Es, sin duda, la imagen del día. El presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, sonriendo, algo natural en él, y haciendo con los dedos de la mano la señal de victoria a las puertas de la prisión de Lledoners. Han tenido que pasar 27 meses, 822 días, para que Cuixart, el emblemático presidente de Òmnium y referente, junto a Jordi Sànchez, de la sociedad civil soberanista ―este último como expresidente de la ANC y también en prisión―, disponga de sus primeras 48 horas en libertad. El hombre que se dirigió al presidente de la sala del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, y al resto de magistrados el pasado 12 de junio con aquel indomable "ho tornarem a fer", y pidió a los catalanes "movilización pacífica, democrática, permanente y cívica" en su último turno de palabra, antes de que el juicio quedara visto para sentencia, dispone desde anoche de su primer permiso, una vez se le ha concedido el segundo grado penitenciario.

La enorme satisfacción que algunos, muchos, podemos sentir por su primer permiso, que se repetirá en las próximas horas con Jordi Sànchez, y en las semanas y meses venideros con cada uno de los nueve presos políticos hasta llegar a Oriol Junqueras, que tiene la condena más alta, no disminuye ni una milésima la enorme injusticia de su prisión, que solo se puede entender en el marco de la ola de represión del estado español contra Catalunya. No es, por tanto, un gesto de generosidad de nadie, sino el estricto cumplimiento de la ley a la que se puede acoger cualquier recluso al cumplirse el 25% de la condena. El poderoso gesto de la victoria de Cuixart es el fiel reflejo de quien no se ha rendido nunca, de que la prisión no le ha apartado de sus convicciones y de su compromiso. Más bien lo contrario: de que nada está perdido y la independencia de Catalunya será posible.

Cuixart no tendrá agenda pública en este su primer permiso, que dedicará, según se ha explicado desde Òmnium, a la familia. Hacerse a la idea de lo que son 822 días privados de libertad es algo imposible. Inabarcable. No hay manera de recuperar tanto tiempo perdido. Cuixart y Sànchez, los Jordis, como han quedado inevitablemente unidos en el imaginario de los catalanes, condenados a nueve años de prisión, encarnan, qué paradoja, el pacifismo y la no violencia. No hicieron otra cosa aquel 20 de septiembre de 2017, pero eso lo sabe todo el mundo. Por más que se retorció y retorció en el juicio del procés, nadie vio en ellos nada diferente. Claro que hubo una condena, exagerada, desmesurada, injusta, cruel, ejemplar, que dicen en Madrid, pero eso no cambia la situación. Son hombres de paz y defensores de la no violencia. "He actuado con conciencia y coherencia y sin ningún arrepentimiento", declaró solemnemente Cuixart en el Supremo mientras llamaba a la movilización permanente. Unas palabras que siguen teniendo todo el sentido.