paco unos fabulosos platos de tripa de cordero y de vientre de cerdo a la plancha —en mi país al vientre de cerdo lo llaman tacó—, me recordó que en Cal Campaner de Roses siempre se come estupendamente, y, claro, me ha faltado tiempo para reservar mesa y salir corriendo hacia Roses para recuperar el tiempo perdido.

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Joan cocinando en Cal Campaner / Foto: Víctor Antich

Una vez dentro, en la mesa de enfrente, tengo a unos industriales eufóricos hablando de plazos de obra y precios de materiales que piden la carta entera, seguramente cerrando algún acuerdo de mucho dinero. A mi lado, en cambio, la cosa está más divertida, cinco abuelos con la mesa llena de marisco pegándose un atracón de época. Escucho que comentan entre sí, mientras brindan copas en alto: —Si estamos bien de salud, ¿por qué no podemos comer de todo? ¡Faltaría más!

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Peces de San Pedro. Cal Campaner / Foto: Víctor Antich

Animado, como veis, me toma el pedido Anna, que es la hija de Alfons, el fundador de Cal Campaner con su pareja en 1966. Ella empezó a trabajar en el restaurante de muy pequeña, ayudando —como era habitual en esa época— en el negocio familiar. Años después, se incorpora al negocio Joan, marido de Anna, tras una estancia de casi cinco años en el Bulli. De este modo, y a consecuencia de la jubilación de Alfons, ambos toman las riendas del local, para seguir con el legado familiar, manteniéndolo y mejorándolo.

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Gamba de Roses XXL. Cal Campaner / Foto: Víctor Antich

Empiezo con unas ostras de Bretaña con pimienta y limón, y sigo con unas gambas de Roses XXL, que son más grandes que un San Cristo y no tienen nada que envidiar a las gambas de Palamós. Le pregunto a la camarera si son mejores las de Palamós, por aquello de generar debate. Me dice que las de Roses son más simpáticas, aparte de más sabrosas. Bien visto.

Conviene visitar Cal Campaner de Roses regularmente para comer su pescado y marisco a la brasa, pero también como antídoto contra la tontería

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Comedor de Cal Campaner / Foto: víctor Antich

El pescado, me comenta Anna, suele ser siempre de Roses y kilómetro cero, pero a veces, si tienen mala mar en Roses, se lo traen los propios pescadores de Llançà o, incluso, de Santa Pola. La compra de pescado ha cambiado mucho, dice: —Yo antes pedía el pescado que quería, y ahora escojo entre lo que han pescado. No siempre tienen de todo y nos adaptamos a la pesca del día. El pescado y el marisco lo podéis ver siempre en la gran nevera ubicada debajo de la barra del restaurante y así escoger el que más os apetezca.

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Solleta. Cal Campaner / Foto: Víctor Antich

Como la escorpina era demasiado grande para mí solito —pesaba 800 gramos—, escojo y me preparan a la brasa una solleta de tamaño más normal que encuentro excepcional; para acabar con unos chipirones que están para llorar de alegría.

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Chipirones de Cal Campaner / Foto: Víctor Antich

De postre, escojo un platillo con una selección de los mejores pasteles de la casa, todos artesanos y hechos por Joan. Así, me pongo las botas con el de crema catalana, crema de fresa, mousse de limón, mousse de chocolate, pastel de queso y tiramisú.
Me voy contento de la visita a Cal Campaner, todo un clásico de la Costa Brava que conviene visitar regularmente para disfrutar de su cocina, pero también como antídoto contra la tontería.