Josep Tarradellas i Joan fue proclamado el 125 president de la Generalitat el 7 de agosto del 1954, en México, en una votación muy controvertida por parte de un consejo de electores que él mismo había constituido. Antes, Tarradellas se había cubierto las espaldas: había propuesto la Generalitat a personalidades ilustres como Pau Casals, de los que ya conocía la negativa, y había dilapidado el capital político de sus adversarios, principalmente de Serra i Moret, con la excusa de que el president Josep Irla, viejo y enfermo, lo había nombrado conseller primer y otorgado sus funciones. Una vez elegido president de la Generalitat, Tarradellas regresó al Clos de Mosny, en el pueblo de San Martin Le-Beau (Francia), una finca rodeada de viñedos que había adquirido en 1939. Durante los años como president en el exilio, Tarradellas vivió una vida modesta, casi precaria, pero sobre todo anónima. Cuando los políticos catalanes forzaron la restauración de la Generalitat, estos pusieron en marcha la llamada comisión proretorno, que consistió en encartelar Barcelona y Catalunya con la imagen del president, para que los catalanes supieran de su existencia. En 1977 Tarradellas volvió a Catalunya. Una vez oficializada su condición de president (en su interior, ya hacía veintitrés tres años que lo era) su primer discurso fue en castellano. Y, justo después, pronunció su mítico "Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí". Contra lo que se pueda pensar, aquella combinación de palabras le ocupó muchos días de trabajo al president. Durante sus años en el exilio, Catalunya había recibido casi tres millones de inmigrantes españoles y Tarradellas no podía dejarlos de lado. Entre ellos, unos doscientos mil hombres y mujeres provenían de Extremadura.

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Bandera de la Casa Regional Extremeña de Santa Coloma de Farners / Foto: Extremadura.com

Extremadura y La Vera

Extremadura es una tierra yerma y áspera rodeada de horizonte. Desde cualquier posición elevada, bien desde un castillo como el de Trujillo o Medellín, o bien desde un puerto de montaña como el de Monfragüe, el país se proyecta hacia el infinito. En Catalunya, esta sensación sólo se intuye en la plana lleidatana, pero incluso allí los Pirineos dominan el horizonte desde la lejanía. En el norte de Extremadura, sin embargo, el ambiente es bastante diferente. Las montañas de la sierra de Gredos (Sistema Central) llenan de agua los riachuelos y allí donde brota una fuente, los antiguos fundaron un núcleo. En el pueblo de Cuacos de Yuste, por ejemplo, las calles se disponen en torno a una gran piedra granítica de la que sale un agua de extrema pureza, una de las más delicadas que un servidor haya probado. Por esta razón, el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, que gobernaba media Europa y parte de las Américas (es decir, que tenía medio mundo para elegir), decidió instalar aquí su corte y pasar sus últimos días. Esta zona húmeda que los romanos relacionaron con los Campos Elíseos recibe el nombre de La Vera; una comarca de la provincia de Cáceres famosa por elaborar un polvo rojo de sabor ahumado y penetrante: el pimentón de La Vera, uno de los condimentos más apreciados y reputados del mundo. A escala mundial, la calidad del pimentón de La Vera sólo es comparable a la páprika de Hungría, una especia que condimenta casi todos los platos de su cocina tradicional, como el goulash

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Análisis visual y cata del pimentón de La Vera recién molido / Foto: Joan Carbó

"Cuando llega el otoño y el molino empieza a moler los pimientos ahumados de los agricultores, el pueblo entero se ve inmerso en un perfume aterciopelado, como lechoso, de aroma a pimiento seco y humo de encina"

El pimentón de La Vera

El pimiento entró en Europa en 1493 por el monasterio de Sant Jeroni de la Murtra, en Badalona, ​​donde los Reyes Católicos recibieron a Cristóbal Colón al llegar de su primer viaje las Américas (como los tomates, el maíz, las patatas, el cacao, los boniatos, los aguacates o los cacahuetes, los pimientos también llegaron de América). Desde este paraje, se dice que la orden de los monjes jerónimos lo llevó primero al monasterio de La Ñora, en Murcia, y después al monasterio de Guadalupe, en Extremadura. No es casualidad, entonces, que en los alrededores de uno y otro monasterio se produzcan los dos pimentones más importantes de España: el de Murcia y el de La Vera; el primero con una variedad de pimiento dulce y redondeado, llamada bola (Capsicum annum L.) ―las ñoras―, y el segundo con tres variedades de pimientos alargados de nombres jaranda, jariza y jeromín (Capsicum longum L), que son dulces, agridulces y picantes, respectivamente. Más allá de la forma o el carácter picante de las variedades, la diferencia principal entre un pimentón y el otro es el sabor ahumado. En Murcia, donde llueve poco, los pimientos se secan al sol. En cambio, en La Vera, donde en otoño (la época de cosechar los pimientos) diluvia casi a diario, el proceso de secado se realiza en secaderos cerrados. Se trata de unas construcciones tradicionales, muy humildes, de dos plantas, donde en el piso superior se esparcen los pimientos recién cosechados y en el piso inferior se enciende una hoguera con madera de roble o encina. Si el fuego no ha dejado de quemar y los frutos se han ido girando de manera homogénea ―durante la cosecha, el agricultor duerme cada día en el secadero―, al cabo de quince días los pimientos estarán listos para llevar al molino.

