Luis Suárez ya no es jugador del Barça. Seis años después de aterrizar en el Camp Nou con la etiqueta de mejor delantero centro del mundo, el '9' se despide de la entidad blaugrana y se va sin dejar ni un euro en el club. Poco importa: el uruguayo ha sido el mejor punta del planeta durante varios cursos, se ha convertido en el tercer máximo goleador de la historia del club y, además, está amortizado. De todos los ridículos que suma la junta de Josep Maria Bartomeu, este probablemente es el menos trascendente.

El adiós de Suárez, sin embargo, es tan doloroso como necesario. El delantero charrúa, un matador sin contemplaciones en la Liga, hace meses que no rinde en la Champions League. Y este hecho, sumado a su poder dentro del vestuario –un poder que no tiene porque estar ligado a la figura de su colega Leo Messi, sino que se ha ganado a base de dianas– ha provocado que su presencia en el once del equipo sea un quebradero de cabeza. Es tan duro y sencillo como eso: Suárez, aquel que llegó al Barça porque los rivales habían aprendido a encerrar el Messi-falso-9, ahora se ha convertido en un problema para el argentino. Un problema futbolístico, claro está. Lejos del césped ambos delanteros son inseparables, pero sobre el mismo el uruguayo ya no genera ventajas para el capitán. Aunque Messi, por estima o por desconocimiento, no lo manifieste.

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Luis Suárez celebrando su último gol como culé / EFE

El hambre y espíritu competitivo intrínsecos del punta hacen pensar que su bajada futbolística no se debe a factores mentales, sino a cuestiones físicas. Especialmente si se tiene en cuenta que nunca ha acabado de superar sus problemas en el menisco de la rodilla derecha. Que ha jugado con molestias, tal como ha defendido en la rueda de prensa de este jueves, es cierto y evidente.

Sea como sea, sin embargo, hace meses que Suárez ya no suma. El ex del Liverpool, un futbolista dotado de una explosividad aterradora cuando aterrizó en el Camp Nou, ha perdido progresivamente algunas de las condiciones que lo convertían en una amenaza constante. El '9' ya no está capacitado para desmarcarse y buscar la espalda rival y tampoco se puede deshacer de rivales por puro atropello, de manera que ha tenido que reconvertirse en un delantero boya. Un recurso para ser útil en muchos contextos, pero no en un Barça dónde la capacidad de desbordar –a excepción de la que aporta el brillante Ansu Fati- brilla por su ausencia.

Sin explosividad, las carencias técnicas de Suárez se han manifestado con demasiada recurrencia en can Barça. Su remate letal sigue intacto –por eso ha marcado 45 goles en los últimos dos cursos y por eso lo ficha el Atlético– pero su aportación es insuficiente para una Barça que con Ronald Koeman (y a pesar de las piedras en el camino que pone la junta) quiere volver a aspirar a todos los títulos.