Aunque la escuela catalana ya realizó la semana pasada, con una respuesta más que notable, tres días de huelga como protesta por la imposición de Educació de un calendario escolar que avanza el inicio de curso en septiembre y la semana que viene tiene convocados otros dos días más, todos deberíamos hacer un esfuerzo por alejar esta justificada demanda de otra que es central en el modelo educativo catalán y que surge como defensa ante la imposición del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya del 25% de la educación en lengua castellana. En medio de una guerra europea de dimensiones aún desconocidas, una pandemia y una pospandemia a la que se ha solapado el conflicto bélico, un aviso de falta de productos alimentarios en los próximos días consecuencia de las huelgas de transportistas, un crecimiento de la energía en una curva absolutamente desconocida que está cerrando empresas y amenazando a numerosas pymes, es posible que a la huelga en defensa de la Escola Catalana convocada para este miércoles le cueste abrirse el espacio informativo que se merece.

Si a ello añadimos la confrontación entre los partidos independentistas, en muchos casos fruto de un debate más propio de párvulos que de universitarios, es normal que no haya el mejor ambiente para defender la Escola Catalana, la inmersión y, sobre todo, el derecho de la Generalitat a preservar su modelo educativo sin ingerencias del poder político de Madrid y de los tribunales de justicia. No puede ser que se haya aceptado como normal que la última decisión de todas y cada una de las cosas que afecten a los ciudadanos de Catalunya no la adopta ni su Govern, ni su Parlament sino uno de sus tribunales, normalmente el TSJC o el Tribunal Supremo. En los últimos años, han sido más las decisiones políticas que han decidido los señores y señoras que llevan toga que los gobernantes escogidos. Así, y sin hablar del 155 y las consecuencias que tuvo, se ha decidido en los tribunales la fecha de las elecciones catalanas (14-F), si se mantenía o no el toque de queda durante la pandemia y se ha inhabilitado a un president de la Generalitat.

Pero pese a esa disparidad partidista es muy importante defender la Escola Catalana, que configura algo más que un sistema educativo. Es un modelo de país, de entender y trabajar con la inmigración, de querer ser un solo pueblo, de aspirar al mismo nivel de oportunidades de todos los ciudadanos donde, obviamente, el conocimiento de la lengua propia no puede ser una cosa menor o pasajera. Debe ser central y se tiene que salvaguardar como el verdadero nervio de la nación que es. No es una batalla pequeña, ni mucho menos provisional. Ahora ya sabemos que es gigante y que se va a tener que seguir manteniendo en el tiempo y que ello necesita de un Gobierno fuerte y de una mayoría parlamentaria muy amplia. ¿Algún día aprenderán nuestros ilustres gobernantes alguna cosa sobre cómo se comportan los partidos de Madrid en la solución de sus conflictos? Porque hay una crisis enorme en el Ejecutivo de Pedro Sánchez sobre Marruecos y cómo se ha traicionado al pueblo saharaui y lo único que tienen claro es que el PSOE no echa a Podemos por las discrepancias y Podemos tampoco se va del gobierno.

Les une el cargo, seguro. La paguita, que dicen algunos peyorativamente. Pero también, que no llegue la derecha al gobierno y menos la derecha actual. Ello es legítimo y también responde a un interés no menor de amplios sectores de sus electorados. No de todos, obviamente. Nunca nada es de todos, pero es suficiente que sea de una amplia mayoría. Esa mirada a veces se encuentra a faltar en Catalunya, donde cada minuto Esquerra sacaría a Junts del Govern y muchos de los de Puigdemont ansían tener las manos libres. Para ambos eso sería lo fácil y seguro que movilizaría a una parte de sus bases. Pero ¿satisfaría a sus electorados? Eso ya es otra cuestión y mucho me temo que el castigo recaerá sobre quien trate de alterar la situación actual creyendo que hay un rédito a obtener. 

Lo que se espera de ellos es que defiendan con ahínco la Escola Catalana, más allá de declaraciones y manifestaciones. La ofensiva del Estado es tan grande que la desunión no hace más fuerte a cada una de las partes, sino que debilita al conjunto.