"En nombre de la República Federal de Alemania y en base al artículo 63, apartado 2, frase 2, nombro al señor Friedrich Merz canciller federal. Berlín, 6 de mayo de 2025. El presidente federal". Con estas palabras, Frank-Walter Steinmeier daba lectura al certificado de nombramiento del nuevo canciller después de una jornada insólita en el Bundestag, el parlamento federal alemán, que tuvo de todo. Primero, una insólita derrota de Merz, el candidato de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) y su partido hermano de Baviera, la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU). Pese a tener cerrado un acuerdo con el Partido Socialdemócrata (SPD), que hasta ahora ostentaba la cancillería, y disponer de los votos suficientes para ser escogido por mayoría absoluta en primera votación, el bloque de Merz sufrió una serie de deserciones y naufragó su elección. Este revés inesperado provocó una inusitada situación, ya que al ser el voto secreto se desconocía si la infidelidad había sido democristiana o socialdemócrata. Era la primera vez que ello pasaba en la República Federal y todo un ejemplo de los nuevos tiempos. Alguien quería hacer evidente que la legislatura es muy diferente a las anteriores y que los liderazgos que ejercieron en el pasado Helmut Kohl o Angela Merkel no son repetibles porque el contexto interior es muy distinto y los dos grandes partidos desde la postguerra tienen un auténtico grano en el culo con la potente Alternativa por Alemania (AfD), segunda fuerza política en las últimas elecciones, con el 20,5% de los votos y 152 de los 630 escaños con que cuenta la Cámara legislativa.

¿Qué pretendían los quince votos que le faltaron en la primera votación y que Merz sí que reunió finalmente en la segunda? Es evidente que en ambas formaciones ha habido sus más y sus menos para cerrar el acuerdo de gran coalición. Han tenido que transcurrir muchas semanas entre el 23 de febrero que fueron los comicios y la rúbrica del pacto suscrito y, por en medio, algunos diputados de la CDU que consideran que se le deja un enorme camino para crecer a AfD liderando la oposición. Y algunos otros socialdemócratas que, a su vez, opinan que será difícil que tengan perfil propio en un gobierno comandado por la democracia cristiana y que han comprado pan para hoy, hambre para mañana. En cualquier caso, Merz ha recibido una sonora bofetada, ya que después de la primera votación solo logró el apoyo de 310 diputados, quedando a seis por debajo de la mayoría absoluta y provocando una situación que no se había vivido nunca en la Alemania de la posguerra. Después de largas horas de discusión y entre el desconcierto sobre cuando sería la segunda votación, la coalición decidió llevarla a cabo y la suma fue de 325 votos a favor.

Sus palabras finales en su jura como canciller —"Que Dios me ayude"— son, en este caso, una premonición del largo camino que Merz tiene por delante. Alemania ha pasado en muy poco tiempo de ser la locomotora de Europa a convertirse en el motor de Europa que no carbura. Todo ello, en menos de una década y actualmente en una situación que cabe considerar cuando menos convulsa. En el momento de mayor apogeo de la hiperglobalización, llegó a ser el mayor exportador global. Se produjo una cuadratura perfecta en la que el gas ruso abastecía de combustible barato a sus industrias y China, el nuevo coloso que emergía con toda su fuerza, era un gran socio comercial. En este contexto, las empresas químicas y de ingeniería vivieron tiempos muy favorables. Pero llegó el Brexit, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el auge de China, que de comprador pasó ahora a competidor, y, de golpe, la segunda llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y sus extemporáneos aranceles; ahora, todo amenaza con hacer aguas.

Alemania ha pasado en muy poco tiempo de ser la locomotora de Europa a convertirse en el motor de Europa que no carbura

Todo ello, por no hablar de la inmigración, que se ha situado en el centro del debate social en Alemania y que ha tenido como consecuencia directa el auge de la ultraderecha y de manera indirecta un fuerte cuestionamiento del papel jugado por Angela Merkel en esta materia y su política de puertas abiertas, dando la bienvenida a miles de refugiados sirios. Esa actitud inequívoca de la canciller le granjeó más simpatías fuera de su país que en el suyo —salvando todas las distancias, algo no muy diferente le pasó al último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, que recibía homenajes en el extranjero al tiempo que se le cerraban las puertas de su propio país— y la CDU acabó por renegar de sus políticas y marcar distancias claras con ella. En este mundo cambiante, el nuevo canciller tendrá que reposicionar a Alemania, ganar fuerza política interior para que su liderazgo pueda traspasar fronteras, ayudar a que Europa gane musculatura y sea un actor político importante y establecer una hoja de ruta que contemple cuál ha de ser la relación con Estados Unidos, Rusia y China. Todo ello, sin descuidar el auge de la ultraderecha, verdadero quebradero de cabeza de las democracias occidentales.