Cinco minutos en la tribuna de oradores han sido suficientes para que el diputado Gabriel Rufián haya eclipsado a todos los que intervinieron en la sesión de investidura de Mariano Rajoy y haya provocado un terremoto político de tal dimensión que el día después se hable más del diputado de Esquerra Republicana que de Pablo Iglesias. Rufián estuvo duro, muy duro con los socialistas. Con el PSOE pero sobre todo con las tres figuras más destacadas del golpe final contra Pedro Sánchez: Susana Díaz, Felipe González y Antonio Hernando. Estuvo descarnado, sí; pero que nadie se engañe, los socialistas sangran por la herida, que no es otra que la abstención gratuita que le han dado a Mariano Rajoy para que continúe cuatro años más en la Moncloa.

El resto es opinable pero las imágenes de Antonio Hernando al final del debate dando la mano a Mariano Rajoy, con rostro enjuto, cabizbajo y mirada perdida, rindiendo el PSOE al presidente del Partido Popular, no tienen nada que ver con Rufián. Tampoco tienen nada que ver los quince escaños socialistas que votaron en contra de la instrucción dada por la gestora del PSOE. Y mucho menos tiene nada que ver la indisciplina del PSC. Ni la humillación a que les sometió el presidente en funciones cuando les recordó que no estaba dispuesto a cambiar su política porque había dado grandes resultados.

Pero claro, era más fácil dirigir todos los dardos contra Rufián y hacer juegos de manos con su apellido, como hizo el vicepresidente de la Junta de Andalucía, Manuel Jiménez Barrios, que señaló que el gobierno autonómico no dejaría pasar gratuitamente los insultos contra Andalucía y su presidenta. A Jiménez se lo han debido explicar mal porque no hubo ningún insulto contra Andalucía y políticamente hablando la definición de cacique no está muy alejada de la de sultana baronesa del sur, calificativos que suelen acompañar los perfiles que se hacen en los medios de comunicación de la lideresa andaluza.

Al socialismo andaluz le puede acabar sucediendo, como dice el proverbio español, que vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro. Y para eso sí que están las hemerotecas cuando una flamante Susana Díaz aseguró el pasado mes de junio en Mairena del Aljarafe (Sevilla) que los planes del Govern buscaban drenar los ahorros de los andaluces y llenar la Hacienda catalana. Pero de tamaña barbaridad, en su día, nadie quiso hablar.