El fútbol, como todos los deportes, es un arte que se conjuga en subjuntivo. Si ayer el VAR no hubiera invalidado dos goles, hoy el Barça sería finalista de la Supercopa de España. Si Neto hubiera parado el penalti de Morata, posiblemente el Atlético no habría remontado. Y, en definitiva, si el conjunto azulgrana hubiera ganado un partido en el cual dominó el juego pero que perdió por dejadez en los detalles, hoy no estaríamos hablando de que Ernesto Valverde ha dado tres días de fiesta a la plantilla después de la derrota de ayer. Como es lógico, la reacción de muchos aficionados ante la noticia es de incomprensión, rechazo o incluso ira, sobre todo porque ayer el Barça aguantó bien el ritmo físico de los hombres de Simeone, pero siguió lejos de la excelencia táctica que reclama al público del Camp Nou.

Un ritmo de trabajo irregular

Cuando el lunes vuelvan a los entrenamientos, los jugadores azulgranas habrán tenido 13 días de vacaciones entre el 21 de diciembre -partido contra el Alavés, el último del 2019- y el primer entrenamiento después de la derrota de ayer. Dicho de otra forma: en 22 días, habrán estado 13 sin entrenar ni verse las caras. ¿Es lógico que un conjunto que encadena dos empates, una derrota y una sola victoria en los últimos cuatro partidos oficiales se permita no destinar todo el tiempo posible a trabajar las carencias tácticas que, de forma evidente, el equipo presenta?

Podemos frivolizar y pensar que Valverde ha perdido el crédito de sus jugadores, y que incluso es la propia plantilla culé la que decide cuando y como se entrena. Podemos atizar el fuego y acordarnos que, en vez de decir ayer en zona mixta que en los diez próximos días trabajarán el doble y harán entrenamientos con doble sesión con el fin de mejorar, los jugadores azulgranas podrán estar hasta el lunes donde les plazca y sin dar explicaciones. Podemos, en definitiva, seguir convencidos de que lo que los jugadores necesitan después de perder ayer es un castigo, y no el premio de tener tres días libres. Pero también podemos pensar que, en realidad, la decisión no se trata ni de un premio ni de un castigo, sino de una cosa mucho más compleja y aburrida denominada planificación deportiva.

valverde busquets efe

EFE

Los microciclos como argumento

Como todos los equipos de alto rendimiento que juegan tres competiciones, el Barça está acostumbrado a trabajar con microciclos cortos. ¿Qué quiere decir eso? Que entre partido y partido, Valverde y sus ayudantes acostumbran a trabajar con un ciclo de 2-3 entrenamientos antes del próximo rival. Así, con un ciclo de 7 días, los jugadores acostumbran a mantener la forma óptima jugando dos o tres partidos y entrenándose tres o cuatro días. El próximo partido del Barça no es hasta dentro de 10 días, el 19 de enero, por lo tanto el microciclo de entrenamientos de hoy hasta el duelo contra la Granada es largo. Delante de eso, científicamente cualquier preparador físico defenderá que tiene lógica destinar el descanso en la primera fase del microciclo con el fin de aumentar la carga física en su mitad -a media semana- y llegar al partido del domingo en las mejores condiciones.

Este argumento, válido y comprensible, no esconde que Neto reciba por media un gol cada 45 minutos, que Arturo Vidal sea titular defendiendo el escudo de un club en el cual ha demandado o que el primer cambio del partido de ayer fuera en el minuto 85. Es fácil hablar desde fuera, sin embargo. Seguramente si fuéramos entrenadores del Barça lo haríamos diferente, pero ni lo somos ni nos podemos pasar la vida viviendo en un subjuntivo anclado el pasado hipotético. Lo que podemos, eso es sí, es criticar lo que nos gusta, ni que tenga mil argumentos. Por suerte, que todo lo que es argumentable sea también criticable es un subjuntivo conjugado en presente.