Tal día como hoy del año 1707, hace 314 años, en el contexto de la Guerra de Sucesión hispánica (1705-1715) y a última hora de la noche, las tropas borbónicas francocastellanas comandadas por los duques de Orleans y de Berwick, y formadas por 30.000 efectivos, vencían la resistencia del ejército austriacista que defendía Lleida y penetraban en el interior de la trama urbana de la ciudad. Aquella invasión se produjo después de 33 días de asedio y de un intenso bombardeo sobre la ciudad que habría provocado el derrumbe y destrucción de docenas de edificios y la muerte de centenares de civiles. Las murallas de Lleida estaban defendidas por una fuerza de 2.500 efectivos, formada por un combinado regular anglo-neerlandés y por la Coronela (las milicias civiles de la Paeria).

Durante la jornada del día siguiente (13 de octubre de 1707), las tropas borbónicas se libraron a un brutal saqueo e incendio, totalmente indiscriminado, de la ciudad, tanto de edificios públicos como privados, y tanto de edificios civiles como religiosos. Una parte de la población se había refugiado en el convento del Roser y, a media mañana, los borbónicos accedieron con violencia en el interior de aquel edificio religioso, y asesinaron a más de 700 vecinos de todas las edades. Según la investigación historiográfica, se los acosó a punta de bayoneta, y fueron obligados a presenciar como los soldados borbónicos pasaban por el cuchillo a sus padres, hijos, hermanos y vecinos. Según la misma investigación, no quedó ningún superviviente de aquella masacre. Los vecinos que no habían querido abandonar sus casas también fueron brutalmente asesinatos.

Cuando se produjo aquella masacre, Lleida ―con 12.000 habitantes― era el segundo núcleo económico y demográfico del Principado. Y aquella masacre obedecía a una clara estrategia de crear un brutal clima de terror que contribuyera a desmovilizar la resistencia catalana. Después de la masacre y de la posterior rendición del Castell del Rei (la última fortaleza que resistió aquel ataque, 11 de noviembre de 1707), la ciudad quedó totalmente despoblada. Pasados diez años de aquella tragedia (1717), el primer censo después de la guerra contabilizó a una población de, tan sólo, 2.700 habitantes; y en aquel paisaje de destrucción y despoblamiento, las autoridades borbónicas plantearon la posibilidad de trasladar la capitalidad del territorio a Monzón y traspasar la llanura de Lleida a Aragón.

Hasta pasados sesenta años (1768) no se recuperarían los niveles económicos y demográficos anteriores a la masacre borbónica.