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Antigua lata de pimentón de La Vera de antes de la Guerra Civil / Foto: Joan Carbó

"La falta de mano de obra agraria es la causa de graves problemas migratorios en toda Europa, y La Vera no es una excepción"

En Jaraíz de la Vera solo queda un molino de pimentón dentro del pueblo: el de Caballos de Oros. El resto de empresas del sector se han instalado en los polígonos industriales que, como en Catalunya, han proliferado en la periferia de los pueblos. Susana Sánchez, la actual gerente del negocio, me cuenta que en el pueblo nadie quiere que se vayan. La razón es entrañable: cuando llega el otoño y el molino empieza a moler los pimientos ahumados de los agricultores, el pueblo entero se ve inmerso en un perfume aterciopelado, como lechoso, de aroma a pimiento seco y humo de encina. De hecho, me comenta Susana, con la llegada del frío toda La Vera adopta un olor característico; un perfume que sobre todo emociona a aquellos que vuelven a casa después de un largo viaje. Desde 1991, el pimentón de La Vera es un producto amparado por la Denominación de Origen Protegida Pimentón de La Vera, en la que hay actualmente 16 empresas inscritas. Al margen de promocionar y garantizar su calidad, su consejo regulador tiene entre manos un reto faraónico: desarrollar una máquina recolectora de pimientos que no afecte a la calidad del producto final. Actualmente, la falta de mano de obra agraria es la causa de graves problemas migratorios en toda Europa, y La Vera no es una excepción ―el problema no son los migrantes, sino las condiciones infrahumanidad en las que viven mientras hacen de temporeros―. Mientras la máquina no aparece, en Jaraíz de La Vera cada día hay más marroquíes y otros inmigrantes llegados de los países árabes. Ironías del destino, el pueblo de Jaraíz fue fundado durante el Al-Ándalus con el nombre de harā'ith (حرائث), que significa 'campos labrados'.

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Susana Sánchez posa con algunos pimientos secos / Foto: Joan Carbó

"Hay que remarcar que en Catalunya los embutidos se han adobado tradicionalmente con pimienta negra, y no con pimentón"

Reconozco que antes de visitar La Vera su pimentón me despertaba una sensación ambigua. Por un lado, apreciaba su carácter y su capacidad intrínseca de metamorfosear los alimentos más humildes ―una patata hervida aliñada con aceite, sal y pimentón de La Vera es una comida extremadamente refinada―. Por el otro, sin embargo, notaba como este condimento acaparaba el sabor de cualquier receta y desvirtuaba, en la medida que añadía un sabor monótono y excesivamente ahumado, nuestra cocina tradicional. En este sentido, cabe destacar que en Catalunya los embutidos se han adobado tradicionalmente con pimienta negra, y no con pimentón (la prueba de esta afirmación podéis encontrarla en el fuet, la longaniza, la secallona, la somaia, els bulls blanco, negro, de hígado, de monja, de lengua o de riñón, el piumoc, la girella, el llomo curado, las butifarras…). En cambio, en el resto de España, el repertorio de embutidos como el chorizo, la sobrasada o las chistorras, curados con pimentón, son más habituales. Sin embargo, después de visitar La Vera, he notado una predisposición visceral de añadir pimentón de La Vera a todo tipo de recetas; especialmente de la versión picante. Así por ejemplo, la he añadido a los caracoles a la lata, a las gambas al ajillo, al mar y montaña, a la escalivada. A la luz de mi nueva adicción, me pregunto si los catalanes y catalanas de origen extremeño no prepararán el romesco con su pimentón picante. Si fuera así, entendería que lo mantuvieran en secreto; lo he probado y os confirmo que la versión es impactante pero apoteósica. O dicho de otro modo (y perdonad el juego fácil de palabras), la versión es extrema y dura ―¡pica un cojón!―, pero deliciosa.

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Molino artesanal de piedra de Caballos de Oros  / Foto: Joan Carbó