El extravagante vídeo distribuido por el rey emérito Juan Carlos I en el que pide apoyo para su hijo, en vísperas de la publicación de la edición española de su libro Reconciliación, unas memorias en primera persona de su papel en la transición política, demuestra lo hilarante que es muchas veces la monarquía española. Un emérito, fugado a Abu Dabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, donde fijó su residencia en agosto de 2020, en medio de investigaciones judiciales que incluían que sus finanzas fueran escudriñadas en España y en Suiza, y que en cualquier otro país hubieran tenido serias consecuencias. Pues bien, Juan Carlos I ha utilizado el libro para pasar cuentas, algunas más directas con su nuera Letizia, de quien dice que no contribuyó a la cohesión de las relaciones familiares, otras más sibilinas, como en este caso con su hijo Felipe, que lo que menos necesita es que su padre le haga el abrazo del oso y reclame que se le ayude "en el duro trabajo de unir a todos los españoles". Un vídeo que es sin duda todo un desafío tras su exclusión de los actos oficiales celebrados en Madrid con motivo de los 50 años desde la transición y que la Zarzuela dice que no entiende y lo ha considerado inoportuno e innecesario 

Tampoco parece que vaya a ser este el año que Juan Carlos I vuelva a la Zarzuela por Navidad. Deberá tomar los turrones y los polvorones en la distancia o, quién sabe, si después de este vídeo promocional, el siguiente paso va a ser una entrevista en El Hormiguero, con Pablo Motos. Ya nada es imposible en esa familia que ha cambiado las páginas del Hola por las redes sociales, nada benévolas con lo que la monarquía representa. No es ni ingenioso ver a Juan Carlos I en una versión casera de aquel mensaje institucional que se emitía cada Nochebuena por televisión desde su residencia del Palacio de la Zarzuela, ahora con americana, sin corbata y con una camisa blanca desabrochada, y una bandera española ondulante detrás de él, dirigiéndose a los jóvenes. Eso protagonizado por el emérito que defraudó millones al Estado que juró representar, tiene su miga. Como también tiene su enjundia el apoyo que pide para su hijo, de quien señala en sus memorias: "Me dio la espalda por deber, pero me duele verlo tan insensible en lo personal".

La historia no salvará al rey emérito y no se le perdonará ni la corrupción, ni el lujo desenfrenado con que ha querido pasar sus últimos años

Aunque la historia nos recuerda que los intereses de los borbones tienen mucho más que ver con el suyo personal que con el de la institución que representan, quizás por eso siempre han acabado tan mal en España, el emérito justifica el libro que lleva su firma como una necesidad de cambiar el ostracismo en el que se encuentra: "Mi padre siempre me aconsejó que no escribiera mis memorias. Los reyes no se confiesan. Y menos, públicamente. Sus secretos permanecen sepultados en la penumbra de los palacios. ¿Por qué le desobedezco hoy? ¿Por qué he cambiado de opinión? Porque siento que me roban mi historia". Es, claro está, una versión edulcorada de lo que le ha sucedido. Mientras en sus discursos y mensajes navideños exigía rigor y comportamientos éticos a los cargos públicos y a la sociedad, sus acciones privadas y su comportamiento no eran ejemplares. Decía que la justicia era igual para todos y él salía por la puerta de atrás de los expedientes con la ayuda del Estado. Eso por no hablar de las mentiras del 23-F y de una transición que ni fue ejemplar ni tampoco modélica.

Por no aguantar no lo ha hecho ni aquella famosa frase en la que para realzar el papel de Juan Carlos I se decía que en España no había monárquicos sino juancarlistas. Era como una especie de salvoconducto en el que uno podía seguir siendo un poco republicano y, a la vez, del monarca hoy repudiado. La historia no salvará al rey emérito y no se le perdonará ni la corrupción, ni el lujo desenfrenado con que ha querido pasar los últimos años de su vida. Esa exhibición de riqueza cuando en el país en el que reino entre 1975 y 2014, las cosas no iban bien para tanta y tanta gente. Por eso, su vida es casi irrelevante: los muy amigos hoy han dejado el monarca muy por el camino y los amigos son, en el mejor de los casos, simples conocidos. El tiempo tiene esas cosas: uno puede explicar el pasado de una manera diferente a la que fue. De eso sí que Juan Carlos podría aún explicar muy bien la evolución de su relación con la burguesía catalana. Aún podría sacar los colores a más de uno.