Hay rincones en Catalunya que parecen suspendidos en el tiempo, lugares dónde la historia no solo se explica, sino que se respira a cada paso. Vallespinosa es uno de estos tesoros escondidos. Un pueblo minúsculo, con menos de cincuenta casas, escalonadas bajo lo que queda de su castillo, donde la piedra habla y el silencio parece tener eco. Si alguna vez has soñado perderte por un pueblo de piedra, con calles tan estrechas que casi puedes tocar las dos paredes con los brazos abiertos, y un castillo vigilante desde encima de la montaña, prepara la mochila: Vallespinosa te está esperando. Desde La Tumbona, la sección veraniega de Elnacional.cat te traemos todos los detalles para disfrutar de esta visita al máximo.
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Un pueblo pequeño con mucho encanto
Situado en la Conca de Barberà, en el municipio de Pontils, Vallespinosa es de aquellos destinos que no se improvisan: se llega expresamente, atravesando carreteras pequeñas que serpentean entre montañas, hasta que, de repente, aparece como una postal medieval. Este pequeño núcleo de la Conca de Barberà, agregado a Pontils, parece dibujado con pluma en un viejo pergamino. Casas pequeñas de piedra, hechas en la umbría para refugiarse del sol, y callejuelas sinuosas que suben y bajan siguiendo la pendiente hasta los restos de su antiguo castillo. Un escenario que, si cierras los ojos, todavía te podría hacer oír|sentir la resonancia de caballos, mercaderes y alguna discusión feudal.
Qué hacer y ver en Vallespinosa
Hay rincones en Catalunya que no solo explican historia, sino que la guardan intacta dentro de sus muros. Vallespinosa es uno de ellos. Un pueblo diminuto —cuarenta casas, como mucho—, encajado en un valle y escalonado bajo lo que queda de su castillo. Un lugar donde la piedra, el silencio y el olor de bosque se mezclan con siglos de memoria.
Un castillo que todavía vigila desde arriba
Documentado ya el año 1030, el castillo de Vallespinosa fue dominio de los Cervelló y más tarde de los Biure. Vivió siglos de esplendor, de pactos reales y de batallas, hasta que en 1648 fue saqueado y destruido. Hoy solo quedan restos, pero todavía corona el pueblo y le da aquella presencia que parece decir: "yo estaba aquí mucho antes que tú".
A sus pies, casas pequeñas, hechas en la umbría para protegerse del sol, forman calles estrechas y sinuosas. Al lado del castillo, los restos de la antigua iglesia románica de Santa Maria. Y, en el centro del pueblo, la pequeña iglesia de Sant Jaume, de una sola nave, modesta pero cargada de encanto.
Paseos cortos pero llenos de encanto
Vallespinosa es de aquellos sitios que se tienen que caminar poco a poco. Aquí todo es detalle: un portal con arco, un escudo esculpido, una ventana minúscula con geranios.
A solo medio kilómetro, siguiendo el camino hacia Selmella, está la fuente de Vallespinosa, al lado del torrente de Coma de Vaca. Si vienes desde el ccuello de Deogràcies, antes de entrar en el pueblo puedes visitar el vecindario de las Eres, con masías antiguas como Cal Nicolau —todavía luciendo el escudo nobiliario de los Biure—, la fuente y los antiguos lavadores.
Y si te gusta la arqueología rural, no te marches sin ver los restos de los dos antiguos molinos: el molino de Vallespinosa y el molino del Racó, escondidos entre vegetación y recuerdos de agua.
Qué más ver cerca de Vallespinosa
Vallespinosa es solo uno de los ocho núcleos que forman el municipio de Pontils: Pontils, Santa Perpètua de Gaià, Seguer, Vallespinosa, Viladeperdius, Sant Magí de la Brufaganya, Valldeperes y Montalegre. Todos están rodeados de bosques frondosos y comparten una historia rica y a menudo marcada por castillos e iglesias románicas.
Los amantes de la naturaleza tienen aquí un paraíso: se puede recorrer el camino de las tierras del Gaià, subir hasta Sant Miquel de Montclar —una de las 100 cimas más emblemáticas de Catalunya— o perderse por el entorno de Sant Magí de la Brufaganya, con sus fuentes y leyendas.
Cómo llegar a la Conca de Barberà y a Vallespinosa
En coche puedes llegar a Vallespinosa por diferentes rutas, según el punto de partida. En todos los casos, una vez en Montblanc, solo queda seguir por carreteras locales hacia el coll de Deogràcies hasta llegar a Vallespinosa
- Desde Barcelona, tienes dos opciones: seguir la AP-7 dirección Lleida – Zaragoza hasta enlazar con el AP-2 y salir a la salida 9 (Montblanc – l'Espluga de Francolí), o bien tomar el A-2 hasta la salida 532, pasando por Montmaneu, Sant Guim de Freixenet y Santa Coloma de Queralt, y desde aquí continuar por la C-241 hasta Montblanc.
- Desde Girona, la ruta más rápida es la AP-7 hasta conectar con el AP-2, salida 9 – Montblanc – l'Espluga de Francolí.
- Desde Lleida, puedes seguir el AP-2 hasta la salida 9 o bien la N-240 dirección Tarragona hasta Montblanc.
- Desde Tarragona, hay varias alternativas: N-240 dirección Lleida hasta Montblanc; T-11 cabe en Reus y después C-14 hasta Montblanc; o bien lo A-27 hasta Valls y después la N-240 por el coll de Lille.
En tren puedes llegar a la Conca de Barberà con las líneas de Rodalies que conectan Barcelona (Estación de Francia) con Lleida: la R13, que pasa por Valls, o la R14, que lo hace por Tarragona y Reus. Si prefieres la alta velocidad, el AVE, l'Alvia y el Avant llegan hasta la estación del Camp de Tarragona, desde donde hay conexión con autobús hasta Valls.
En autobús hay varias empresas cubren la zona (autocares Plana|, Monbus y Transport comarcal de la Conca de Barberà).
Consejos para la visita a Vallespinosa
Para disfrutar al máximo de Vallespinosa, es recomendable llevar calzado cómodo, ya que las calles son de piedra y con pendiente. Si vas en verano, llévate agua y protección solar, especialmente si quieres hacer alguna excursión por los alrededores. Fuera de temporada es cuando el pueblo despliega su silencio más auténtico, solo roto por el canto de los pájaros. Y si tienes tiempo, combina la visita con Santa Perpètua de Gaià o el santuario de Sant Magí de la Brufaganya, los dos a pocos kilómetros.
Vallespinosa no es solo un destino, es una pequeña pausa en el tiempo. Piedra, naturaleza e historia conviven aquí como si no hubieran sentido nunca el paso de los siglos, y quien llega casi siempre se marcha con una promesa silenciosa: la de volver.