Es evidente que en una investidura el ganador es quien obtiene la confianza de la Cámara legislativa, y desde este punto de vista Pedro Sánchez ha conseguido el premio gordo. Parecía no tener opciones el 28 de mayo cuando perdió las elecciones municipales y para sorpresa de todos convocó las elecciones españolas al día siguiente para el 23 de julio. Primer golpe de efecto: de un plumazo se zafó de los críticos que eran legión y todos corrieron a tratar de conservar su acta de diputado. Así, domesticó el partido y ganó tiempo, algo que en política es clave cuando las cosas van en tu contra. Contra viento y marea destrozó las encuestas del 23-J y el Partido Popular y Vox no ganaron por mayoría absoluta las elecciones. Nuevo balón de oxígeno: si amasaba una mayoría de todos contra PP y Vox conservaría la Moncloa. Pero había un pero, y no menor: tenía que recoger carrete a todo lo declarado antes y cortejar a Carles Puigdemont —que rápidamente pasó de ser denominado prófugo a ser tratado como president— porque sin sus 7 votos no había partido.

Solo hace falta leer el acuerdo político suscrito entre el PSOE y Junts y lo que allí se dice para concluir que el presidente, entonces aún en funciones, hizo los deberes a fondo y sin rubor alguno. No era el primero: José María Aznar pasó en un plis plas a declarar públicamente, en 1996, en una entrevista en TV3 que hablaba catalán en la intimidad, en un acto de empatía y medido al milímetro que le pidieron los entonces dirigentes de Convergència i Unió. Cambió Sánchez su posición sobre la amnistía y en un ejercicio de franqueza poco habitual declaró en el comité federal de su partido que había que hacer de la necesidad virtud y amarrar como fuera los votos de Puigdemont. También superó este ejercicio y con la mayoría absoluta de 179 votos en su zurrón encaró este miércoles la Carrera de San Jerónimo.

Por unos instantes, Sánchez levantó el pie del freno y se metió en un lío con Junts al hablar de la amnistía como un acto de gracia y de perdón cuando es una figura jurídica para revertir circunstancias políticas excepcionales. Ese punto de frivolidad provocó un pequeño incendio que Santos Cerdán apagó todo lo rápido que pudo y que se visualizó en un Pedro Sánchez timorato a la hora de contestar a Míriam Nogueras para evitar un nuevo error. Superado este último obstáculo, pero que hizo evidente que esta legislatura va a necesitar un cocinero capaz de ligar salsas imposibles, Sánchez alcanzó este jueves los diputados esperados y los necesarios para arrancar la legislatura.

Sánchez cometerá un error si repite el esquema de la legislatura anterior y se dedica más a engañar que a cumplir sus compromisos

Vamos a ver si este Pedro Sánchez es un Sánchez nuevo o es el de siempre. Cometerá un error si repite el esquema de la legislatura anterior y se dedica más a engañar que a cumplir sus compromisos. Esquerra le va a apretar las tuercas más que en los años pasados y Junts no tiene margen para no ser exigente. Lo empezará a sufrir en la primera reunión de la mesa de negociación que se celebrará, si no se cambia el calendario y el sitio, a principios de la próxima semana en Suiza con los negociadores del PSOE —José Luis Rodríguez Zapatero, entre ellos—, los de Junts, con Carles Puigdemont al frente, y el equipo verificador internacional al completo.

La experiencia de estos meses tanto de Junts como de Esquerra les ha enseñado que solo en situaciones límites los socialistas dan su brazo a torcer. Mientras tanto, su apuesta es la de pagar el precio más bajo posible y en el plazo más largo. Aprender este juego siempre se le ha dado bastante mal a los que han tenido que negociar con España, que —como estado que es— tiene una plantilla bien afinada en la que más pronto que tarde suelen comportarse con sus socios como en el cuento del escorpión y la rana. Y Sánchez ha demostrado que es, entre todos ellos, un ejemplar casi único, que no puede dejar de ser quien es, ni actuar en contra de su costumbre y de otra forma distinta a como ha aprendido a comportarse.