Las explicaciones dadas por los organizadores a la suspensión del Mobile tienen un deje inquietante de cifra que no cuadra, de pieza que no encaja. Parece lógico ver tras la cancelación una epidemia de pánico, la aceleración perversa del efecto dominó: una gran empresa se cae, y otra y otra más... hasta hacer insostenible la convocatoria. Todo eso, sin embargo, no cuadra con el hecho de que se celebren otros acontecimientos por el estilo, ni con la fiabilidad del sistema sanitario catalán —a Barcelona viene a tratarse medio mundo— ni con las informaciones de la OMS, como explica la portada de El País.

Ni siquiera el hecho de que los organizadores insistan en atribuir el descalabro al coronavirus, fuerza mayor —a la fuerza, disculpa la redundancia, porque así se ahorran abonar jugosas indemnizaciones—, explica el porqué del goteo de bajas, que es la madre del cordero. La Vanguardia deja caer en un subtítulo que el Mobile ha sido víctima colateral de la guerra comercial (y por la supremacía digital, dígase también) entre los EE.UU. y China. Quizás.

Viendo las portadas de los diarios, sin embargo, da la impresión de que la explicación que se busca es como la carta robada de aquel relato de Poe. La policía registra de arriba abajo la casa del ladrón, sin éxito. El detective C. Auguste Dupin encuentra la letra comprometedora en un estante del recibidor. El mangui la había escondido a la vista de todo el mundo.

El caso es que los diarios, hoy, sólo pueden certificar el hecho de la suspensión, reproducir los argumentos de los organizadores —bien acompañados de toda cuanta autoridad tiene el país— y dejar caer con aprensión la sospecha indeterminada que se oculta entre los pliegues de los datos y los hechos a mano. No bastan las explicaciones de la suspensión, pero tampoco hay bastante argumento para impugnarlas.

Así las cosas, los diarios de Madrid, más sueltos, tocan el asunto con más contundencia, un poco como a quién le da lo mismo y quizá ya le viene bien. Los de Barcelona son más cautos: no quieren pasar por aguafiestas y la situación les da apuro —la ciudad se juega mucho y parece que no quieren hacer enfadar a la organización—, de manera que hablan con circunspección amable e intentando no hacer estropicio, como para no perjudicar la convocatoria del 2021 ni las siguientes, ahora más eventuales que nunca.

Hoy es uno de esos días que muestran la gracia desgraciada del periodismo. Los periodistas buscan la verdad con dificultades y a gran velocidad. Una verdad que no es la de los científicos, ni la de los jueces, ni la de las religiones. Los periodistas llegan a ella a duras penas y tras muchas ediciones del diario o de centenares de informativos. En el caso del Mobile hay que esperar, aunque, de cualquier manera, tiene pinta de fin de fiesta. Cuando menos, suena a que alguna cosa se ha roto y tiene mal remedio.

Una nota más, del todo desgraciada. El Periódico es el único diario de Barcelona que no publica la foto de Jordi Cuixart llegando a su trabajo, el que tenía hace 851 días antes de entrar en prisión. Se hace complicado entender que no sea por algún motivo que cae entre la mezquindad enfermiza y la insensibilidad cruel. Al menos La Razón y El Mundo saben por qué la publican. No lo disimulan: para encarnizarse, para ensañarse en su afán de revancha, por el sentimiento morboso de disfrutar de la desgracia de los que tienen por enemigos. Malnacidos, quizá, pero van de cara.

Todavía una última, aun más desgraciada. La penosa portada de ABC festejando la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, que avala las "devoluciones en caliente" de inmigrantes, con la fotografía de la vergonzosa frontera española en Ceuta. Como quien celebra una victoria decisiva de La Roja. Esta primera los pinta de arriba abajo. Qué gente más cruel.

LV

EPC

EPA

AHORA

EP

ME

ABC

LR