El gobierno español ha dado su brazo a torcer y, después de muchos meses de numantina resistencia, bajará el IVA de las mascarillas del 21% al 4% y se alejará así del reducido pool de países europeos que mantienen un gravamen tal alto. Aún así, y después de muchas chapuzas y de declaraciones varias veces rectificadas, ha tenido que transcurrir casi medio año para que la Moncloa se aplicara el cuento y se situara en la franja intermedia de IVA ya que sigue estando por encima de Italia, Bélgica, Países Bajos o Finlandia, que lo tienen en cero, pero por debajo de otros como Francia (5,5%) o Portugal y Grecia, que están en el 6%. Teniendo en cuenta que la mascarilla es obligatoria y que además del IVA también se bajará el precio de cada unidad, el coste máximo de las de un solo uso caerá de los 96 céntimos a los 62, lo que equivale aproximadamente a que por el precio de dos se podrán adquirir tres.

Se entiende así algo más que la ministra de Hacienda dijera hace pocos días y de una manera furibunda que el IVA no se podía bajar porque supondría, y cito textualmente, 1.568 millones menos de recaudación. ¡Como deben estar las arcas públicas para que un miembro del Gobierno mezcle impuestos con mascarillas!. Las cosas se pueden decir de muchas maneras pero tratándose de un producto que ha acabado siendo de primerísima necesidad ya que si no dispones de una mascarilla no puedes salir a la calle, no parece que las palabras escogidas sean las mejores. Si a ello añadimos la crisis económica que afecta al conjunto de la sociedad, lo menos que cabe señalar es que la insensibilidad del gobierno de izquierdas es muy alta. Cosa que, dicho sea de paso, tampoco es la primera vez que se percibe.

Pero no ha sido esa la única chapuza del Ejecutivo español, ya que la ministra María Jesús Montero ha venido defendiendo contra viento y marea y con el único interés de mantener la recaudación impositiva que una normativa europea le impedía bajar el IVA. Algo que era una verdad a medias ya que ciertamente existía pero la Comisión Europea había señalado que no iba a tomar ninguna medida contra los países que lo hicieran. Y no lo dijo este mes, ni el pasado, sino en el ya lejano mes de abril y cuando aún no se conocía la dimensión de la catástrofe y que la combinación de crisis sanitaria y económica acabaría siendo realmente letal.

No había, por tanto, el temor a un proceso sancionador sino un afán recaudatorio, cosa que al final ha sido tan evidente que el ministerio de Hacienda ha tenido que rectificarse a sí mismo en el plazo de unos pocos días. La experiencia de la lucha contra el coronavirus demuestra que no hay gobierno exento de cometer errores y, también, que medidas que en unos sitios funcionan tampoco se sabe a ciencia cierta por qué en otros no son igual de eficientes. Pero esa es tan solo una parte del problema actualmente. A los cada vez más amplios sectores en crisis hay que ayudarlos a superar este trance y no limitarse a poner a su alcance limosnas que sirven para bien poco. En este aspecto, el silencio del gobierno español es clamoroso y la falta de dotaciones presupuestarias para las autonomías un verdadero problema.

Por eso, situaciones como las de las mascarillas son tan inaceptables y dolorosas para los ciudadanos.