Casi nueve años después del referéndum del Brexit que dinamitó el proyecto conjunto de Unión Europea con la salida del Reino Unido de acuerdo con la voluntad del pueblo británico, el actual primer ministro, el laborista Keir Starmer, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen y el jefe del Consejo Europeo, António Costa, han sellado un acuerdo histórico en materia de defensa, seguridad, pesca, energía y movilidad que, en la práctica, lo que supone es rehacer el diálogo y establecer pactos. Han tenido que trascurrir más de cinco años, desde el 31 de enero de 2020 en que el Reino Unido salió de la Unión Europea, para poder establecer una nueva asociación estratégica, superar múltiples recelos e innumerables reuniones, siempre pendientes de poderse romper, para que Starmer, Von der Leyen y Costa pudieran sellar el acuerdo este lunes en el palacete de Lancaster House, en Londres. El premier británico ha necesitado tirar del pragmatismo para explicar a sus compatriotas que las exportaciones británicas a la UE habían caído un 21 % y las importaciones un 7 % tras el Brexit y que para corregir esta situación había que hacer concesiones.
Todo ello, mirando el gobierno laborista por el retrovisor el auge del Partido Reformista de Nigel Farage, partidario del Brexit, que en las recientes elecciones locales ha obtenido buenos resultados ganando concejales por toda Inglaterra y logrando arrebatar un escaño a Starmer. El partido populista de derechas, antes denominado Partido del Brexit, se impuso a principios de mayo en las elecciones parciales más reñidas de la posguerra en el Reino Unido, con las que obtuvo su quinto diputado tras derrotar a los laboristas en la circunscripción de Runcorn and Helsby, en el noroeste de Inglaterra, por solo seis votos. Con el ultra Farage proclamándose líder de la oposición y los conservadores británicos en una crisis interna importante, el Partido Laborista ha tenido que decidir entre el acuerdo con la UE a cambio de hacer concesiones o, por el contrario, romper las negociaciones y mantener con dificultades los vaivenes económicos en que se encuentra el Reino Unido. Había también una necesidad de un nuevo realineamiento en un momento en el que el mapa mundial que hemos conocido desde la posguerra está cambiando con nuevas posiciones de Moscú, Washington y Pekín.
Starmer ha tenido que elegir entre hacer concesiones a la UE o mantener los vaivenes económicos del Reino Unido
Para Londres, lo más difícil de vender a su opinión pública es una prórroga de 12 años del pleno acceso recíproco a las aguas para pescar. Se extenderá, por tanto, hasta 2038, el acuerdo que concluía en 2026. Considerado un tema clave, especialmente para Francia, Downing Street ha tenido que hacer juegos malabares, asegurando que la prórroga garantizará estabilidad y certeza a sus pescadores sin aumentar la cantidad de peces que los buques de la UE pueden capturar en aguas británicas. El otro gran acuerdo tiene que ver con la defensa y la seguridad, capítulo este en que el conflicto Rusia-Ucrania y el creciente riesgo de un alejamiento estadounidense respecto a sus tradicionales aliados europeos ha hecho replantearse a la UE las inversiones militares y la situación en la OTAN. Aquí, Starmer quiere lógicamente reforzar la cooperación, sin descartar, en una segunda fase, si templa la posición de la opinión pública, que el Reino Unido participe en programas europeos, como por ejemplo uno de compras comunes de armamento, actualmente en negociaciones entre los 27 estados de la Unión.
Aunque hay que ser prudentes, ya que el auge del populismo en el Reino Unido puede hacer descarrilar nuevos acuerdos, es evidente que la opinión pública británica también ha ido girando desde que se produjo el referéndum del Brexit y ha podido conocer las consecuencias. Pero la política actual tiene un grado de volatilidad demasiado alto como para poder estar absolutamente seguro de nada y el fenómeno Trump, que se ha deteriorado como marca tras su errática política de aranceles, sus desencuentros con China y los escasos avances en el conflicto entre Rusia y Ucrania, no ha dicho su última palabra. Parece que más bien se ha tomado un respiro dada la contestación que tenía en el interior de Estados Unidos y el pánico bursátil que se desató entre las capas medianas norteamericanas. De ahí que se haya pasado de la entrada en vigor de los aranceles el pasado mes de abril, que suponían el mayor cambio en el comercio global en 100 años y una guerra comercial mundial, a la reducción de los mismos durante un período de 90 días.