Singapur tiene fama de ser uno de los países más desarrollados del mundo. Sin embargo, no todo lo que se dice sobre esta ciudad-Estado son elogios a su seguridad y a la imagen futurista que desprende: detrás de esta postal impecable se esconde un estricto código de normas que puede coger por sorpresa a más de un turista desprevenido. ¿Comer chicle? Multa. ¿No tirar de la cadena? Multa. ¿Hacer un grafiti en una pared? Mejor que no se te ocurra. Si en algún momento te has planteado visitar este particular destino del sureste asiático, no te pierdas el artículo que te ofrecemos hoy desde La Gandula de ElNacional.cat.
El chicle, enemigo público número uno
En este país de 6 millones de habitantes, masticar chicle por la calle comporta una multa de hasta 3.000 euros. No hace falta que lo tires en el suelo, el simple hecho de tenerlo en la boca ya es un hecho punible aquí. Solo está permitido hacerlo con receta médica y finalidades terapéuticas, así que olvídate de masticar chicle por vicio o para calmar los nervios. Esta prohibición viene de los años 90, cuando el metro acababa de estrenarse y alguien decidió tapar los sensores de las puertas automáticas con goma de mascar. Aquello fue la gota que hizo colmar el vaso de la paciencia singapurense, y se impuso una prohibición total. Quien quiera chiclé, que se vaya a Malasia.
No te olvides de tirar de la cadena
En Singapur, todo está tan regulado que a veces parece que vivas dentro de un manual de instrucciones. Por ejemplo, si te olvidas de tirar de la cadena después de utilizar el lavabo en un lugar público, puedes recibir una multa de 150 euros. ¿Suena exagerado? Quizás sí, pero ellos lo ven como una cuestión de higiene nacional. Hay carteles, inspectores e incluso cámaras controlando que la gente trate los lavabos con el máximo de higiene.
Alerta a los fumadores
Si en lugar de masticar chicle tienes el vicio de fumar y cometes el error de hacerlo en espacios no autorizados (como a cinco metros de una parada de autobús), prepárate para una sanción que puede costarte más de 700 euros. Y si te enganchan tirando una colilla al suelo, te pueden obligar a hacer trabajos comunitarios vestido con un chaleco fluorescente, para que no puedas escapar de la vergüenza. Definitivamente, el civismo aquí es una cuestión trascendental.
Mejor bajar las persianas de casa
Una de las otras perlas que ofrece la ley de Singapur es la prohibición de andar desnudo por tu casa o por la habitación de un hotel. Si alguien te ve por la ventana sin ropa, te pueden denunciar por exhibicionismo y hacer frente a sanciones de al menos 100 euros. Así que si tienes calor, mejor baja las persianas antes de sacarte la ropa.
Golpes de bambú en el culo, el castigo reservado a los grafiteros
En la mayoría de los países, pintar un grafiti comporta una multa y, como mucho, el decomiso del material utilizado para hacer la pintada. En Singapur, además, se aplica un castigo corporal. Literalmente. Un caso famoso fue el de dos turistas alemanes que, después de pintar un tren, se les condenó a varios golpes de caña de bambú sobre sus nalgas desnudas. Por inverosímil que parezca, los azotes, como medida penitenciaria, son una práctica del todo habitual en uno de los países más desarrollados del mundo.
El orden y el civismo como religión
Si bien algunas medidas pueden llegar a ser surrealistas, mucha gente dice que gracias a estas leyes la isla es una de las más seguras y limpias del mundo. No hay grafitis, ni chicles enganchados bajo los bancos, ni suciedad en la calle. El precio a pagar es tener que seguir unas estrictas normas de convivencia a rajatabla. Así que ya sabes, si algún día decides descubrir esta ciudad tan curiosa, mejor dar una ojeada a las normas antes de aterrizar. En Singapur, la libertad personal es importante... siempre que no ensucies.