Ni el guionista más republicano posible habría sido capaz de establecer un relato más demoledor sobre la monarquía española que la cruda realidad del día a día. No hay jornada sin que haya una novedad que no resquebraje los cimientos de una institución incapaz de taponar sus permanentes fugas de credibilidad entre noticias que, cuando no son de corrupción en alguna de sus múltiples facetas, tienen que ver con deslices de alguno de sus miembros, la oposición de los partidos del régimen a cualquier investigación parlamentaria o detalles sobre la fuga del rey emérito, que lleva lejos de España desde el pasado 3 de agosto.

Es imposible estar al caso de cuál es la última revelación, ya que los diferentes miembros de la monarquía parecen haber decidido someter a la sociedad española a un test de estrés frente a los que tratan de proteger y resguardar una institución que se está yendo a marchas forzadas por las cloacas sin que ninguno de sus miembros haga nada por evitarlo. Desde el más importante al que menos relevancia tiene, ya que si todos ellos se hubieran puesto de acuerdo para que el rechazo fuera mayor, no lo hubieran logrado.

La última noticia conocida da cuenta de que las infantas Elena (57 años) y Cristina (55), las dos hermanas de Felipe VI, se habrían vacunado en los Emiratos Árabes Unidos durante la visita que realizaron a su padre, Juan Carlos I, que también se ha vacunado en Abu Dhabi, durante la segunda semana del mes de febrero. El exdirector del CNI Félix Sanz Roldán también formaría parte del equipo que habría recibido las dos dosis correspondientes para inmunizarse de la Covid-19 en un viaje a Oriente Medio. Una pregunta muy simple: ¿Realmente alguien del círculo íntimo de la familia real no ha decidido poner fin a la institución? ¿Pasa algo por la cabeza de tantas mentes pensantes? Porque si no es así, lo que sucede no tiene explicación posible. En un país responsable, alguien debería estar pensando en que no se puede estar predicando que monarquía es ejemplaridad y estar haciendo una y otra vez lo contrario.

¿Qué tiene de ejemplar que las infantas Elena y Cristina se vacunen en esta especie de turismo sanitario de lujo? ¿Qué tienen de ejemplar las dos regularizaciones fiscales por cinco millones de euros de su padre mientras Hacienda y la Fiscalía parecían estar ocupadas en otros menesteres? ¿Qué tiene de ejemplar que por séptima vez se deniegue una comisión de investigación en el Congreso de los Diputados sobre la corrupción de la monarquía española? Nada de eso es ejemplar y, en cambio, es denunciable esta especie de gran cachondeo, este sarcasmo descomunal, en un país que presume de democracia ejemplar y que necesita cada vez más metros de alfombra para impedir que salga a la luz pública la podredumbre que se esconde debajo tras décadas de gobernantes mirando hacia otro lado para no poner en riesgo la unidad de España.

Y ahora es muy probable que ya no se esté a tiempo de virar el rumbo. Es lo que ha sucedido siempre, pero la diferencia reside en que antes se ocultaba como se podía, se daba algún estirón de oreja a los propietarios de la prensa de papel y ahora sale a flote sin que los teléfonos oficiales puedan hacer nada para evitarlo. "No nos concierne, ya que no son familia real", han señalado desde el Palacio de la Zarzuela como única respuesta oficial mientras siguen viviendo en su castillo de cristal. Y, todo, sin darse cuenta de que los cuatro millones de parados en España que este martes se han anunciado miran hacia los privilegios de unos pocos; o que el dinero de los ERTE no llega a la ciudadanía. Y la amenaza del estallido social no es entonces una elucubración de profesores de sociología, sino una posibilidad nada remota.