Camins de França es una autoficción o una autobiografía de Joan Puig i Ferreter, conocido en la escuela como el autor de la obra teatral Aigües encantades. Quien me ha llevado a esta lectura ha sido el amigo y poeta Adrià Targa, reafirmado después por el amigo y traductor Arnau Barios. Targa nos dijo, solemne: “El primer volumen de Camins de França es lo más bestia que ha producido en catalán la literatura del yo”. Barios añadió que sí, que leyó el libro sin tener ninguna referencia y quedó marcado como solo marcan las buenas obras de arte.
De niño, la gente del pueblo le decía: “Cuando seas grande tendrás que matar a tu padre”
Joan es un chico de la Selva del Camp que va a probar suerte primero en Reus, y después en Barcelona, y finalmente en Francia. De niño, la gente del pueblo le decía: “Cuando seas grande tendrás que matar a tu padre”. Las páginas se suceden al ritmo de su crecimiento personal: primero como un niño perezoso, luego como aspirante a poeta y adolescente, finalmente como joven que vive plenamente la ebullición barcelonesa de principios del siglo XX. Más adelante descubrimos la desgracia de su nacimiento, la identidad y la ausencia de ese padre al que la madre y el tío solo mencionan con desprecio, nunca por su nombre. Aquí hablé de las relaciones literarias de los hombres con sus padres. Ya adulto, Joan se enfrenta a su padre. La autobiografía se despliega como una tragedia, y todo lo que vendrá después –desde el amor al prójimo, el afán revolucionario y la devoción literaria– está relacionado con la historia de su origen y la condición de hijo pobre y bastardo, abandonado por el padre rico que embrujó a la madre. La desgracia del origen lo impulsa a simpatizar con los pobres, lo conduce a una venganza espiritual que será la fuente de su literatura. En un momento determinado, pone por escrito, en forma de obra de teatro, la seducción del padre.
El despertar moral, sexual, intelectual
Si hace unas semanas me ocupé de una recopilación de artículos de Montserrat Roig sobre la feminidad y la relación de las mujeres con el amor, esta semana he leído a un hombre que tiene justo la opinión contraria a Roig, o que más bien confirma las intuiciones de Roig sobre la sexualidad masculina. Puig i Ferreter nos reconoce la dualidad, la “compartimentación” de su alma romántica. Busca a la criada sensual y a la Beatriz, la “violencia de los cuerpos” y la “fusión armoniosa” de los espíritus; en otras palabras, la puta y la señorita. Como es un hombre inteligente, Puig i Ferreter ya adivina que esa división que lo acompaña siempre no tiene fundamento, y que es una deformación como cualquier otra.
Aviat vaig tenir la impressió que les regles cristianes que m’havien ensenyat no tenien res a veure amb la vida de les persones grans i que, en general, tothom obrava segons el seu gust i conveniència.
El despertar sexual del protagonista (la pasión por las casadas, las criadas, la pescadera, las modistillas) va en paralelo a su evolución moral y literaria. De entrada busca un guía espiritual, pero no acaba de encontrarlo. Su crecimiento y educación sentimental son erráticos; se forja como un adulto autodidacta. Al principio le parece que solo los estratos más bajos pueden vivir una vida auténtica. Le parece que lo que hace él, entusiasmarse por los libros, no es del todo vida. Ejerce de maestro en Barcelona, hace algunos amigos como él, y así su temperamento cambia: transforma la desilusión del poeta frustrado en un afán vivísimo de leerlo todo y de vivir, de entender la literatura como una extensión de la vida y viceversa. Asistimos a lo que nos ocurre a todos en algún momento cuando tenemos veinte años: nos cambia el temperamento y aprendemos, si tenemos suerte, a ser verdaderamente felices, al menos por un tiempo.
Ningú no pot negar que certs literats catalans escriuen bé; però la majoria fan l’efecte, àdhuc escrivint bé, de no tenir un món interior
Camins de França crece a medida que avanzas, de la misma manera que lo hace su protagonista. El encanto de la autoficción es que, cuando está bien hecha, recoge las ilusiones y las mezquindades de un modo muy cercano. Juzgamos los arrebatos violentos del protagonista, su crueldad espontánea, y también asistimos a la evolución de sus opiniones sobre el mundo, la política y la literatura. Es tan bueno y tan malo como nosotros, y nos lo cuenta de primera mano, y además cada explicación resulta más interesante que la anterior, porque el narrador sabe crear la ilusión de la madurez progresiva que todos adquirimos, poco o mucho, con el paso del tiempo. Comienza hablándonos de un exseminarista pervertido y acaba por hacer un retrato de Barcelona, de la euforia obrera y bohemia, de ese mundo nuevo que ya se intuía que no acabaría bien (esto ya lo sospechaba Joan Puig i Ferreter).
Si hubiera topado antes con Caminos de Francia, los seis libros de Mi lucha del noruego Knausgård me habrían parecido menos deslumbrantes
Aprenderlo todo tarde y mal
El primer volumen de Camins de França es, efectivamente, la mejor literatura del yo que he leído en catalán hasta ahora. También es verdad que no me había molestado en investigarlo antes, y he pecado de creer que la autoficción era una manía literaria reciente (nada nuevo hay bajo el sol, decían los antiguos egipcios). He hecho esta lectura tarde. Uno de los inconvenientes de desconocer la tradición propia es que siempre se aprende todo a posteriori y en boca de autores de otras tradiciones (como la francesa o la noruega). Camins de França me ha recordado a la lectura de Hervé Guibert (Mis padres, un libro que recuerdo y que leí muchos años atrás) o a la de Karl Ove Knausgård: si hubiera topado antes con Caminos de Francia, los seis libros de Mi lucha (la referencia a Hitler se da por entendida) del noruego Knausgård me habrían parecido menos deslumbrantes. Lo que aprecio de Knausgård es lo mismo que encuentro en Camins de França: no esconder la cabeza bajo el ala, la exhibición de la propia vanidad y mezquindad combinadas con las fantasías de bondad y de elevación que quien más quién menos todos compartimos. Pero el aprendizaje intelectual siempre es algo errático, y el mismo Puig i Ferreter aprendió de forma intermitente lo mejor de la literatura.
Escribir buena literatura tiene una recompensa vaga: solo los mejores lectores saben distinguir qué es bueno y qué no lo es, y únicamente ellos te rendirán un homenaje que sobre todo será póstumo y conocido solo a medias. Los premios, la fama entre el “gran” público no son la gloria: la gloria viene después, es más callada, y siempre arrastra polvo.