La entrega de la Medalla d'Honor del Parlament, en la categoría de oro, a las víctimas de la represión —unas 3.000 personas— y a los colectivos jurídicos que las han defendido durante estos años ante la causa general contra el independentismo es, sobre todo, un acto contra el olvido. También contra esta desmemoria colectiva, tan propia de estos tiempos difíciles, que lleva a olvidar los pasos de gigante que hizo el país y la ciudadanía empujando a sus gobernantes en una sincronía que hoy muchos echamos en falta.

Rescatar el pasado de una cierta amnesia es la mejor manera de afrontar el futuro y también de ser solidarios con los que aún padecen la represión, en una contienda tan injusta como cruel contra un Estado que ha sido implacable a la hora de desgarrar vidas y familias, con juicios que si una cosa han sido es, sobre todo, un escarmiento, fabricando incluso pruebas falsas para incriminarlos. Y que ha buscado la ruina de tanta y tanta gente.

Pero el acto del Parlament ha sido también un acto de país maduro, en vísperas de una Diada que necesita más que nunca gente en las calles desafiando la desmovilización de la Covid, y quién sabe si, además, una climatología incierta; y, desde luego, el desconcierto —cuando no el desánimo— que se ha apoderado de amplios sectores independentistas. La Diada no va de pelearnos entre nosotros —para eso están el resto de días del calendario— sino de reivindicar nuestro derecho a ser un país soberano, si una mayoría de la ciudadanía así lo quiere, como lo expresó el 1 de Octubre. De buscar la mayor solidaridad en el exterior para un referéndum avalado por la comunidad internacional, como van a poder hacer los escoceses en 2023.

Por eso es tan importante mantener viva la memoria frente a las dificultades que tienden a ocuparlo todo y a pasar de puntillas cuando lo que se hace es un justo reconocimiento a los represaliados. Lo haría sin dudarlo cualquier Estado con sus ciudadanos que se hubieran visto en una situación similar a la de los catalanes que son víctimas de la represión del Estado español. Un país son ciudadanos, claro está, pero también es cómo recordamos a aquellos que se merecen nuestro reconocimiento.

Siempre me impresiona y me admira cómo gestionan este sentimiento colectivo de patria, de pertenencia, Estados como Francia, Reino Unido o Estados Unidos. Esta semana, París ha acogido una ceremonia con honores de jefe de Estado, con la Marsellesa incluida, al actor Jean-Paul Belmondo, fallecido este mes de septiembre. El homenaje nacional, que presidió Emmanuel Macron, se ha celebrado en los Inválidos, lugar reservado para las exequias de los presidentes del país, con asistencia de las principales instituciones de la República. En Francia, a todo el mundo le ha parecido lo más natural del mundo ya que Belmondo, en palabras de Macron, también era parte de la vida de los franceses.

Aquí puede sonar a cursi, a desfasado o a un acto inútil. ¡Qué equivocación! ¡Reconozcamos sin complejo alguno a nuestros ciudadanos más ilustres! Y en esta Diada tan anómala, que la medalla del Parlament simbolice el compromiso de luchar contra el olvido, con la misma ambición que ellos han tenido frente a las dificultades y el mismo empeño por una Catalunya más democrática y más libre.