Jordi Tapes Bar es uno de aquellos locales que explican una historia de retorno, de raíces y de transformación. Nació como el Bar Jordi, un bar de pueblo abierto todo el día, con bocadillos, tapas y cafés, como tantos otros. Pero tras esta apariencia modesta se escondía una historia familiar fuerte, tejida por dos generaciones. Jordi y Àngela, los fundadores, pusieron las bases. Su hijo, Cesc Vidal, se fue a formarse a varios restaurantes porque, como él dice, “aquí no había suficiente trabajo”. Aquel viaje le abrió la mente y lo hizo crecer como cocinero. Pero cuando el padre enfermó, decidió volver. Y lo hizo no solo para cuidar a la familia, sino también para coger las riendas del negocio con una nueva mirada.


Desde entonces, la cocina tradicional que había caracterizado el local se vio enriquecida con toques creativos y fusiones inesperadas, especialmente de inspiración oriental. Sin perder nunca el respeto por los sabores de siempre, la carta fue evolucionando hacia propuestas más personales y valientes. La crisis del 2008 fue un revulsivo: la gente empezaba a venir no solo a hacer el café, sino a comer o cenar. Eso impulsó una transformación completa del bar a restaurante.

Restaurando Jordi Tapas Bar / Foto: Jordi Àvila
El bacalao con chanfaina / Foto: Jordi Àvila

Más adelante, la pandemia fue un punto de inflexión clave. A pesar de dos meses cerrados, se apostó por el takeaway y la entrega a domicilio, repensando la carta para que los platos funcionaran a domicilio. “Llegamos a repartir por todo el Empordà y fidelizamos mucha clientela nueva”, explica Cesc.

Restaurando Jordi Tapas Bar / Foto: Jordi Àvila
Los mini tacos con costillas de cerdo / Foto: Jordi Àvila

La oferta actual del restaurante combina platos de memoria y creación con un respeto profundo por el producto. El bacalao con chanfaina (8,80 €) es una muestra de cocina de fuego lento y de sabor suave y elegante, con el pescado meloso y la chanfaina confitada con paciencia. Los mini tacos con costillas de cerdo (13,80 €) tienen un toque gamberro y sabroso: carne deshilachada en marinada intensa, con un punto picante que invita a repetir. La alcachofa con vieira y parmentier trufado (14 €) es un bocado sofisticado y equilibrado: texturas que contrastan y sabores que bailan entre mar y tierra. Los calamarcitos picantes (7,80 €) llegan con un aroma que hace salivar: guisados al punto, con una salsa rabiosa pero contenida.

Restaurando Jordi Tapas Bar / Foto: Jordi Àvila
La alcachofa con vieira y parmentier trufado / Foto: Jordi Àvila

De postres, se puede escoger entre el clásico xuixo de Girona (7,50 €), crujiente y rellenado con crema caliente, o el sorprendente cheesecake Monki (5,50 €), cremoso, fresco y con un toque cítrico muy acertado.

Restaurando Jordi Tapas Bar / Foto: Jordi Àvila
Los calamarcitos picantes / Foto: Jordi Àvila

El año pasado, el local se reformó de cabo a rabo. Se tiró al suelo y se levantó de nuevo, ganando espacio y comodidad, pero sin perder la esencia. La barra nueva, por ejemplo, combina baldosa catalana de la Bisbal con la madera original del padre, restaurada y exhibida como homenaje. Este respeto por los materiales y por los oficios locales forma parte del relato que se quiere construir: el de un restaurante arraigado, pero con empuje.

Restaurando Jordi Tapas Bar / Foto: Jordi Àvila
El clásico y delicioso xuixo de Girona / Foto: Jordi Àvila

Al fin y al cabo, Jordi Tapes es una metáfora del retorno y de la continuidad. Heredar el negocio de los padres no es solo seguir un camino, sino redibujarlo con gratitud y coraje. Volver a casa puede ser una decisión valiente, sobre todo cuando se revuelve para cuidar, para mirar a la gente en la cara, para servirla con estima. Y es eso, al fin y al cabo, lo que se come en este restaurante: cocina honesta, hecha con raíces y mirada, como quien vuelve para quedarse.