Confesión personal: la primera vez que salí de noche por Barcelona fue para ver a Txarango. Fue en 2012, creo. Con las amigas bajamos del pueblo y, al ir a parar a una plaza del Sol absolutamente colapsada, nos colamos en un portal con la esperanza de que la azotea estuviera abierta. Por casualidad, el chico que vivía en el ático tenía la puerta abierta y nos dejó pasar. Miramos el concierto desde las alturas antes de volver en bus hasta el Maresme. Antes de las 3 h ya estábamos en la cama.

Nueve añitos de eso. Vaya. Ahora, si me dijeran de ir a un concierto suyo, frunciría el ceño con desaprobación. Con los amigos bromeábamos: "¿Lo peor de la pandemia? Que la despedida de Txarango se ha alargado un año más". No sé por qué nos dan tanta rabia. Quizás porque este optimismo naíf no acaba de ligar con un grupo de mileuristas quemados y enfadados con el mundo, demasiado intensos, demasiado inteligentes y demasiado duros para comprar eso de "podemos cambiar el mundo" y "todo está por hacer y todo es posible". Pero el hecho es que nada más dar al play a El gran ball la cara de hater extrema se me ha desmenuzado hasta convertirse en polvo.

 

pPaapohQEl gran ball / Txarango y familia

En la intimidad de mi casa, las veinte versiones que conforman este CD doble me han hecho mover las caderas con aprobación y cantar las letras de pe a pa sin una pizca de duda sobre el contenido del siguiente verso. Porque El gran ball es puro Txarango. Ritmo y alegría sin complejos. Un poco de sol, de creernos aquello que todo irá bien si ponemos ganas y buena cara. No es una revisión ni una reinterpretación de sus 11 años de carrera. No es un repensarse para probar nuevos sonidos y jugar con todas las posibilidades. Es un disco donde los Txarango reivindican aquello que les ha hecho ganar montañas de fans y los ha convertido en referentes. Eso, sí, acompañados por más de una cincuentena de artistas.

Pero sobre todo, es un bis para los fans, que pensaban que la banda había escrito su epitafio con De vent i ales. Un disco que no tendría que existir. Los Txarango querían poner punto y final al "gran viaje" (qué hábil, ¿eh?) el año pasado y ha sido ahora que han convertido 23.500 entradas de la gira que no pudo ser en un CD de edición limitada que no encontraremos en tiendas. Si lo quieres escuchar, te tendrás que conformar escuchándolo en plataformas digitales.

Más de cincuenta colaboraciones

Sólo hay que mirar la lista de colaboraciones para llegar a la conclusión de que los Txarango deben ser unos tíos queridos. Como mínimo dentro del sector. Zoo, Xavi Sarrià, Jarabe de Palo, Joan Garriga, Anna Tijoux, Aspencat, Gemma Humet, Lluís Llach, Boja Penalba y Mireia Vives, Yo Jet y Maria Ribot o Lluís Gavaldà son sólo algunos de los nombres que los acompañan en El gran ball. Un cariño que quizás se han ganado porque no se han limitado a ser músicos.

Han parido el Clownia, un festival arraigado en su comarca, el Ripollès. Se han constituido como cooperativa sin ánimo de lucro y han trabajado en pro de las causas con las cuales se identifican, con especial atención en las personas refugiadas. Han puesto siempre su música al alcance de los fans de forma gratuita. Han hecho las cosas a su manera y han salido adelante, ganándose el respeto de un montón de gente y convirtiéndose en un grupo queridísimo. Y se les pueden hacer muchísimas críticas, pero cierran el chiringuito habiendo creado un precedente en la manera de hacer las cosas.

Pensemos lo que pensemos de Txarango, nos han acompañado durante una década. Muchos nos hemos hecho mayores con ellos. Nos han hecho bailar y cantar y quizás estar más felices. No pasa nada por dejarte llevar y disfrutar antes de volver a ponerte intensa con Rigoberta Bandini o de hacerte la modernita profunda. A veces sí que hay que creer que todo irá bien y ellos han vendido esta fantasía. Así que gracias y suerte con lo que venga.

 

 

Imagen principal, Txarango / Cedida