En los países serios, aquellos que se hacen respetar en el mundo, la política exterior no va a golpe de volantazos, se discute en los parlamentos respectivos y se mira de moverse en los márgenes de los intereses políticos, estratégicos, económicos y también humanitarios. Se hace, además, con diplomacia, ya que lo que no cabe pensar es que lo que se pide a los demás países en cualquier conflicto, uno no se lo aplique así mismo. Es evidente que mucho de todo ello le falta a menudo al gobierno de Pedro Sánchez, como ya se observó en el cambio brusco de posición en el Sáhara Occidental, que acabó de un plumazo con una política de décadas, y aún no sabemos realmente cuál fue el motivo, más allá de abandonar la voluntad de independencia de un pueblo. No primaron, exactamente, los intereses humanitarios.

El viaje de Pedro Sánchez a Israel, Palestina y Egipto en pleno conflicto ha sido todo menos un éxito

El viaje de Pedro Sánchez a Israel, Palestina y Egipto en pleno conflicto, después del atentado terrorista de Hamás del pasado mes de octubre, cruzando la Franja de Gaza, y que se saldó con la mayor matanza de civiles israelíes en la época reciente, más de 1.400 personas y otras 240 fueron secuestradas, ha sido todo menos un éxito. No ha sido un triunfo diplomático, ya que España atraviesa su punto más bajo de relaciones con Israel, que ha llamado al embajador entre amenazas de ruptura de relaciones. Tampoco lo será económico, puesto que habrá un retroceso, después de que el año pasado marcaran un récord de exportaciones con 2.170 millones, frente a unas importaciones de poco más de 1.000 millones. Y veremos qué consecuencias puede haber en materia de cooperación antiterrorista, una materia en la que Israel ha sido un aliado importante de España.

El viaje de Sánchez no lo hacía tan solo como presidente del gobierno español, sino como presidente de turno de la Unión Europea, lo que añadía un plus de exigencia, responsabilidad y de necesario consenso. Porque el momento escogido, una invitación de Netanyahu a Tel Aviv, para unas declaraciones tan polémicas como el reconocimiento unilateral del Estado palestino, si la UE no lo acuerda colegiadamente, y otras duras críticas al gobierno israelí, era evidente que iba a provocar una crisis diplomática con España. Aunque el Congreso de los Diputados no ha tenido ningún debate al respecto, las actuales mayorías no otorgan una preeminencia a las posiciones del gobierno, ya que Junts, y seguramente el PNV, no están en este tema con el ejecutivo español y mantienen una postura más cercana a Israel. 

En el plano europeo, Alemania es el estado más proisraelí, mientras España está en el polo contrario. En medio, hay muchos matices y ello hace que el apoyo de la Unión Europea a los dos estados sea más un eslogan que un objetivo político de los 27. Además, está la enorme influencia en la zona de Estados Unidos, claramente alineado históricamente con Israel, una posición que, evidentemente, no va a cambiar. De hecho, el conflicto israelí-palestino es, en la práctica, una cuestión de política doméstica para la administración Biden, igual que para todas las anteriores. Y así van pasando los años, los presidentes, las propuestas de paz y la situación, lejos de mejorar, empeora.