La salida de los líderes independentistas de la prisión, en buena medida, se diga lo que se diga, por las presiones internacionales y después de tres años de injusto encarcelamiento, da una oportunidad a la negociación y a la política siempre vetada desde Madrid por el Estado español. Los indultos, como se han llevado a cabo y como está redactada la letra pequeña, son un reflejo del miedo que anida en el poder español: entre aquellos que los hacen por necesidad (el PSOE), aquellos que se oponen por oportunismo (el PP) y quien los firma por imperativo legal (Felipe VI). El profesor Joan Queralt, siempre tan pedagógico y certero, ha dado con la tecla que los periodistas no encontrábamos para definir los miedos de Pedro Sánchez: los ha dejado en libertad provisional supeditada a la buena conducta.

Finalmente, están en la calle los nueve presos políticos y nadie puede alegrarse tanto de ello como el independentismo, que no ha habido un día que no haya considerado desproporcionada y vengativa la actitud del estado español. Esa mirada de la actuación del deep state no va a cambiar con los indultos ya que quedan tantas causas judiciales pendientes y son tantos los represaliados por el procés que el margen para el optimismo es muy estrecho o, incluso, es inexistente.

Es lógico, por tanto, que el escepticismo sea alto y que el margen para la confianza sea muy escaso ya que, por definición, la experiencia demuestra que el Estado español no quiere negociar nunca: ni el Estatut a principios de siglo, ni el pacto fiscal -un tipo de concierto económico específico para Catalunya- con Artur Mas, ni la consulta no vinculante en 2014, ni el referéndum de independencia en 2017. No hay, por parte española, un plan alternativo al del independentismo y de ahí que la negociación sea tan difícil. Se vio perfectamente en la intervención de Pedro Sánchez el pasado lunes en el Liceu, donde más allá de una palabras empalagosas y huecas -us estimem- no hubo ni una única propuesta política.

Seamos serios: los eufóricos tercerviistas, que ya sacan de nuevo la cabeza pretendiendo un camino intermedio entre la situación autonomista actual y el independentismo mayoritario en la sociedad, caminan de nuevo hacia el fracaso ya que no habrá una propuesta política de un encaje diferente de Catalunya en España capaz de ser asumida por el deep state. La tercera vía sirve para mantener una cómoda posición intelectual en Catalunya... y aquí acaba su recorrido práctico.

De ahí el escepticismo y la necesidad de que el Govern recupere la idea de un relator, un mediador, o como se llame en la mesa de diálogo. En la mesa de la Comisión Europea y de su presidente, Jean-Claude Juncker, estuvo en 2017. Y mucho más debería estar ahora una vez ya ha quedado claro y acreditado tras los indultos que los nueve encarcelados eran presos políticos.