Tal día como hoy del año 1725, hace 300 años, en Viena, los representantes diplomáticos de las cancillerías española y austríaca —en representación de sus respectivos reyes, Felipe V y Carlos VI— firmaban el Tratado de Paz de Viena, que tenía que poner fin, definitivamente, al conflicto sucesorio hispánico (1701-1715). En aquel tratado, los españoles confirmaban la nueva soberanía sobre los antiguos territorios de la Corona catalanoaragonesa: Nápoles y Sicilia, para los austríacos; y Cerdeña, para los piamonteses. Y austríaca también, los antiguos territorios borgoñones de los Países Bajos católicos o hispánicos. Todos estos territorios habían sido cedidos por la monarquía española a austríacos y a piamonteses a cambio de su retirada del conflicto (Utrecht, 1713).

A cambio, Carlos de Habsburgo renunciaba a cualquier derecho que a él y a sus sucesores les podía corresponder —en el presente o en el futuro— sobre el trono español. Y, en caso de que la estirpe borbónica española se agotara (por falta de descendencia masculina del rey), las dos partes aceptaban que el nuevo rey de España tendría que salir de la casa de Saboya (los duques independientes del Piamonte). También aceptaban que, si las estirpes que gobernaban los pequeños principados independientes del centro-norte italiano se agotaban, serían provistas por elementos de la casa real borbónica española. Y, finalmente, se comprometían a ayudar a los españoles a recuperar el dominio sobre Gibraltar.

Nadie nunca cumplió aquellos pactos. Incluso la restitución del patrimonio personal y familiar de los austracistas catalanes —que se había pactado en aquel acuerdo— tampoco se cumplió. Los exiliados catalanes que retornaron al país con la esperanza de recuperar su patrimonio tuvieron que irse de nuevo, desesperados por el boicot que los funcionarios del régimen borbónico español habían puesto en práctica para impedir estas restituciones. Los austríacos no ayudaron a los españoles a recuperar Gibraltar. Los españoles invadieron las posesiones italianas de los austríacos (Nápoles y Sicilia). Y, cuando los reyes españoles no tuvieron descendencia masculina (Fernando VII), los Saboya piamonteses no fueron sentados en el trono de Madrid.