La negociación de los presupuestos generales del Estado que ha cerrado el gobierno de Pedro Sánchez con Esquerra Republicana, PNV y Bildu, además, lógicamente, de con las dos formaciones que gobiernan, PSOE y Podemos, supone, en la práctica, el retorno a la mayoría parlamentaria de la investidura y, en consecuencia, el fin -veremos durante cuánto tiempo- de la geometría variable a la que se había dedicado con ahínco Moncloa estos últimos meses. El pulso entre Esquerra y Ciudadanos por ser el socio preferente en los primeros presupuestos del gobierno de las izquierdas lo ha ganado Pere Aragonès y lo ha perdido Inés Arrimadas. Uno y otro se sabían incompatibles y Sánchez quería a los dos pero, al final, su ecuación ha caído por su propio peso.

Pedro Sánchez tiene unas cuentas públicas para él imprescindibles ya que aún estaban vigentes las del Partido Popular y el ministro Cristóbal Montoro; Podemos gana fuerza en el Ejecutivo y Pablo Iglesias la demostrado que no es un vicepresidente florero; Esquerra se reivindica como una formación capaz de llegar a acuerdos en la política española; el PNV acepta la entrada de Bildu en la negociación, siempre y cuando ellos tengan ventaja en la ecuación vasca; y Otegi lleva a las bases de Bildu hacia la gobernación del Estado con una votación de más del 90% de la militancia mientras la derecha española se sulfura y Felipe González desentierra el hacha de guerra. El expresidente hará ruido, como Alfonso Guerra, José Bono y algunos ilustres socialistas más. Pero esta partida está bastante acabada, más allá de declaraciones públicas. 

Veinticuatro horas después de que Esquerra cerrara el acuerdo con Pedro Sánchez su jugada tiene una nueva variable que no estaba en el papel firmado pero que, sin duda, va a su favor y mucho: la contundente oposición de la furibunda derecha española y los tótems socialistas saliendo en procesión moviéndose incómodos con el pacto suscrito por el presidente del Gobierno con los socios independentistas. En política los movimientos también se valoran por la reacción de los demás. Tampoco es un secreto que había un interés para impulsar a Ciudadanos a tener un plato en la ecuación de los presupuestos. El establishment de Madrid estaba más cómodo, Iglesias se dejaba alguna pluma y Sánchez, siempre en el alambre por la cantidad de enemigos internos y externos que tiene, tenía un margen menor en la confección de mayorías parlamentarias.

Con los presupuestos aprobados, la legislatura española tiene opciones reales de durar cuatro años, algo que se cuestionaba en verano mientras se movían otros poderes del Estado especulando con imputaciones a ministros por la gestión de la Covid o incluso con una salida del Ejecutivo de Iglesias por algún caso de corrupción. De un plumazo, las cuentas públicas españolas cambian el frame de mayorías parlamentarias de la legislatura. Y Sánchez puede volver a empezar un año después.