Costaría de encontrar una investidura de un presidente del gobierno en España en la que el candidato haya tenido que compartir buena parte del protagonismo de la jornada, no solo con un ausente, sino con un político exiliado. La alargada sombra del president Carles Puigdemont desde Waterloo eclipsó la investidura de Feijóo y se convirtió, involuntariamente, en el símbolo de la impotencia de la alianza entre el Partido Popular y Vox. Los 172 votos de la derecha extrema necesitan de cuatro escaños más para alcanzar la Moncloa y fracasarán en su intento de asaltar el gobierno español porque Puigdemont y lo que representa se ha cruzado en su camino. El propio president en el exilio lo ha repetido: sus condiciones para un acuerdo son para el PSOE, pero también para el PP. Lo que sucede es que Feijóo está maniatado por Aznar y Díaz Ayuso, por un lado, y Santiago Abascal, por el otro. Y así, al PP lo único que le queda es reivindicar una inútil victoria en las urnas el pasado 23 de julio.

Feijóo pergeñó un discurso más pensado en comprometer la estrategia de Pedro Sánchez que en ganarse la investidura, que ya daba por perdida. Por ello, el debate se centró en las reivindicaciones independentistas y, muy especialmente, en la amnistía y el referéndum y lo que ello acabaría suponiendo de ruptura del proyecto constitucional y de la lealtad a una idea de España. Seguramente, el político gallego quería situar al presidente en funciones como el artífice de la ruptura del pacto constitucional y capaz de pasar en seis años de apoyar en 2017 el artículo 155 de la Constitución y la supresión del autogobierno en Catalunya a aceptar una amnistía en 2023 que supondría el olvido penal de toda aquella etapa.

Sánchez no entró al trapo y le ninguneó enviándole un miura antiindependentista y de colmillo afilado a Feijóo como el exalcalde de Valladolid, Óscar Puente, que perdió la alcaldía el pasado 28 de mayo pese a quedar primero en las urnas y tras un pacto entre PP y Vox. Le pagaba así con la misma moneda y daba juego a la infantería socialista por encima de rangos y de galones. Un movimiento que sorprendió y que llevó, por ejemplo, a Pablo Iglesias a considerar el gesto como una apuesta hacia un perfil más agresivo e incorrecto, "a veces abiertamente macarra", lo que da una idea de la figura del vallisoletano. El presidente en funciones, siempre juguetón con los detalles, movió el banquillo y, relajado para unos y desinhibido para otros, siguió la sesión desde su escaño y más pendiente del móvil que de los oradores que iban pasando por el atril del Congreso de los Diputados.

La investidura de Feijóo permitió obtener una foto nítida de lo que será la legislatura si Sánchez saca adelante en la segunda quincena de noviembre su investidura. Que nadie se equivoque: la derecha no le va a poner fácil las cosas y su apuesta será doble: intentar presentarle una moción de censura, bien con PNV o bien con Junts o forzar una legislatura lo más corta posible. Para ello cuenta Feijóo mantener unido el triple apoyo que tiene: el mediático, el judicial y el empresarial. Pero el presidente también tiene planes y, sin duda, va a actuar contra los dos primeros y confía en que el tercero se resitúe, como acostumbra a hacer habitualmente el dinero, que no es precisamente valiente.

Resumiendo, con el calendario que hay en marcha, martes y miércoles serán las dos primeras jornadas de la investidura de Feijóo, el viernes a mediodía la segunda y última votación del candidato popular y, a partir del lunes, se cambia pantalla y se inicia la cuenta atrás de la investidura de Sánchez. Empezando por la amnistía —por cierto, ¿a qué viene darla por conseguida en un proceso no finalizado, aunque haya habido intercambio de documentación, y que requiere de la máxima discreción?— y siguiendo con la exigencia del verificador internacional del cumplimiento de los acuerdos. Veremos si el trabajo que se ha realizado hasta el momento está ya en su punto de maduración porque, entonces sí que el reloj empezará a correr en serio si se quieren evitar las elecciones del 14 de enero. Porque amnistía y verificador no completan la negociación de la investidura, sino que la sitúan en el carril para un posible e hipotético acuerdo. Y ello no es un detalle menor que deba ser pasado por alto.