Los acentos son importantes. Marcan nuestra forma de expresarnos y, con ella, nuestra personalidad. Definen, de algún modo, quiénes somos y de dónde venimos. Y lo que hacemos. Porque, a menudo, el acento de una persona cambia con el tiempo, y puede hacerlo con las circunstancias.

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Por ejemplo, la gente que se va fuera de su país o región de origen, muchas veces mantiene su acento de forma casi desafiante, destacando siempre como el foráneo. Sin embargo, otras veces la gente acaba perdiendo su acento e incorporando dejes del acento del nuevo país o región en la que vivan. Cuando más cercano es el segundo acento, más fácil es que esos cambios se mimeticen. Cuanto más alejadas las lenguas, más difícil perder el acento de origen.

Así, un catalán de Barcelona que lleve unos años viviendo o trabajando en Lleida o Valencia, más fácil es que acabe adoptando dejes del catalán/valenciano de allí. Y luego tenías a Michael Robinson, que vivió y trabajó décadas en España, dedicándose al mundo audiovisual, y nunca perdió un acentazo inglés que parecía que había llegado hacía apenas un año.

Pero, ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué hay, por ejemplo, catalanes a los que se les detecta a kilómetros por el acento, y otros en cambio nunca dirías que son catalanes? Una especialista en fonética nos da la respuesta.

El miedo al ridículo, la necesidad de encajar

Jane Setter, profesora de fonética de la Universidad de Reading, explicaba en un artículo en The Conversation que los acentos son algo fluido a lo largo de la vida, y citaba una investigación reciente que indica que el acento de las personas se acerca al del grupo de hablantes con el cual se identifican en ese momento de sus vidas. Parece ser un gesto inconsciente, impulsado por el deseo o la necesidad de encajar, de ser comprendido o aceptado en la nueva comunidad. En ocasiones perciben que su acento puede ser ridículo y desean evitar ser el centro de las burlas. O de la discriminación, pues, como muestra otro estudio (centrado en Reino Unido), al menos una cuarta parte de los profesionales de clase obrera han sido señalados o marcados en el trabajo por su acento.

Los acentos que no cambian

¿Por qué ocurren los casos contrarios? Hay gente que no cambia su acento, o lo suaviza muy poco. En estos casos, una de las razones podría ser una identidad muy fuerte y consolidada, y en estos casos a menudo el mantenimiento del acento es resultado de una acción involuntaria o inconsciente. En otros casos, esa resistencia al cambio puede ser más consciente, fruto de una percepción de que su acento es deseable, y por tanto emplearlo supone una ventaja de algún tipo.

Y tú, ¿conoces a gente que haya perdido por completo su acento al mudarse a otro lugar? ¿O catalanes que mantengan su acento con firmeza tras años viviendo fuera?