Tal día como hoy del año 1423, hace 602 años, en el castillo de Peníscola (País Valencià), moría Pedro Martínez de Luna, que había sido pontífice cismático —con sede en Aviñón— desde 1394, con el nombre de Benedicto XIII. Martínez de Luna, llamado popularmente papa Luna, había nacido en 1328 en Illueca (Aragón) y era pariente de María de Luna, esposa del rey Martín I —llamado el Humano—. En 1394 encabezó una rebelión de cardenales franceses y catalanoaragoneses contra el pontífice legítimo Pietro Tomacelli-Cibo —Bonifacio IX—, del bloque cardenalicio impulsado por el eje político formado por Génova, la Corona castellanoleonesa, la Corona angloaquitana y el Sacro Imperio.

El papa Luna tuvo una muy buena relación con Martín I. Tras la prematura e inesperada muerte de Martín el Joven —el heredero de Martín I—, fue su principal apoyo en el proceso de legitimación de Federico de Aragón-Rizzari, hijo ilegítimo del difunto. Pero la víspera del día previsto para legitimar y nombrar sucesor a Federico, el rey Martín murió en extrañísimas circunstancias. A partir de ese momento, el papa Luna no solo se desentendió del pequeño Federico (por aquel entonces era un niño de tan solo 7 años), sino que además proclamó su apoyo a Fernando de Trastámara, el sobrino castellano de Martín y el candidato favorito de las clases mercantiles de Barcelona y de València.

Durante el interregno (1410-1412), el papa Luna articuló un poderoso partido Trastámara que sería decisivo en la victoria de Fernando en el Compromiso de Caspe (1412). Fernando se lo recompensó reconociéndolo como pontífice. Pero transcurridos cuatro años y después de la prematura e inesperada muerte del nuevo rey Trastámara (1416), su sucesor —Alfonso el Magnánimo, por estrategia política, daría órdenes a la cancillería de Barcelona para retirarle el apoyo. Entre 1416 y 1434 fue perdiendo todo el poder que había acumulado, y murió a la edad de 94 años, perseguido por la curia eclesiástica y oculto en su castillo, como un fugitivo.