La decisión de los socios de la ANC, rechazando la propuesta de la dirección de reclamar el voto nulo o la abstención en las próximas elecciones generales, supone una seria enmienda a su presidenta, Dolors Feliu. Aunque la abstención en la consulta interna ha sido exageradamente alta, ligeramente superior al 90%, nadie puede atribuírsela como propia, y el único dato cierto es que de los 3.773 miembros de la entidad que ejercieron su derecho al voto, de los alrededor de 40.000 que la componen, casi un 60% han rechazado la propuesta del equipo de la presidenta y, en consecuencia, la han desautorizado en una cuestión fundamental, ya que había hecho campaña activa antes de la votación y es troncal en la actual estrategia de la ANC.

En buena lógica y tratándose de un asunto tan importante, puesto que su estrategia era todo un órdago a los partidos independentistas —Esquerra, Junts y la CUP— lo suyo sería que se sometiera a una moción de confianza entre los asociados. Si la participación hubiera sido más alta, debería presentar directamente la dimisión, pero la escasa asistencia a las urnas la dispensa, por ahora, de esta medida. En cualquier caso, a la dirección de la Assemblea Nacional Catalana le toca ahora recoger velas y hacer un reset respecto a su estrategia si quiere seguir ocupando un espacio reseñable dentro del mundo independentista.

La semana pasada ya se produjo un incidente interno nada menor cuando una organización territorialmente tan importante como la de Girona se desmarcó de la dirección y criticó que se estuviera pidiendo al independentismo que se quedara en casa o votara nulo en las elecciones del próximo 23 de julio. Y que, además, se hiciera sin tener en cuenta que cada uno de los tres partidos había seguido estrategias diferentes en Madrid. Y que con una decisión tan drástica se les pusiera a todos en el mismo saco, en un movimiento, según la ANC de Girona, en el que los únicos beneficiados de la abstención serían los partidos españolistas.

No es ese el único punto de fricción en el que se mueve la dirección de la ANC. La Associació de Municipis per la Independència (AMI), que este año ha sido excluida por la ANC de la organización de la manifestación de la Diada, ha lamentado que, por primera vez desde 2012, no se haya contado con ella y ha reclamado unidad, diálogo y consenso. Tres palabras que están, todas ellas, muy lejos de la situación que atraviesa el amplio espacio independentista que no ha sabido gestionar el éxito de las pasadas elecciones catalanas de 2021 en que por primera vez superó el 50% de los votos y también el 50% de los escaños del Parlament. Tras aquel resultado, todo ha ido de tropezón en tropezón, rompiéndose primero la unidad en la Cámara catalana al desmarcarse la CUP y, más tarde, quebrándose el Govern entre Esquerra y Junts al abandonar estos últimos el Ejecutivo de la Generalitat.

La ANC ha intentado transitar del mundo asociativo al de la política, comportándose como un partido más. Confrontándose a los partidos más que buscando alianzas con ellos, algo que, al principio, fue el motivo de su fundación: impulsarlos más que sustituirlos. Quizás por ello su convivencia con la AMI o con Òmnium no es tan sencilla como antes y se ha impuesto más la técnica de la exclusión que la de las alianzas.