Tal día como hoy del año 1871, hace 154 años, en La Habana (capital de la, entonces, colonia española de Cuba), y en el contexto de la primera guerra de la Independencia de Cuba (1868-1878), el capitán general Blas Villate de la Hera, gobernador militar de Cuba, ordenaba el fusilamiento de ocho estudiantes de primer curso de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana. Estos estudiantes habían sido detenidos tres días antes (24 de noviembre de 1871) acusados de profanar la tumba de Gonzalo Castañón, un periodista español que, el 28 de enero de 1871, había viajado a Cayo Hueso —uno de los focos del independentismo cubano— y, a modo de provocación, había abofeteado públicamente al líder cubanista Nito Reyes.

Posteriormente había huido a La Habana, donde había sido recibido como un héroe por las clases coloniales y esclavistas. Pero Mateo Orozco, amigo personal de Nito Reyes, lo habría seguido y lo habría desafiado a un duelo. Castañón, temeroso de las consecuencias de su acción y abandonado por todos los que lo habían aclamado (lo consideraban un cobarde porque evitaba batirse en duelo), se ocultaría y desistiría de todas las reclamaciones de Orozco —pretextando que no se batiría con gente de “clase baja”—. Sin embargo, no podría evitar que, finalmente, el 1 de febrero de 1870, Orozco lo localizara en un hotel de La Habana y lo asesinara a tiros mientras huía por las escaleras. El cuerpo de Castañón fue enterrado en el cementerio de La Espada, en La Habana.

El 25 de noviembre (nueve meses y medio después del asesinato de Castañón), Vicente Cobas, celador del cementerio de La Espada, acusó a un grupo de estudiantes de Medicina de haber profanado la tumba de Castañón. El mismo día, Dionisio López Roberts, gobernador civil de Cuba, y un escuadrón de la Guardia Civil española detuvieron a los 45 estudiantes del primer curso. Y aunque Mariano Rodríguez, capellán del cementerio, declaró que la tumba de Castañón no había sido profanada, las autoridades coloniales españolas —presionadas por elementos del Cuerpo de Voluntarios Españoles (un cuerpo paramilitar colonial del que Castañón había formado parte)— dictaron ocho condenas a muerte y treinta y una condenas a trabajos forzados.

Siete años más tarde (1887), el hijo de Castañón declaró que la tumba de su padre nunca había sido profanada.