Mientras Podemos, con sus cuatro diputados en el Congreso, es capaz de sentenciar que el gobierno de Pedro Sánchez está muerto y es un cadáver —en Madrid las rupturas se entienden mejor y el lenguaje siempre es más contundente— el presidente ha aprovechado el cierre del curso político desde la Moncloa para lanzar guiños a Esquerra Republicana y a Junts per Catalunya. A los primeros les ha ofrecido una reunión en la Moncloa para rebajar la preocupación en las filas republicanas después de la aparición de los nuevos casos de corrupción de la semana pasada y muy especialmente los vinculados a la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), la empresa pública española que actúa como holding de las participaciones empresariales de titularidad pública. Y a los segundos, el caramelo de esta semana es la publicación de las balanzas fiscales, una vieja reivindicación de la formación de Carles Puigdemont, pero que, situados en el contexto político actual, es poco más que dar alpiste.
Y eso, unas horas antes de que este martes se celebre en Bruselas la última reunión ministerial del año bajo presidencia danesa y el punto sobre las lenguas, el catalán, el euskera y el gallego, no aparezca en la agenda del encuentro. La pelota de la oficialidad del catalán en las instituciones europeas pasará ahora a la siguiente presidencia del Consejo de la UE, que debe asumir Chipre. Pero, en el fondo, es igual en estos momentos. Tras el último fracaso para hacerlo posible del pasado mes de julio —el ministro Albares sumó el séptimo fracaso, el segundo en menos de dos meses— el gobierno del canciller Friedrich Merz, democristiano, hizo saber que esa carpeta quedaba aparcada definitivamente y que no había esperanzas de darle la vuelta en un futuro cercano. No solo eso, sino que el gobierno de Berlín se movió enojado por las explicaciones que se habían dado desde España. De hecho, se anunció la creación de una mesa de negociación bilateral con la intención de que España acabe presentando un texto para debatir y conseguir el aval de los 27 Estados miembros de la Unión Europea en una futura reunión del Consejo de Asuntos Generales. De aquel diálogo bilateral nunca más se supo.
Sánchez ha aprovechado el cierre del curso político desde la Moncloa para lanzar guiños a Esquerra Republicana y a Junts per Catalunya
El resultado de los nuevos escándalos de corrupción del PSOE en lo que respecta al movimiento de los socios de coalición es el siguiente, al margen de Podemos: Sumar ha pedido una remodelación del gobierno, a la que Pedro Sánchez ha dicho que no, dejando a la formación de Yolanda Díaz expuesta a dos únicas decisiones, una, hacer como que no ha pasado nada, que es la más probable, o bien abandonar el Ejecutivo, como también les pide Pablo Iglesias, algo que suena a imposible. Por su parte, Esquerra Republicana ha hablado por boca de Oriol Junqueras planteando la reunión a Sánchez, un guante que el presidente ha recogido. La posición del presidente de Esquerra es clara: tener una puerta de salida por si las cosas se acaban complicando aún más para Sánchez. El PNV le ha pedido que aclare cómo va a gobernar, en medio de una creciente preocupación por el descrédito que les pueda acarrear entre el electorado mantener su apoyo al Ejecutivo español. El exlehendakari Iñigo Urkullu, liberado ahora de responsabilidades de gobierno, ha ido un paso más allá y ha asegurado que la situación que vive el actual gobierno de Pedro Sánchez es insostenible y ha advertido que gobernar no es solo una cuestión aritmética sino también de principios.
El problema de Junts per Catalunya es otro: fue el primero en romper, pero el relato de que es realmente así no ha cuajado. Discursos diferentes en función de quien habla y falta de credibilidad les han dejado en un incómodo terreno de nadie. Hoy están fuera de la mayoría del gobierno y todos reconocen —Sánchez lo volvió a decir este lunes— que no hay diálogo alguno, una insistencia que de tanto repetirse acaba siendo sospechosa. Todos los movimientos en Junts giran alrededor del retorno de Puigdemont y se trabaja con un calendario máximo de finales de febrero. Todas las apuestas del partido independentista pasan por un retorno de su líder que les permita volverse a situar con fuerza en el tablero y recuperar una iniciativa política que se ha ido desdibujando. En parte porque han quedado fuera del gobierno de la Generalitat y las principales administraciones catalanas, pero también porque la irrupción de la Aliança Catalana de Sílvia Orriols ha movido muchos cimientos y les ha marcado el paso en varios momentos.